El régimen elige los mejores españoles
TVE ha decidido montar una serie de programitas que tienen como temática, o como finalidad, elegir al mejor español de la historia. ¡Ahí queda eso!
Así de primeras, ya resulta pretencioso e insensato intentar elegir al mejor de lo que sea, hasta de prácticas deportivas u otras actividades muy concretas; pero intentar hacerlo de entre una categoría tan genérica y extensa como la de los españoles se convierte en un auténtico despropósito, incluso si se realiza en el marco de un programa televisivo de puro entretenimiento.
Atreverse con algo así dice muy poco de la corporación de RTVE, pero, de algún modo, también retrata la poca altura intelectual y educativa de nuestra sociedad.
Respecto a la principal televisión pública de nuestro país, que debiera ser ejemplo de otro modelo de comunicación, cosas como esta demuestran, no ya un limitadísimo nivel profesional, sino las cortas aspiraciones que tiene en cuanto a calidad y rigurosidad en lo que no deja de ser un servicio público.
Y lo peor no es que se embarquen en una aventura quimérica que, incluso si se quisiera hacer con rigor y objetividad, siempre daría un resultado discutible y de escaso reconocimiento; lo más grave es que, conociendo la orientación tan sectaria que tiene la corporación pública, será una realización tendenciosa de principio a fin: desde la selección de los personajes propuestos y de la presentación de sus condiciones y méritos, a la determinación del proceso de elección o a la obtención y exposición de los resultados. Lo más seguro, y a nadie sorprenderá, es que, como hacen habitualmente, aprovechen el programa para ensalzar inmerecidamente, para denigrar injustamente y, en resumen, para hacer proselitismo ideológico.
Ya en la selección de candidatos se reconoce una llamativa tendenciosidad y una evidente impericia. Junto a sobresalientes personajes de nuestra historia que están en la lista, deberían estar otros de características y logros similares o mayores; y, por supuesto, sustituyendo éstos a algunos cuya presencia produce risa, y que no es que no destaquen en la historia de España, es que no lo hacen ni siquiera en su profesión y en la época en que viven. En definitiva, que ni por muchos de los que faltan ni por muchos de los que sobran, puede tomarse esa preselección como un punto de partida válido para hacer un ejercicio aceptable.
Por otro lado, y da lo mismo que parecidos programas se hayan realizado en otros países, la pretensión de elegir a los mejores a través de una votación popular de este tipo pone de manifiesto los limitados valores y amplitud educativa de una sociedad que aparecerá aún más cateta e ignorante.
Es cierto que el medio televisivo tiene muchas cosas buenas, pero tiene enormes carencias que lo incapacitan como vehículo para realizar análisis y experimentos que pretendan ser científicos, y a veces incluso simplemente serios y rigurosos. El tamaño de las audiencias no significa que éstas representen homogéneamente a la sociedad, y, normalmente, son los grupos sociales de menor formación, que son los mayores consumidores del medio, los que están sobrerrepresentados.
Ya hemos tenido numerosos ejemplos, incluso en la propia TVE, en que planteamientos similares provocan respuestas jocosas, revanchistas o viscerales en los espectadores y, de ahí, que las nominaciones populares sólo han dado resultados estrambóticos de los que después la propia televisión, y a veces todo el país, como ocurrió con la elección de algún cantante de Eurovisión, ha sido víctima.
¡Qué presunción más patética la de una de las españolas que está en la lista de los candidatos, que pensaba que el reality de Gran Hermano que ella presentaba era un experimento sociológico de gran altura!
Y ya que hablamos de esa periodista, comentar que la preselección de candidatos es, además, de un reduccionismo alarmante. ¿A qué viene sobrecargar la lista con personajes contemporáneos? ¿O incluir multitud de periodistas o deportistas y no hacerlo de médicos, ingenieros, arquitectos, militares, juristas o teólogos?
En fin, todo parece orientarse a que, lo que se presenta como un inocuo ejercicio de entretenimiento, terminará en una propaganda del régimen algo menos que sutil. No se han atrevido a poner en la preselección a Pedro Sánchez, pero todos tememos que el programa terminará con una exaltación de los pseudo valores progresistas que sirven de justificación a su desempeño autocrático. ¡Cualquier cosa sirve para dar una vuelta más a la rueda orwelliana del sanchismo!
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