Por qué nos cae bien Melania
Melania Trump es el personaje de la política internacional que mejor viste, con el permiso de la estilosa Michelle Obama, incluso. No es que sea rompedora (personalmente, prefiero un look más arriesgado, con mayor carga de ironía, arte o humor), pero en su papel conservador es imbatible. Porque si algo sabe Melania es jugar a la perfección en un terreno, el terreno de los looks formales y continuistas, donde todos los demás quisieran puntuar pero, para su desgracia, lo hacen mucho (más paleto) peor. Ella domina el tablero, y lo hace con una elegancia serena que desconcierta y fascina en todas direcciones.
En la ceremonia de hoy, nos ha deleitado con un conjunto del diseñador estadounidense Adam Lippes: un abrigo y falda de lana de seda en azul marino, combinados con una blusa marfil y un sombrero de ala ancha de Eric Javits (que ocultaba su divertidísima cara de pertenecer a una banda de vendedores callejeros de armas blancas, crack, empanadas y heroína en Grozni).
No sabemos el precio exacto de semejante despliegue de glamour, pero lo curioso de Melania no es lo que gasta en moda, que es indecente, sino su capacidad de parecer estoica pese a todo. Mientras el universo explota a su alrededor, ella permanece impasible, como si el ruido mediático fuera solo un ligero zumbido de fondo.
Se acerca a su marido, le propina un místico air kiss, con esa volatilidad, y esa presencia más área todavía que el beso de monja, que es una declaración constante de independencia; y nos encanta porque en ella se conjugan varias características que la convierten en un ícono involuntario.
La mayor de todas, el hecho de ser la sufrida (creo) esposa, de mirada triste y casi siempre silente de esa forma de vida llamada Donald John Trump: «Piensa en grande y patea traseros en los negocios y la vida» este es el título de uno de los libros escritos por Trump donde podemos encontrar las bases de toda su filosofía, o mejor dicho, de su proceder.
Veinte años casada (¿y callada?) con Trump, que podría llamarse Triumf, ese hombre cuyos dos únicos hobbies son las misses y la lucha americana; y que ha triunfado porque es un triunfador que probablemente no ha parado de triunfar desde la guardería -puedo imaginármelo pateando traseritos con pañales y masticando con ansia los mejores chupetes como quien se fuma un habano carísimo echándole el humo al de al lado.
Y luego está el incuestionable estoicismo de Melania (o la apariencia de estoicismo, que es aún más aparente y atrayente que sus carísimos abrigos) digno de riguroso análisis.
¿Qué pensará de Trump (esa apisonadora que seduce a la parte más animal del cerebro)? Jamás lo sabremos… Ni los rumores, ni las cámaras, ni las redes sociales parecen hacer mella en la impertérrita first lady. ¿Será indiferencia? ¿Será una estrategia de comunicación magistral? ¿Está enamorada? No lo sabemos, pero nos encanta especular mientras ella se mantiene sólida, con la barbilla alta y un tacón aún más alto e inalterable, sin dar explicaciones, mientras elucubramos interpretando torpemente su mutismo.
¡Brava! Melania nos cae bien porque es la reina del equilibrio imposible: fuerte pero sensible, audaz pero discreta, llamativa (buenorra) pero refinada. Y luego, que a diferencia de la mayoría de las primeras damas, Melania no aburre, aunque lo intente, a pesar de su circunspección alienígena; y de taparse los ojos. Nada aburrido puede ser hermoso, bello, conmovedor, y si no, que se lo pregunten a Begoña.
No sabemos qué piensa Melania, pero nos gusta mirarla y, en cierto modo, admirarla.
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