Opinión

Putindemont: el verdadero peligro del 21-D

Cuentan que Gramsci viajó a Rusia, una vez Mussolini pisó Roma con sus camisas negras, para conocer la “libertad de crítica total” de la que luego Sartre renegaría. Al llegar, Antonio, que luego fundaría en Livorno el Partido Comunista Italiano, se encontró a esos tontos útiles de los que Lenin se aprovechó para su causa, expandiendo por Occidente las bonanzas de un sistema totalitario. Cuando regresó a Italia, el hombre que ha alimentado al progresismo intelectual desde entonces, entró en la cárcel por orden de Mussolini, socialista de origen como él. Fue en prisión donde escribió sus Cuadernos, pensamiento de comunista esnob que luego maravillaría a la gauche divine de la Europa acomplejada. De Rusia, Gramsci observó, gracias a la Komintern, que toda idea política, por delirante que sea, necesita de una maquinaria bien engrasada que agite las mentiras. Y ahí, la URSS de ayer, la Rusia Today, engendró un sistema inigualable de control de masas, cuya aplicación vino del camarada comunista alemán Willi Munzenberg, el hombre que inspiró después a Joseph Goebbels en la desvirtuación de la realidad a través de mensajes proyectores de imágenes.

De aquel sistema aprendimos que una suerte de verdad histórica depende, al modo macluhaniano, de quien lo cuente. En la política actual, la verdad ha pasado de víctima a prostituta de uso apasionado. Todos la usan a conveniencia, todos dicen poseerla, pero ninguno la tiene porque ninguno la quiere en realidad. La propaganda es, quizá, el mejor medio para conseguir unos fines políticos. Convierte en posibles locuras imposibles, crea realidades donde todo es misterio, haciendo pasar por raro aquello que, sin embargo, es normal, sencillamente normal.

En estos meses hemos descubierto además las conexiones de Cataluña con los Urales, vía teléfono rojo. Putindemont, desde Bruselas, como Assange, como Snowden, proscritos de la libertad a la que usan para su causa, está encantado de que el Kremlin ponga el nuevo foco de la Komitnern en el prusés. En Cataluña, el vodka ruso no se bebe en copas sino en redes. Sabemos que a Putin una Europa destrozada en múltiples mini Letonias le pone mucho, de ahí que use su KGB system para intoxicar de información irreal a todos los satélites que por el continente tiene dispersados. El nuevo agit-prop, con Romeva de canciller a lo Honecker vendiendo libertades por las corresponsalías del mundo, tiene como fin una Europa débil, dividida, enfrentada y sobre todo, nacionalista. Lo que siempre fue la URSS, madre patria de la miseria humana antes de desgajarse en repúblicas autocráticas aún más míseras. La nueva Rusia aspira a hacer de Europa lo que Estados Unidos de América; su patio trasero donde ordena y dispone las piezas. Y en esa pretensión, una UE fuerte estorba sus planes, mientras que una Europa de escisión a la catalana le conviene para su dominio soviético.

Munzenberg solo creía en tres tipos de lucha: contra la explotación, contra la guerra y contra el colonialismo. ¿Cuáles son las tres banderas del independentismo en su batalla contra España? Somos un pueblo oprimido (explotación), España nos invadió en 1714 y desde entonces vivimos como súbditos (colonianismo) y Esto es una guerra entre fascismo y democracia. Mantras reiterados todos los días en medios subvencionados generosamente por la Generalitat de algunos, causantes de que, en Cataluña, la normalidad de ser español se convierta en rareza bajuna, en charneguismo invasor intolerable. Cuando uno consume propaganda nacionalista diaria empieza a creer que el sol se pone por el sur y sale por el norte y que la tortilla con cebolla en realidad se hace con puerros. Y considera a los que opinan lo contrario de seres infectados de propaganda fascista. El mundo al revés. Vashe zdoróvie, tovarishch Carles!