¿Se puede fiar Sánchez de la nueva Alemania?
Pronto habrá nuevo gobierno en Berlín pero de distinto signo, tras la estancia de 16 años en el poder de la canciller Merkel. Esta señora pasará a la historia por haber conseguido mantener durante todo este tiempo la potencia de fuego del país, así como su estabilidad y capacidad de influencia en la Unión. A mi juicio, cometió, sin embargo, dos errores notables. Perdió el norte con la crisis de los refugiados, debido a su ‘maternalismo’ genético, permitiendo una inmigración masiva que es fuente de problemas -a pesar de la disciplina y del rigor germánicos-, y decidió insólitamente cancelar la energía nuclear, aumentado su dependencia del gas ruso y enviando un mensaje letal al resto de Europa.
El próximo Ejecutivo estará presidido por el socialdemócrata Olaf Scholz al frente de una coalición de la que participan los verdes y los liberales, un cóctel difícil de trasegar porque combina mal. Perico Chicote no lo habría preparado jamás. Como la izquierda tiene siempre un trocito de mierda pegado al zapato, algunas de las propuestas incluidas en su programa político entroncan con la tradición consustancial al progresismo: rebajar a 16 años la edad para poder votar, ampliar los derechos de los inmigrantes, las mujeres y el colectivo LGTBI, subir el salario mínimo y otras excentricidades que forman parte del signo nefando de los nuevos tiempos.
Pero sería una equivocación sacar conclusiones precipitadas sobre el eventual cambio que la nueva coalición puede imprimir en asuntos más cruciales, que son de nuestra incumbencia. Por ejemplo, el tono de la política fiscal y su poder de persuasión determinante sobre la Comisión Europea.
A finales de junio de este año, el señor Scholz concedió una entrevista a Financial Times en la que rechazó explícitamente las llamadas a reformar las reglas fiscales de la UE, que imponen controles, ahora temporalmente suspendidos, sobre el nivel de gasto y de déficit público. “Ya son suficientemente flexibles para afrontar las crisis y ahora la pandemia”, dijo. También aseguró que en 2023 restablecerá el mecanismo de freno de la deuda alemana -algo que no gusta a los verdes, pero con lo que deberán convivir-.
Además, el nuevo ministro de Finanzas será el liberal Christian Lindner, poco proclive a gastar más de lo debido, partidario declarado de la ortodoxia presupuestaria, dispuesto a reformar el sistema de pensiones y determinado a ser un muro de contención de los eventuales extravíos que pretendan cometer los ecologistas con el pretexto de defender de manera irracional el medio ambiente en un país eminentemente industrial que no quiere renunciar a ser la locomotora de Europa.
De manera que Alemania será un hueso duro de roer para algunos de los socios europeos como España, porque, entre otras cosas, está muy comprometido a que el dinero común se gaste bien. ¿Lo está haciendo pulcra y eficientemente el Gobierno de Sánchez? Si tenemos en cuenta que la proporción de gasto público sobre el PIB es del 51%, más que nunca en la historia, la respuesta rotunda es no. Estamos recaudando más que nunca, pero gastando más que en cualquier otro momento del pasado, con el resultado de que somos los que menos crecemos del continente, a pesar de los recursos de Bruselas con que ya estamos empezando a contar.
Escribe el director de Coyuntura de Funcas, Raymond Torres, que mientras Francia o Italia están ejecutando con gran rapidez los fondos europeos, España anda muy retrasada. El resultado es que lo que se había convertido en una gran esperanza para salir del letargo de las autonomías y sobre todo de las empresas se ha tornado en un factor de incredulidad y de incertidumbre. La causa de nuestra postración tiene que ver con el modo de tramitar esta cantidad ingente de dinero. Macron y Draghi han apostado por un control a posteriori de los recursos inyectados, que agiliza la aprobación de los proyectos, mientras aquí el método consiste en escrutar cada detalle antes de autorizar el desembolso, lo que burocratiza la tramitación y la retrasa inexorablemente, en un fiel reflejo de la desconfianza hacia las empresas consustancial al socialismo.
Además, España ha preferido acudir a los fondos europeos no reembolsables -los que son gratis- mientras Francia o Italia han decidido recurrir a los préstamos habilitados por el programa de ayuda, aprovechando los bajos tipos de interés, una opción que agiliza la disposición efectiva de liquidez. La conclusión del modo diferente de utilizar el programa de ayudas, sumada a la condición genuina del que los está gestionando, que en el caso de España es un Gobierno tremendamente ideologizado y dispuesto a controlar hasta el último céntimo del plan para sumar voluntades y favores que cobrar después, es que el riesgo de que este se convierta en una reedición del infausto plan E de Zapatero en lugar de en una oportunidad para modernizar la economía es enorme y fatídica.
El plan E se sacó adelante en un tiempo récord porque los ayuntamientos desempolvaron todos los proyectos que tenían en el cajón, y que habían sido temporalmente desechados por irrelevantes. Sus efectos, como todo el mundo conoce, fueron nocivos. Por eso es una obligación moral no incurrir en los mismos errores. La UE ha habilitado estos fondos de nueva generación para proyectos que tengan potencia tractora sobre la economía, para que impulsen el crecimiento de calidad y fomenten la productividad, no para construir polideportivos, carriles bici o remozar las sedes de los sindicatos. Esto es una vergüenza, una ofensa que no debería permitirse y que, en caso de consumarse, volveremos a pagar muy caro.
Puede que el incauto inquilino de la Moncloa piense que la llegada de la izquierda a Berlín es una buena noticia. No es así. Allí hay un tripartito con intereses difíciles de conciliar, pero que tiene las ideas claras al menos en las cuestiones económicas, y éstas son contrapuestas a las dominantes en España. Al tiempo que cambia de sesgo el gobierno del país de referencia de Europa, los otros dos que le siguen en importancia, Francia e Italia, ya han trazado una nueva hoja de ruta, forjando una alianza para no perder comba en los nuevos tiempos. España por el contrario está fuera de cacho, al margen de estos movimientos diplomáticos, como consecuencia de tener al mando un presidente al que nadie relevante tiene en consideración y al que todo el mundo ha perdido el respeto.
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