Opinión

Populismo caviar

La dialéctica podemita lleva tiempo caducada. El casoplón de 600.000 euros y sus pormenores han revestido de vieja política el discurso y el aspecto de los radicales. No es de extrañar que en todas las encuestas sean una formación menguante en intención de voto. Pablo Iglesias e Irene Montero no pueden dar lecciones a las «clases populares» ni hablar de «emergencia social» cuando la habitación principal del chalé donde habitan mide lo mismo que el piso de un millón y medio de españoles. ¿Qué credibilidad tienen en sus proclamas? Nadie en su sano juicio puede confiar en los líderes del populismo caviar. Los bolivarianos duermen en una estancia de casi 37 metros cuadrados. Vestidor, cuarto de baño y distribuidor incluidos.

Una ostentación que refleja la verdad que hay tras la aparente realidad de Pablo Iglesias e Irene Montero. Huelga decir que cada uno puede vivir donde quiera con arreglo a sus posibilidades adquisitivas. No obstante, tanta lección de ética y moral ante cualquiera que piense diferente a ellos choca de frente con la peor realidad que se puede dar en unos políticos: pregonar una cosa y hacer justo la contraria. No es de extrañar, por tanto, que la desafección sea el punto principal de los podemitas en el orden de cada día. Además, de tan personalistas, la paternidad de Montero e Iglesias ha dejado mudo el partido, cayendo en la más absoluta intrascendencia dentro de la política española.

Ese personalismo ha condenado la viabilidad de la formación. Tanto el secretario general como su número dos han concebido un partido para ostentar el poder el máximo tiempo posible y, a partir de ahí, cimentar su seguridad vital. Lejos de perseverar en su fallido «asalto a los cielos», lo primero que han hecho es comprar una mansión inaccesible para la gran mayoría del espectro de sus votantes que, desencantados, comienzan a abandonarlos en masa. ¿Qué se puede saber de los desfavorecidos cuando sus casas caben en tu habitación?