P$OE, un partido sobre valorado
Ahora que las encuestas políticas de nulo rigor metodológico alteran las plantas nobles de los partidos, conviene recordar a quienes aspiran a suceder al autócrata de prostíbulos, que el apoyo sociológico no sobreviene como reacción a una cocina demoscópica, sino a la capacidad de ofrecer un proyecto alternativo que combine por igual un discurso ilusionante que aglutine la desazón general con el rumbo del país, y además sepa ofrecer una constante batalla cultural ante la propaganda mesiánica y cautiva con la que el socialismo de hez y martillo, de puño y trinque en el poder, somete a la población.
En esta España que la derecha cree de izquierdas, es conocido que el sujeto colectivo zurdo se sigue movilizando en torno a las causas que mejor le definen: el rencor y la envidia. En esa mezcla incorregible, las hordas siniestras se consideran tan importantes como para hacerle ver al mundo que «luchan» por solucionar problemas que tienen a miles de kilómetros, aunque dimitan de los que cada día sufren en su país, como buenos esclavos del pesebre. La izquierda callejera, donde se siente realmente feliz, es alrededor de la tribu, allí donde el hedor a odio triunfa entre cánticos baratos, en ese extremo que junta estupidez e ignorancia, conceptos por otra parte inocuos sin la subvención moral pertinente. Por eso no hay que prestar atención al alpiste que mueve su inteligencia.
La prueba de su indolencia cívica es que marchan por Palestina la misma semana que se destapa la contabilidad B del PSOE, esa presunta financiación ilegal que constituía una línea roja para los ídem cuando gobernaba el PP, pero que ahora supone una pequeña indignación política de los socios que mantienen la farsa, quienes se enfadan ma non troppo, porque la decencia no paga facturas ni el tren de vida que les mantiene en la poltrona vividora. Así, la corrupción, consustancial en la naturaleza humana, se convierte en permiso de vida para quien la cuestiona y condena según de donde provenga. Si dicha impronta delictiva se ejecuta bajo siglas socialistas, la indignada muchedumbre oculta sus ojos con palestinas y pañuelos de alhelí, como los capullos de los que hablaba Umbral.
Y el PSOE, ese partido sobre valorado que construye su historia y su relato en base a lo que no hace nunca ni a lo que nunca representa, esto es, en torno a lo contrario de lo que dice y hace, demuestra una vez más lo que es cuando se sienta en el poder: una organización saqueadora, corrupta y con evidentes tics autoritarios. Ahora, vuelve a las andadas, manipulando encuestas y ciudadanos, con el propósito de seguir delinquiendo en paz y sin miedo.
La derecha que venga a sustituir a este despropósito antidemocrático, si le deja la motorizada zurda que ya afila la guadaña del miedo, debe entender lo que le espera cada día, y por ello, no debe temblarle el pulso a la hora de buscar la justicia perdida, la libertad conculcada y el progreso arrebatado. Y sin complejos, tomar decisiones que alteren la paz que nunca tendrá con la ultraizquierda infiltrada por cada rincón del Estado. Empezando por las aulas y terminando por las leyes. El foco discursivo ya no es la flotilla, sino los sobres que empapelan la cueva de Alí Ferraz de permanente y consentida ilegalidad.
Ya lo dijo Sánchez en el discurso que justificó la moción de censura en 2018: «La corrupción actúa como un agente disolvente y profundamente nocivo para cualquier país, porque disuelve la confianza de una sociedad en sus gobernantes y debilita en consecuencia a los poderes del Estado». Lo que entonces se articuló como necesidad, hoy es de obligada exigencia impulsar. Con y sin apoyos, retratando con dureza inmisericorde a quienes apoyan por supervivencia lo que entonces denunciaron por interés. Si la oposición no está a la altura de lo que España necesita en estos momentos, mereceremos cuatro años más de sanchismo, lo que supondrá el definitivo final de la democracia liberal y parlamentaria.
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