Pesadilla teatral de una noche de verano
Con la presencia de las más altas y distinguidas autoridades se estrenó ayer en el Teatro Principal de una de las multicapitales estatales la extraordinaria obra «La urna», dedicada a la gloriosa gesta que maravilló al entero mundo planetario y panfletario.
A tan portentoso acontecimiento asistió ya comido Su Exresilencia, quien hizo su entrada en el coliseo bajo los acordes de la célebre marcha «Pumpido y Circunstancia», luciendo la banda de la Infumable Orden de Yo Estoy Bien y la insignia de la Inestable Cofradía de Si Necesitan Ayuda que la Pidan.
Después fue cumplimentado en el vestíbulo por todos los mangatarios del régimen, amén de los prelados de la nueva Fiscalía Reformada del Tercer Advenimiento, que oraron postrados a sus pies por la salvación de todos los Santos y los que convengan.
Después se alzó el telón para mostrar el escenario de la más preclara ocasión que vieron los siglos para no ver nada claro el futuro de España.
El montaje escenográfico era imponente, con una pareja de sofás de tela azul, confrontados para que los protagonistas pudieran olerse el aliento y confirmar que su interlocutor podría no estar bebido.
El público supo apreciar la arriesgada propuesta escénica, con aquellos sofás de dos plazas en cada uno de los cuales cabría un pelotón de asesores como en una lancha de desembarco, y que, sin embargo, estaban ocupados solamente por cada protagonista y su respectivo acompañante.
El propósito del escenógrafo era llamar la atención del espectador sobre la imagen que presidía la representación: la de una sagrada urna de la «república catalana» que duró ocho segundos.
Superada la prueba de la recreación de aquel histórico lugar en que se forjó para siempre el destino de nuestro augusto Perdedor, tocaba resolver la prueba del vestuario para los actores principales.
Nuevo acierto: estilismo sin estilo, figurines para dos figurones. Corbata roja el uno para tentar al otro, el tipo de pelo tupido, que acudía pastueño al reclamo, sin recelo.
Situados los personajes en el escenario, la obra capta desde el primer momento el interés del público con un diálogo muy revelador sobre el mal tiempo que suele hacer en Bruselas. Inesperadamente sale el escabroso tema de los mejillones con nata, sobre el que es casi imposible poner a alguien de acuerdo. Un escalofrío recorre la espalda del que ha venido a poner en juego la parte donde pierde el nombre…
La trascendental misión está a punto de fracasar, pero hay un nuevo giro insospechado de la escena, dramáticamente magistral. El de la corbata roja dice que habrá que dar alguna vuelta a los encajes con la Constitución. Su interlocutor ríe a carcajadas, y el de la corbata roja finalmente también, y enseguida vuelven a salir los mejillones.
Es posible que con tanto molusco alguien se acuerde de un viaje en un Peugeot… ¿Qué es un Peugeot? ¿Un molusco o un lugar donde se comen? El de la corbata roja piensa que habrá que preguntarle a Koldo, que los devoró sin freno… los kilómetros… en el viaje iniciático de Su Exresilencia.
Al de la corbata roja le suena entonces el móvil. Otro pasaje genial. El tipo del pelo tupido trata de descifrar las palabras que el otro murmura al teléfono. Pronto descubre que está hablando de Pamplona pero, aunque todo el mundo sabe que es San Fermín, dice que el patrón es Arnaldo, porque es el que manda de verdad. Su Exresilencia y todos los mangatarios aplaudieron a rabiar ese momento.
El autor de la pieza mantiene tirantes las riendas de la conversación entre los protagonistas, tanto como las de La diligencia de John Ford. ¿Alguien ha dicho diligencia? ¿Qué diligencia? ¿En qué juzgado? El de la corbata roja suda frío. Al tipo del pelo tupido, en cambio, se la suda. Ya ha jugado sus cartas. Y sus cartas son la magnánima necesidad de Su Exresilencia.
Nuestro preclaro estadista se levantó un día, miró al horizonte y allí, con visionaria profundidad, encontró la respuesta al enigma de su investidura: «A mí también me la suda».
Así surgió la noble decisión de comprarle sus siete votos al tipo del pelo tupido al módico precio de borrar todos sus delitos y ya de paso borrar el Estado de derecho y lo que haga falta. ¿Todos los delitos? Todos, y los de su propia familia también si es preciso.
Fue entonces cuando sus emisarios, el de la corbata roja o el de zapatero a tus tiranos, partieron como centellas hacia Bruselas, dispuestos a montar el ‘pufo’ fiscal, traspasar el control de las fronteras o permitir el referéndum dichoso y dicharachero.
Todo por la voluntad de Su Exresilencia que, en un rapto de mística iluminación, consideró que la nación debía ser respetada con la ley en la mano como un patrimonio común a proteger de afanes rupturistas y desintegradores. Aunque finalmente decidió, gracias a esa sabiduría natural contagiada por sus escuderos en el Peugeot, que también podía ser explotada a su personal conveniencia como una de las mujeres de vida licenciosa que harto frecuentan.
Sin duda, la obra teatral que nos ocupa alcanzó su auténtico clímax cuando el tipo del pelo tupido le preguntó al de la corbata roja: «¿Y tú a qué te dedicas?». El interpelado, en una mueca de cachondeo digna de un premio Max, mira entonces la imagen de la sagrada urna de la «república catalana» que preside el escenario, y contesta: «A lo mismo que tú».
Soberbia la obra estrenada en el Teatro Principal ante todos los mangatarios del régimen para representar el momento fundacional de éste, con dos personajes que, en nombre de Su Exresilencia, se vieron cara a cara en Bruselas con unas rejas sobre sus cabezas: las representadas en la sagrada urna a modo de símbolo heráldico del destino del de la corbata roja. Ahí el escenógrafo sí que estuvo realmente fino.
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