Opinión

Pedro Sánchez, todo un ejemplo de indecencia política

Esta ronda de consultas ha constituido una afrenta al papel de árbitro y moderador del Rey. Todo ha venido marcado por la actitud de un Pedro Sánchez incapaz de entender que las formas en democracia constituyen el cauce institucional que las dota de esencia y de sentido. El artículo 99 de la Constitución establece cuál es el papel del jefe del Estado tras unas elecciones generales. No es un mero enunciado de carácter exclusivamente retórico, sino la descripción de un proceso tasado en el que el Rey es informado del sentido del voto y de la voluntad política de cada una de las fuerzas parlamentarias, a fin de que pueda determinar si procede la designación de un candidato a presidente del Gobierno. Sánchez no ha respetado los tiempos del Rey y ha tratado de instrumentalizar su figura, porque ha supeditado su propio interés político al papel constitucional de Felipe VI.

La política española es un despropósito en el fondo y en las formas. La decisión de ERC de no acudir a la ronda de consultas, además de una vergüenza democrática, ha impedido que el Rey pueda formarse una opinión cabal y directa sobre los apoyos con los que cuenta Sánchez ante una eventual investidura. Que haya sido el propio presidente en funciones quien informara al Rey no deja de ser una anomalía democrática, en tanto que la Constitución establece que serán todas las fuerzas con representación parlamentaria quienes den cuenta al jefe del Estado de su decisión. ERC, cuyo voto es crucial para que Sánchez sea investido presidente del Gobierno, se ha negado a informar al Monarca en una actitud intolerable que revela la degradación acelerada de la democracia española. Provoca indignación que un grupo de golpistas plante al Rey y encima se jacte de estar ante la «oportunidad histórica de sentar al Estado a negociar».

Todo vale para Sánchez con tal de mantenerse en La Moncloa, incluso permitir la humillación al Rey y ciscarse en la dignidad de España y de los españoles. La unidad nacional está seriamente amenazada; el jefe del Estado ha sido ninguneado y el presidente del Gobierno en funciones, impasible, sigue a lo suyo después de que haya sido designado oficialmente candidato. Estamos ante la demostración más clara de indecencia política de la democracia.