Opinión

Pedro Sánchez o el síndrome de Scarlett O’Hara

Comprender los motivos por los que Pedro Sánchez ha ido tomando determinadas decisiones a lo largo de su vida política y neutralizar las consecuencias de sus actos requiere que analicemos su personalidad, la pulsión que mueve a ese hombre y que nada tiene que ver con la ideología que confiesa o con la que gusta de adornarse.

Cada una de las decisiones políticas que ha ido tomando Pedro Sánchez ha estado precedida de solemnes desmentidos. Desde el compromiso de convocar elecciones de forma inmediata tras ganar aquella moción de censura destructiva hasta los socios con los que no iba a coaligarse (Podemos) o con los que de ninguna manera iba a suscribir acuerdos para lograr una mayoría que le permitiera alcanzar el poder (Bildu), todo ha sido mentira. Qué decir de los indultos generalizados con los que pagó el voto a los sediciosos y prevaricadores catalanes después de haber dado su palabra de que respetaría íntegramente las sentencias y los delincuentes cumplirían -también íntegramente- las condenas. La última -a día de hoy, que mañana ya veremos- es haber trasmutado el compromiso de traer a Puigdemont para que sea juzgado por los tribunales españoles en un acuerdo con el prófugo en base al cual se aprobará una ley de amnistía con la que el Estado español pedirá perdón a los delincuentes por haberlos juzgado, borrará los delitos que cometieron, declarará que España es una democracia de baja calidad que aplica leyes antidemocráticas y tiene tribunales prevaricadores, y constituirá comisiones de políticos que se dedicarán a juzgar a los jueces. Todo ello no es consecuencia de que él cambie de opinión; es que, como en la fábula de la rana y el escorpión, él es así, está en su naturaleza.

Mientras escribo estas líneas, un enviado de Sánchez se reúne en Suiza con un enviado de Puigdemont para decidir entre ambos el futuro de España y de nuestras instituciones. Y para que la humillación al Estado y al conjunto de los españoles sea aún mayor, esas reuniones cuentan con un mediador internacional que verificará y tutelará las conclusiones de los acuerdos y su cumplimiento. Que esas reuniones se celebren en territorio extranjero resulta completamente coherente con la ley de amnistía y con los acuerdos suscritos en Bruselas entre PSOE y Junts; si ambos han convenido que los golpistas catalanes actuaron contra un falso orden constitucional porque en España no existe el Estado de derecho y los tribunales de justicia aplican leyes no democráticas, es normal que ni el PSOE ni Junts (el partido que preside el Gobierno y el que dirige un prófugo de la Justicia contra el que pesa una orden europea de búsqueda y captura) no reconozcan que las Cortes Generales son la sede en la que reside la soberanía nacional. De una sola tacada, Sánchez ha convertido a un prófugo en exiliado político y ha exiliado a las Cortes, anulando los efectos del artículo 1.2 de la Constitución: «La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado». Y el Artículo 66 al completo:

1. Las Cortes Generales representan al pueblo español y están formadas por el Congreso de los Diputados y el Senado.

2. Las Cortes Generales ejercen la potestad legislativa del Estado, aprueban los Presupuestos, controlan la acción del Gobierno y tienen las demás competencias que les atribuya la Constitución.

3. Las Cortes Generales son inviolables.

Y, como siempre que se juzgan los actos del personaje que preside el Gobierno de España, vuelve la pregunta de cómo es posible que sólo para mantenerse en el poder Pedro Sánchez haya llegado al extremo de deslegitimar al sistema que le ha permitido llegar al poder. La respuesta es bastante sencilla, pero para llegar a ella hemos de desechar los tópicos que se aplican a un político al uso. En primer lugar hemos de asumir que lo de este hombre no es de análisis sino de diagnóstico, pues la pulsión que mueve todos sus actos no obedece a su ideología sino que descansa en la confluencia de dos poderosas fuerzas de su personalidad. De una parte, su irrefrenable ambición de poder, propia de un narcisista de libro que le permite actuar con autocomplacencia, grandiosidad y arrogancia, pues se sobrevalora y desprecia a los demás y se vuelve agresivo ante la crítica; y de otra parte, la acumulación de frustraciones en los primeros años de su vida política en los que tuvo que soportar que en su partido no le reconocieran sus méritos. El narcisismo es de origen; la necesidad de venganza es consecuencia de los años en los que fue acumulando resentimiento.

Y es que, aunque poca gente lo recuerda, durante muchos años Pedro Sánchez fue un meritorio de los Pepiño boys que lo nombraban suplente en las tertulias, lo incluían en las candidaturas al Ayuntamiento o la Asamblea de Madrid en puesto de no salida, le encargaban que trabajara para recoger avales de uno u otra candidata, lo ponían en la lista del Congreso por Madrid en lugares en los que había de esperar meses o años a que se produjeran dimisiones para recoger el acta de diputado… Todo eso fue forjando al hombre que hoy conocemos, a ese personaje soberbio que necesita una permanente atención, a ese hipócrita frío cuyas relaciones interpersonales se caracterizan por la autopromoción y que ha dado sobradas muestras de ser capaz de destruir a quien no le muestre pleitesía o le rechace por haber descubierto lo que es.

Según diversos estudios científicos (a modo de ejemplo el articulo firmado en 2015 Frieder Wolfsberger publicado en Mente y Cerebro) puede afirmarse que quien posee los tres ingredientes de la personalidad denominada en Psicología como la Triada Oscura -psicopatía, maquiavelismo y narcisismo- está muy bien dotado para dedicarse a la política. Si a eso le añadimos la acumulación de resentimiento, nos salen las obras de Pedro Sánchez. Y no me refiero a los libros o tesis doctorales que le escriben otros y firma él sino a esos actos increíbles que jalonan su herencia política maldita para la convivencia entre españoles y para la seguridad y permanencia de nuestro Estado de derecho.

Así, degenerando y yendo siempre más lejos de lo que cualquiera, -incluidos quienes peor opinión sobre él- pudiéramos temer, es como Pedro Sánchez ha llevado a España a esta situación que comienza a presentar signos de ser límite. Porque él, cual Scarlett O´Hara, hace cada mañana un juramento: «A Dios pongo por testigo que no podrán derribarme. Sobreviviré, y cuando todo haya pasado, nunca volveré a pasar hambre, ni yo ni ninguno de los míos. Aunque tenga que mentir, robar, mendigar o matar, ¡a Dios pongo por testigo que jamás volveré a pasar hambre!». A la vista está que ese es el único juramento que guía a Pedro Sánchez: hacer lo que sea, con quien sea y como sea para mantener el poder.

No soy de jaculatorias, pero a lo mejor hemos de poner a Dios por testigo de que la España insumisa que ha salido a la calle para proteger a nuestras instituciones y la libertad e igualdad entre españoles no callará ni cederá en la defensa de la democracia y resistirá hasta triunfar sobre los abusos de poder del Gobierno de Sánchez y sobre su pretensión de romper la unidad de la Nación. Así que, por lo que a mí respecta, ahí va el juramento: Jamás volveremos a callar, jamás permitiremos que un tipo borracho de ambición de poder y un partido político que ha traicionado lo mejor de su historia democrática tiren por la borda la democracia que construyeron nuestros padres y que tenemos el deber de ceder a las nuevas generaciones. Jamás nos rendiremos.