Opinión

París, siguiendo por Caracas, Waterloo y Barcelona

Desde el pasado 26 de julio y hasta ayer 11 de agosto, han sido 16 los días transcurridos con un foco de interés centrado en la ciudad de las luces, París, como la sede de los Juegos Olímpicos 2024. Tras los anteriores Juegos de verano de Tokio 2020, pero celebrados en estas mismas fechas de 2021 por el confinamiento debido a la pandemia del Covid y en un ambiente un tanto desangelado por ese motivo, se esperaban éstos con particular interés. Y Macron y la francmasonería tenían además un particular interés en celebrarlo tras haber impedido de momento-, y pese al rotundo triunfo de los de Marine Le Pen- un gobierno de «ultraderecha» tras las recientes elecciones legislativas francesas. Tanta era su preocupación que la francmasonería junto a las demás obediencias masónicas, emitió un comunicado público el pasado 13 de junio, convocando a todos los «masones y masonas», a reunirse en París y en todos los Orientes de Francia el 18 de junio, para tratar de esas elecciones. En su opinión, la «extrema derecha» ponía en riesgo los valores de Libertad, Igualdad y Fraternidad de la Revolución y que consideran identifican a la República con la masonería.

Desde luego no se puede negar que los Juegos Olímpicos no les habrán defraudado con sus ceremonias de apertura y de cierre, donde su huella ha resultado evidente para cualquier persona «con ojos para ver y cabeza para entender» y siempre que «quiera ver y entender». La apología de la ideología de género y del aborto, junto al grupo drag queen en la blasfema parodia de la última cena del Señor con sus discípulos antes de ser crucificado, son ejemplos patentes de todo ello. Por supuesto, los creyentes que se han sentido ofendidos en sus sentimientos y creencias religiosas son unos «ultraderechistas, homófobos, e intolerantes, que odian la diversidad y la inclusión». Como ese payaso y alcalde soriano, bendiciendo a la gente con una escobilla de baño desde su «papa móvil». Ya sabemos que vivimos tiempos propios de la actual decadencia de Occidente, y la actual Francia ha dado una auténtica demostración de ello. Y acompañado de nuestro autóctono payaso. Sin perjuicio de no olvidar otras consecuencias a comentar como experiencias dejadas por estos Juegos de París, la actualidad de este agosto vuelve más intensamente la vista hacia Caracas y Barcelona procedente de Waterloo.

En Venezuela, el «muy progresista» dictador Maduro, tan cercano a quienes tienen el gobierno de España en sus también muy progresistas manos encabezados por Sánchez, ha demostrado una vez más el concepto que tiene de la democracia. El fraude electoral es tan evidente que hasta indiscutibles «progresistas» líderes como Lula da Silva, Petro, y Boric entre otros significados miembros del grupo de Puebla, le han pedido que aporte las actas electorales que acrediten el auténtico veredicto de las urnas. Llamativo resulta que Zapatero se haya negado a exigirlas «para no dar más argumentos a la violenta ultraderecha». Dada la estrecha relación personal y política entre Sánchez y él, y a su vez de éste con Maduro, que cada cual extraiga las conclusiones que estime oportunas al respecto, pero exigen una explicación por su evidencia.

Un tercer foco de la actualidad informativa política, es nacional y está localizado en Barcelona, donde Puigdemont, ha sido protagonista de excepción en absoluta connivencia con el todavía inquilino de la Moncloa. El ridículo ha sido de tal nivel que ha merecido comentarios en los más cualificados medios de comunicación de nuestro mundo occidental. Habrá que estar atentos a la pantalla del magistrado juez Llarena, que había cursado una orden de detención a los cuerpos y fuerzas policiales, y de la calificación jurídica que le merezca el referido esperpento.

No es para menos que venga un conocido político, huido de la Justicia desde hace siete años, anuncie con toda publicidad su regreso para estar presente en la investidura en el Parlament de Cataluña, ofrezca un mitin en plena ciudad desde un escenario previamente instalado, y vuelva a fugarse sin que nadie de una explicación convincente. Habrá que esperar a su próximo movimiento en el Congreso del que depende la continuidad de Sánchez.