Otro ultraizquierdista que se ríe del Holocausto
Si hubiera algo positivo en que España durante los años 30 del pasado siglo estuviese presa como nación de sus propios demonios internos es que, al menos, así no pudo luego participar en la Segunda Guerra Mundial. La tragedia de la Guerra Civil, sin minusvalorarla, es un juego de niños comparado con el horror alcanzado durante el conflicto posterior. Y no se trata sólo de una cuestión del número de muertos y heridos entre una y otra guerra, sino de la comisión del Holocausto, el mayor crimen de la humanidad.
La especificidad de la Shoah, el nivel de maldad que le confiere un rango único en la historia, se encuentra en la tremenda cifra de personas asesinadas –seis millones de judíos sobre un total aproximado de 11 millones de personas– y, sobre todo, en su metodología y finalidad.
Organizar un sistema industrial a gran escala para asesinar a millones de seres humanos por motivos raciales e ideológicos significa combinar, en el mismo proceso, el máximo nivel de la razón instrumental y la perversión más profunda de la razón moral. Las víctimas no eran culpables de nada, salvo de existir y este derecho se les negó a conciencia. Esta es la triste y real paradoja; cómo pudieron los nazis adentrarse con tanta fría lucidez en semejantes abismos del mal. El Holocausto es un crimen que no se agota porque nunca termina de comprenderse tamaña perversidad y, por ello mismo, reclama volver a él una y otra vez, siempre con el máximo respeto a las víctimas y a sus descendientes.
La frivolización con el Holocausto es, por motivos obvios, algo impensable en otras latitudes europeas. En cambio, en España existe una cierta bula para que la extrema izquierda haga bromas de pésimo gusto con la Shoah. Lo acabamos de comprobar de nuevo con Ernesto Castro, a quien sus alumnos de la Complutense sitúan ideológicamente muy a la izquierda de Podemos, y todos recordamos el caso de Guillermo Zapata, concejal de Manuela Carmena en el Ayuntamiento de Madrid.
Podríamos consolarnos pensando que ellos solos se retratan. Pero no. La costumbre crea tendencia y nunca resultan tolerables crueldades gratuitas que hieren la memoria y dignidad de los inocentes. Urge que la Universidad Complutense abra el correspondiente expediente sancionador, máxime cuando estas aberraciones se pronuncian en un centro público, que existe gracias al dinero de los españoles.
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