Opinión

Obligación de Feijóo: letra para el himno de España

  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Tranquilo el personal: no la voy a ofrecer yo. Verán: ahora que de nuevo el fútbol nos está devolviendo el sentimiento patrio, parece ya imprescindible plantear una cuestión eternamente pendiente: la letra del himno de España. Hay que ver en estos días cómo naciones modernas, ¡qué decir de las más veteranas!, exhiben festivamente sus himnos completos, letra y música, cuando sus selecciones se aprestan a enfrentarse a otras rivales que, igualmente, despliegan su canto acompañando el compás, para mayor honor, con el gesto de los protagonistas; desde el capitán de cada equipo hasta el utillero más humilde, colocan su mano derecha sobre el corazón, una iniciativa que, parece, la ha copiado el mundo entero del ejemplo yanqui.

Uno de estos días en uno de estos acontecimientos deportivos, un amigo acompañante ante la televisión me hablaba con pena cuando nuestra Marcha Granadera sonaba en la jaima, el estadio de Qatar en que se celebraba el partido España-Alemania. Me transmitía esto mi dolorido amigo coequipier: «Ya verás en cuanto suene el Deutschland, Deutschland über alles cómo todos los alemanes se transmutan y entonan su himno ¡qué envidia!». Minutos antes, nuestros jugadores, callados como difuntos, habían mirado al infinito nada impresionados por el masivo y gutural «Lolo, lolo, lolo…» que resulta una mala imitación del «La, la, La» de Massiel.

Un poco exagerado mi español de al lado, pero no del todo. Que se sepa, y se sabe, sólo dos países del mundo mundial carecen de letra para su himno. Los dos países no están en la clasificación universal de los importantes, son más bien de estricto cumplimiento regional. Hablamos de San Marino, una nacioncilla más pequeña que El Retiro de Madrid, y Burkina Faso, un estado independiente desde 1960 que nos cuesta situar incluso en el mapa africano. Las demás naciones sí cuentan con un canto propio y no crean que no les ha costado porque, por ejemplo los americanos USA se saben de memoria una especie de rezo que se inventó hace un par de siglos un abogadete de tres al cuarto metido a poeta malo, es una letra que está adosada a una partitura que ni siquiera se sabe quién la compuso, aunque parece que un inglés, un tal John Stafford es el mejor colocado. La canción se musitaba casi de incógnito general hasta que allá por 1931 la adoptó el Congreso, el Parlamento de Estados Unidos.

Tampoco el himno alemán tiene una historia brillante. Es en realidad -lo dice Google y resulta que en este asunto no miente- únicamente la tercera estrofa de la Canción de los alemanes, o sea el ingenio de un individuo nada famoso, pero de nombre y apellidos largos, nada menos que August Heinrich Hoffmann von Fallersleber, ¡ahí queda eso!, que compuso una admonición sentimental, ¡Unidad y Justicia y libertad para la patria alemana! a la que puso música Haydin en 1796. Ahora hay que ver con qué enfasis soltaba la frase este pasado domingo el fogoso Rüdiger, un hombre de color (de color nego, se entiende) originario nada menos que de Sierra Leona, de donde sus padres huyeron tras el enésimo golpe de Estado que sufrieron los habitantes de aquel territorio. Aún podría este cronista seguir realizando un ejercicio de simulación de cultura (en realidad todo lo antedicho está extraído de Wikipedia) y señalar que en cuanto a los británicos esa emoción que les embargo cada vez que dicen Dios salve a al Rey (ahora todavía algunos citan a la reina) no debe estar muy enterada de que no se trata de un himno oficial, sino que es una de las tres versiones sobre las que de vez en cuando se efectúan incluso referendos.

Todo lo antedicho -lo reconoce palmariamente el cronista- no es sabiduría propia, está recogido de la historia de nuestro tiempo, el instrumento del bendito Internet que en ocasiones hasta se comporta decentemente. Pero por lo que se refiere a España no es necesario encender el ordenador a ver qué nos cuenta. España -lo sabe cualquiera- tiene música, pero no tiene letra. La primera viene de los tiempos de Carlos III (¿se puede decir que fue una gran rey o eso no es ahora políticamente correcto para sujetos patricidas como Sánchez Castejón?) y en principio fue una Marcha de Honor hasta que la Granadera, los Granaderos, se quedó entre nosotros. Desde entonces, se han realizado múltiples intentos de rellenar patriótica y sentimentalmente la fenomenal y bella marcha. Recientes son los del escritor José María Pemán, insigne poeta ahora perseguido mucho después de muerto, por el infame y analfabeto Kichi, alcalde todavía de Cádiz. Y también cercana en el tiempo fue la iniciativa de Eduardo Marquina que articuló una estrofa que decía algo así como esto: «Gloria, gloria, Corona de la Patria, soberana luz que es oro…», o sea un bodriete entusiasta más cursi que la repipi Yolanda Díaz, que cada vez que habla parece que está recitando, aunque ella no lo quiera, una carta de la señora Francis de nuestra infancia. Quedan por mencionar la idea que emprendió en 2007 la Sociedad General de Autores de España en concomitancia con el Comité Olímpico Español y que fracasó estrepitosamente, y el fiasco también grande del compositor Víctor Lago Pérez que en junio de 2018 remitió al Parlamento una propuesta bastante digna que ni siquiera la Cámara Baja se molestó en contestar.

Aún queda otro impulso notable por el que creo que voy a recibir (tengo que hablar en primera persona) cuchufletas y sarcasmos de varios imbéciles, una propuesta que a este cronista le resulta la mejor de las iniciativas. Es la que improvisó (una buena improvisación precisa de años de ensayo) la rotunda cantante Marta Sánchez, y que resulta a estas fechas, pienso, la más adecuada para los tiempos que vivimos. No despierta emociones sobrenaturales, ni nos incita, como La Marsellesa a la guerra contra no se sabe quién; no, es una letra poco atrevida y cuidada que empieza rememorando que «Vuelvo a casa, a mi amada tierra/la que vio nace un corazón aquí/ Hoy te canto para decirte cuanto orgullo hay en mí…» . Ya se ve que no es poesía para incluir en las Mil Mejores de la Lengua Castellana, pero al cronista le gusta en su totalidad y la suscribiría. Pero no tiene futuro porque, al fin, es la creación de una cantante pop, así que se me ocurre otra idea: nada más llegar al poder Feijóo, y espero que sea cuanto antes, debe convocar un concurso público para elegir una letra oficial, una letra modesta sin excelsas pretensiones que encierre tres palabras absolutamente imprescindibles: Patria, Verdad y Futuro. Todo menos seguir haciendo gorgoritos con el  hortera «Lo, Lo, lo, lolo…»