Entre «negacionistas», «conspiranoicos» y «colaboracionistas»
Termina un año en el que como primicia podemos relatar que la cacareada «nueva normalidad» debe ser vivir bajo toque de queda, guardando distancia social, e ir por la vida amordazados. Mientras, la consigna oficial era que debíamos vacunarnos para alcanzar un 70% de inoculados y conseguir la ansiada «inmunidad de rebaño», y se nos amenaza con el «pasaporte COVID», ahora transformado en «green pass», que queda muy chic. El año pasado, cuando lo que se contaban no eran contagios sino fallecidos, fuimos confinados durante 14 largas semanas, en una suerte de pena privativa de libertad domiciliaria, mientras se nos aseguraba que todo acabaría cuando estuviera la vacuna a la vuelta del verano. Entre tanto, Sánchez y el «Dr. Simón» nos animaban a disfrutar de las vacaciones estivales sin restricciones. Después entramos en una etapa en la que bajo un nuevo estado de alarma tan inconstitucional como el anterior, la gestión quedaba encomendada a las Comunidades Autónomas bajo el modelo de una inexistente cogobernanza.
España ya ha superado ampliamente el 70% de inoculación ansiada, siendo uno de los países con más población vacunada -y no una, ni dos, sino hasta tres veces-, mientras se anuncian más variantes y más dosis. Nos vendieron esta Navidad como la del retorno a la normalidad, pero lo cierto es que ha vuelto a celebrarse con las restricciones del año pasado. En Cataluña, -«modelo de gestión»- además bajo toque queda y, como en toda España, amordazados por la calle y con numerus clausus para encuentros en casa.
Por todo esto, próximos a culminar el segundo año de pandemia, parece llegado el momento de exigir claridad a los responsables de la gestión. Vivimos en una confusión permanente con una falta patente de información veraz. Este Gobierno de la «transparencia» oculta a su comité de expertos que les asesora para tomar resoluciones tan científicas como volver a la mascarilla en la calle en base a una encuesta. Ignoramos también los informes técnicos que avalan sus decisiones, y la información publicada por el Ministerio de Sanidad es confusa y contradictoria. Al final, cada cual busca su propio virólogo de cabecera, dejando en evidencia la disparidad de criterios respecto a un tema tan complejo como novedoso. ¿Dónde está la verdad? Ya es hora de alzar la voz para exigirla. El desgaste y la hartura tienen un límite. ¿Funcionan las vacunas? ¿Realmente su finalidad es evitar sólo la enfermedad grave, dejando abierta la posibilidad de infección? Si no son esterilizantes, que lo expliquen en un lenguaje inteligible y didáctico para comprender que son efectivas. ¿Hay posibilidad de encontrar una vacuna que corte la transmisión, que alcance la deseada inmunidad? ¿A que escenario nos abocamos?
El debate científico brilla por su ausencia, cuando debería estar en la primera línea de exigencia para que los poderes públicos tomen sus decisiones con criterios debidamente solventes basados en un sólido aval científico a fin de derrotar definitivamente al virus. De otra forma, la única controversia es la que se da entre los «negacionistas» y los sobrevenidos como «colaboracionistas», que pontifican una cosa por la mañana y la contraria por la tarde, tachando de «conspiranoicos» a los que discrepan o piden aclaraciones.
La confusión está servida, y el Gobierno no parece querer despejarla. Es mejor que la población esté todo el día discutiendo entre sí en un ambiente de crispación sin precedentes en nuestro país. Manejar a una población en discordia y dividida es más fácil, aderezando la situación con una buena dosis de miedo. Así tampoco de habla de otros asuntos importantes, que se legislan de tapadillo. La ventaja es que la amplitud de la alfombra de la pandemia permite esconder bajo ella toda la porquería.
Que el COVID existe y mata es evidente. Pero se necesita poner fin a tanto desconcierto, y los gobernantes tienen la responsabilidad de dirigir eficazmente esta situación. La verdad nos hace libres, y ello exige conocer con certeza o, en su caso, admitir nuestras limitaciones. En medio de tanta incertidumbre, se desconoce dónde está la verdad.
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