La necesidad de votar y del voto útil
Ha comenzado la campaña electoral de las que son, quizás, las elecciones generales más decisivas desde 1977. Es cierto que las de junio de 1977 fueron las primeras; que las de 1982 fueron las del cambio a los socialistas; que las de 1996 fueron las del cierre de ciclo de González y llegada del reformismo de Aznar; que las de 2004 fueron dramáticas; y que las de 2011 fueron imprescindibles para enderezar la economía. Ahora bien, en estas elecciones de ahora nos jugamos mucho, porque la tenebrosa alianza conocida como «Frankenstein» que Sánchez tejió para echar, primero, al PP del Gobierno mediante una moción de censura que de constructiva no tuvo nada, porque sólo les unió el odio al PP, no un programa de Gobierno, y, después, gobernar tras las elecciones generales de noviembre de 2019, de consolidarse tras las elecciones del veintitrés de julio, introduciría a España en un camino desconocido, donde los aliados de Sánchez desearían avanzar en la demolición de la Transición, de nuestra Constitución y de nuestra convivencia, pues ellos no ocultan su desacuerdo con la reconciliación surgida de 1977 y de la Constitución de 1978.
Sánchez sólo puede gobernar apoyado en esa peligrosa amalgama, no tiene más opciones, puesto que parece imposible que pueda no ya ganar las elecciones, sino alcanzar la mayoría con sólo uno de ellos, y aunque así fuese, todos ellos, todos, sin excepción, representan ese peligro mencionado. Sí, también Sumar, que no es otra cosa que Podemos con otro nombre para hacerlo más atractivo, pero es el mismo comunismo rancio.
Ante ello, es imprescindible, para garantizar la convivencia que los españoles nos dimos en la gran reconciliación nacional de la Transición, derrotar a Sánchez y hacer posible que un gobierno alternativo a él se conforme, y ese gobierno pasa necesariamente por el Partido Popular. Los resultados dirán si necesita después apoyos o no de Vox, dado que el resto apoyará seguro a Sánchez, pero para hacer posible ese cambio son necesarias dos cosas: la primera, que nadie que quiera que Sánchez sea expulsado de la presidencia del Gobierno deje de ir a votar. Estos votantes no pueden confiarse y pensar que está hecho a la luz de las encuestas, porque el único resultado válido es el del día de las elecciones. Si individualmente muchas personas contrarias a Sánchez se confían y dejan de volver de su lugar de vacaciones, de votar por correo o de acercarse al colegio electoral por pereza, estarán dando opciones a Sánchez y al horror que sus políticas representan.
En segundo lugar, para evitar pérdidas de escaños por los restos, se ha de generalizar la idea del voto útil, especialmente en las circunscripciones pequeñas donde el sistema de vuelve más mayoritario y el partido que menos disperse el voto suele llevarse el último escaño en liza, que pueden suponer una docena de escaños entre diferentes circunscripciones, que pueden inclinar el Gobierno hacia uno u otro lado.
Por eso, no hay que dar nada por hecho y quienes quieran derogar el sanchismo, acabar con este esperpento que ha supuesto esta forma de gobernar, nociva para España en todos su ámbitos, no deben confiarse, deben votar en masa -bien en urna, bien por correo- y deben analizar muy bien cómo es la circunscripción que votan, para que no se pierdan escaños, optando por el voto útil en el centro-erecha; voto útil claramente representado, por los números que arrojan las encuestas, por el PP, que ha de erigirse en el elemento imprescindible del cambio al que habrán de votar también muchos ciudadanos de la izquierda tradicional, histórica, que no comulga con el sanchismo, como anunció recientemente que haría un antiguo ministro socialista, César Antonio Molina. Y los electores de centro-derecha que no se decanten por ese voto útil, han de ir también a votar, en cualquier caso, por su opción preferida para echar a Sánchez, pues no se puede perder ni un voto para lograrlo. España se juega mucho y el bloque con integrantes que quiere debilitarla y un candidato que está dispuesto a dejar que se debilite con tal de seguir en la presidencia debe ser derrotado, para que vuelva la normalidad a la política española, a la gestión y a la convivencia entre los españoles, sin frentismos, sin bloques, sin fanatismos.
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