Munar, la docuserie de IB3
He seguido con interés los dos primeros capítulos de Munar, la docuserie producida por IB3 que estrenó la televisión pública hace dos semanas. A falta de los dos últimos dos capítulos que plasmarán la abrupta caída de María Antonia Munar a los infiernos y el hundimiento de Unión Mallorquina debo confesar mi perplejidad por el trato dispensado por la clase periodística mallorquina a la antaño topoderosa Munar, condenada a más de quince años de prisión a los que habría que sumar otros tantos más de no haber sido por los discutibles pactos con la Fiscalía.
Con la excepción del periodista Esteban Urreiztieta, el gran responsable a fin de cuentas de que María Antonia Munar y toda la cúpula de UM terminaran con los huesos en la cárcel, el trato dispensado a la figura de Munar por parte del resto de entrevistados que aparecen en la docuserie no puede ser más exquisito, vistas las circunstancias y la magnitud de la debacle personal y política del personaje.
Está claro que nuestros periodistas quedaron fascinados en su día y todavía siguen fascinados por Munar. “Va de soi” que el coro del Grupo Serra siga con el peloteo de siempre a la que fue sin duda su gran protegida y aliada, a quien encubrieron a capa y espada de los “injustos ataques” -en realidad, verdades como puños corroborados por la verdad judicial- de EL MUNDO / El Día de Baleares que dirigían en aquel entonces Eduardo Inda y Agustín Pery. Lo que no me esperaba es que Marisa Goñi y Mateu Ferrer, ambos de Diario de Mallorca, se mostraran también tan condescendientes con semejante “animal político”, como se titula el primer capítulo de la serie.
Entre los ex políticos que intervienen en el documental, más de lo mismo con la excepción del pesemero Antonio Alorda, el único que se olvida de los piropos y las galanterías a la susodicha para reconocer las dificultades existenciales por las que pasó el PSM ante las exigencias de Munar y cómo el acceso al poder representó la pérdida de la inocencia de su formación y de no pocos ideales de los que venía haciendo gala. El pragmatismo se impuso a los ideales para gozo de una Munar que disfrutaba viendo a los santurrones pesemeros con las orejas gachas y consintiéndole casi todo para tocar poder.
La franqueza de Alorda le honra sin duda. Seamos claros y diáfanos. Munar era una carcasa con poca sustancia ética e intelectual (en un hecho inaudito, la UIB llegó a rechazarle en primera instancia su tesis) y su discurso, trufado de incoherencias por otra parte, no pasaba de los cuatro lugares comunes y la media docena de trillados clichés de nuestros nacionalistas de campanario. Tampoco destacó por sus resultados electorales, tirando a mediocres para los recursos con que contaba -y el grupo Serra no era el menor de ellos- y las discutibles armas de las que se valía. Es preciso recordar que Munar nunca superó los tres diputados y apenas los treinta mil votos, incluso comprándolos a mansalva. En todas sus confrontaciones con las urnas, Munar nunca llegó ni de lejos al apoyo electoral del primer Albertí.
De ahí mi perplejidad con los periodistas de Diario de Mallorca, tan puntillosos y exigentes a la hora de dar consejos y hacer admoniciones a los políticos del PP y, sin embargo, tan comprensivos con una Munar cuyos rasgos más sobresalientes, ya desde el principio, fueron su desmedida ambición de poder, su cinismo y su frivolidad.
No sé si es mérito o casualidad de los productores de la serie, pero lo cierto es que han elegido precisamente aquellos cortes televisivos en los que Munar, con la cara de no haber roto ningún plato en su vida, predica campanuda exactamente lo contrario de lo que hace, una hipocresía superlativa que contrasta por cierto con la socarronería mucho más humana y real de Gabriel Cañellas, un político sin duda mucho más capaz y con bastante más apoyo popular que la alcaldesa de Costitx. Sin embargo, la imagen que el documental transmite de Cañellas es la de un líder corrupto, machista y que “odiaba a Munar”. Así escribe la historia la izquierda en IB3.
En el haber de la primera Munar, a decir de nuestros periodistas, se le reconoce en cambio haberse abierto paso como mujer en un mundo de hombres, una especie de feminista avant la lettre, haber intermediado entre partes enfrentadas en la aprobación de la Ley de Normalización Lingüística (1986) o haber intervenido decisivamente en la aprobación de la Ley de Espacios Naturales (1991). Tengo bastantes dudas de su participación en la ley de normalización y en la de espacios naturales, pero me parece el colmo del cinismo recordar poco menos que como una conservacionista adelantada a los tiempos a quien luego protagonizó, con la ayuda de Tomeu Vicens, algunos de los mayores pelotazos urbanísticos en la isla de Mallorca, aunque a menudo se quedaran sólo en grado de tentativa.
En el segundo capítulo, titulado precisamente Au Fènix, se fragua la leyenda de Munar a decir de los autores del documental y de unos periodistas que al parecer asistieron extasiados al nacimiento de la estrella munarina que iluminaría el firmamento político balear. Una Munar «legendaria» habría resurgido de las cenizas en los comicios de 1995 tras ser defenestrada como consejera de Cultura por Cañellas que, a decir de estos mismos periodistas, la «odiaba».
Yo no sé si la odiaba o no, lo que sí sé es que Cañellas nunca la necesitó para gobernar. Sí necesitó a Albertí y UM (6 diputados) en 1983. Pero no en 1987 (4 diputados), ni en 1991 cuando PP y UM se presentaron en coalición ni en 1995 (2 diputados). Parece evidente que Cañellas quería unificar todo el centro derecha balear y ello pasaba lógicamente por comerse a UM.
También parece evidente que Munar hasta cierto punto se prestó a esta operación aceptando la Consejería de Cultura dentro de sendos gobiernos de Cañellas hasta que… decidió asaltar el poder de una UM «letárgica» y resignada a recibir el definitivo abrazo del oso de los conservadores. De ahí que, en su operación para fagocitar a UM, Cañellas cediera a Munar gustosamente la Consejería de Cultura, consciente de que la de Costitx se llevaría mejor con la intelligentsia catalanista que se cobijaba bajo las faldas de Pedro Serra que con alguien de Alianza Popular al frente.
No hay que perder de vista que Cultura por aquel entonces no tenía las competencias de Educación que le serían transferidas años después y que manejaba un presupuesto irrisorio comparado con el actual.
No hay que olvidar tampoco que hasta el 2000 el Consell Insular de Mallorca apenas tenía competencias, de ahí que quepa descartar el intercambio de cromos de un PP interesado en el Govern y una UM interesada en el Consell. Munar nunca fue rival electoral para el PP de Cañellas. No era una lucha de igual a igual, como pretenden dar a entender la propia Munar y algunos periodistas que aparecen en la docuserie.
El PP aspiraba a la mayoría absoluta y al gobierno balear, UM apenas a sobrevivir. No fue hasta la llegada de Antich con la Ley de Consells y luego de Matas con la reforma del Estatuto de Autonomía cuando, precisamente para ganarse a una Munar ya todopoderosa que ya ejercía de bisagra, se dotó de competencias y recursos al Consell Insular cuya principal función hasta la fecha no había sido otra que hacer de repartidora de ayudas y subvenciones.
¿Por qué esta sobrevaloración de «un animal político» como Munar que apenas había dirigido una consejería de segunda y que resurge tal cual “Ave Fénix” en 1995 al conseguir por unas décimas porcentuales superar la barrera fatídica del 5% y conseguir dos diputados? Por una razón muy sencilla: Munar fue la llave para que gobernara la izquierda. Primero en 1995 en el Consell de Mallorca abriendo la puerta a los Antich, Triay, Sampol, Pons o Grosske que por primera vez tocaron poder y a quienes poco importó otorgarle la presidencia del Consell con sólo 2 diputados de 33, toda una anomalía democrática en términos de legitimidad de origen.
Este primer pacto de progreso insular se reeditaría en 1999 a nivel autonómico. Y más tarde otra vez en 2007 por otro puñado de votos, no sabemos si comprados a 80 euros por barba pero sí con los departamentos controlados por UM trabajando a destajo y de forma descarada en la captación de votos para la formación regionalista, como se ha constatado en la causas Minser o la Piñata y tal como denunció en tiempo real EL MUNDO / El Día de Baleares. Y eso que, a decir de los periodistas que aparecen en la docuserie, no era Munar la que «odiaba» al PP si no al revés. Que Dios les conserve la vista.
No cabe extrañarse del respeto -rayano en la devoción en algunos de ellos- del que sigue gozando Munar entre nuestra casta periodística, algo parecido a lo que ocurre con la familia Pujol en Cataluña. En realidad, Munar no es ninguna «leyenda» para nadie más que para ellos, los periodistas del Grupo Serra y Diario de Mallorca. Para el común de los mortales el fenómeno de Munar es bastante más prosaico: ni fue un «animal político» ni mucho menos ningún «Ave Fénix».
Esta Munar «legendaria» no es más que un personaje de ficción fabricado por la izquierda mediática de esta isla que no olvida que, sin su concurso, la izquierda política – que nunca ha dejado de mimar a la mediática, sea subvencionándola, rescatándola en sus gabinetes de prensa o en IB3 y últimamente incluso homenajeándola- nunca habría alcanzado el poder.
Hay favores que, amigo, nunca deben olvidarse. Aunque la hubieran crujido bajo el peso de medio código penal y condenado a 30 años de prisión de no haber sido por el celo compasivo de los fiscales. Pero esto ya es otra historia.
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