Opinión

Mónica García, de vacaciones en mitad de la epidemia

Con las urgencias de la sanidad pública colapsadas por la epidemia de gripe que está azotando a todo el país, la ministra de Sanidad, Mónica García, ha decidido convocar –saltándose los procedimientos formales– a los consejeros de Sanidad de las comunidades autónomas a una reunión el próximo lunes 8 de enero. La médico, madre y ministra se ha pasado dos semanas y media con los brazos cruzados, ajena a la situación que se vive en los hospitales.

Ahora, cuando según los técnicos los indicadores están cerca de alcanzar el pico, García amaga con hacer algo, pero saltándose los trámites, pues tendría que haber convocado previamente al órgano técnico, que en este caso recae en la Comisión de Salud Pública, donde se valora la situación actual y la propuesta «técnica» se eleva para la aprobación posterior del pleno del Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud de España. O sea, que cuando, por fortuna, la situación empieza a dar síntomas de estar controlada, la ministra entra en acción tras un largo periodo de inactividad.  La consejera de Sanidad de Madrid, Fátima Matute, ha puesto el dedo en la llaga: «Nosotros tenemos claro que en la salud no hay vacaciones y que tenemos que estar trabajando día a día al lado de nuestros profesionales. No ocurre lo mismo en el Ministerio de Sanidad, donde la ministra, de forma improvisada, se adueña de la dirección de esta pandemia cuando ha estado de vacaciones desde el 21 de diciembre». Más claro, agua.

Y es que Mónica García ha desaparecido en combate justo en el peor momento de la epidemia. Su dejación ha sido evidente, tanto como su grado de oportunismo. Ahora, cuando lo peor ha pasado, emerge de su ostracismo para tratar de ponerse la medalla. Y encima lo hace tirando por la calle del medio, saltándose los procedimientos fijados. Como política, un desastre. Y como médica, profundamente insolidaria con sus compañeros de profesión que se han pasado las navidades trabajando.