Opinión

Mingorrubio era la excusa

El Gobierno de Pedro Sánchez se negó tajantemente a aceptar la voluntad de la familia Franco para que los restos del dictador fueran inhumados en la cripta que posee en la catedral de La Almudena. El argumento era que no consentiría ningún acto de exaltación de un dictador en el centro de Madrid, temeroso de que los simpatizantes del que fuera jefe del Estado convirtieran las inmediaciones del templo en una «celebración fascista». Sus argumentos, aceptados por el Tribunal Supremo, terminaron provocando que Franco fuera inhumado en el cementerio de Mingorrubio, en El Pardo. Pues bien, un grupo de vecinos del barrio madrileño ya está trabajando en organizar visitas turísticas al camposanto.

Si el propósito del Ejecutivo fuera -como advirtió- el de impedir a toda costa cualquier acto de exaltación, su objetivo se vería comprometido al trasladarse estos a pocos kilómetros del centro de Madrid, pero no nos engañemos. En realidad, lo que pretendía el Gobierno era ganarle el pulso a la familia de Franco, un triunfo en los tribunales que se encargó de vender como una victoria de la democracia. Una burda excusa.

Exhumado el dictador y convertido el traslado de sus restos en una gigantesca demostración de propaganda -aquello fue el mayor acto de campaña del PSOE-, está por ver que el Ejecutivo haga algo por impedir que Mingorrubio se convierta en el escenario de actos de exaltación. Una vez utilizado Franco como coartada electoral, no parece que el Gobierno tenga demasiado interés en perder su tiempo mirando al pequeño cementerio madrileño.

Todo ha sido una descomunal estrategia de marketing, una gigantesca puesta en escena cuyos ecos se irán desvaneciendo a medida que el Ejecutivo entienda que Franco ya no es rentable. En torno a Mingorrubio, convertido en nuevo centro de atracción, se reunirán unos cuantos simpatizantes ante la indiferencia de un Ejecutivo que, una vez explotado el cadáver del dictador, mirará para otro lado. Todo ha sido una gigantesca farsa.