Matar, asesinar, sacrificar
Actualmente al torero se le insulta llamándole asesino, sin embargo, este concepto denota una tergiversación del sentido del sacrificio. Matar, asesinar, sacrificar… Tres palabras que tienen pálpito de muerte. Tres palabras que definen al hombre y al animal.
La muerte iguala a los seres vivos. Si bien, pese a que todos los vivos moriremos, no todos los vivos tenemos la capacidad de asesinar, ser asesinados, sacrificar y ser sacrificados.
Matar es quitar la vida a alguien o algo. Puede matar un hombre y puede matar un animal. Pero ni un animal puede asesinar a un hombre ni un hombre puede asesinar a un animal. De hecho, un animal nunca puede ser asesino de otro animal.
Utilizar el lenguaje con propiedad es un ejercicio virtuoso de trascendencia. Ahora bien, designar conceptos abstractos requiere definirse en la vida. Aquí no valen medias tintas.
El marxismo cultural es consciente del poder que tienen las palabras. Lleva décadas tratando de modificar nuestro concepto del mundo y nuestra actitud vital. Su afán es la tergiversación, modificar el uso y significado etimológico de las palabras.
El propósito que persiguen estos enemigos de la espiritualidad es borrar de las palabras los rasgos que evidencian una cosmovisión divina, puesto que el ser humano, consciente de su muerte, ha modelado su lenguaje con esta premisa. De la misma manera que construye civilizaciones, crea ritos funerarios, tradiciones.
El ser humano puede asesinar, puede sacrificar, puede matar. Pero aquí está el absurdo de aquellos que llaman asesino a un torero: el ser humano que asesina no sólo mata un cuerpo, sesga un alma humana.
Por consiguiente, un torero quita la vida al toro, por eso, se llama matador, pero no puede asesinarlo aunque quiera, aunque se lo proponga, aunque lo deseara.
Por contra, el sacrificio no es un crimen. Implica una conversación con la divinidad. Sacrificar originalmente es ofrendar a dios, a los dioses, una víctima que se mata en su honor. De ahí que el torero brinde el toro cuando comienza la faena en el tercer tercio.
Aquí está el quid de la cuestión, amigos. En estos tiempos, en los que incluso los ritos funerarios están perdiendo tristemente el sentido en el seno de muchas familias, nos es casi imposible reconocer en la muerte del toro el sentido de su sacrificio.
La condición de asesino sólo la tiene el ser humano para un semejante. Asesinar es quitar la vida a alguien, no a algo. En un sano comprender, el animal no es alguien, pese a que los perros, los gatos o los hámster, los llamemos Carmelo y no Caramelo.
Decir que un hombre, por ejemplo un torero, asesina a un toro es una aberración conceptual con la que el wokismo animal comenzó a minar la virtuosidad del torero.
Es frecuente entre los enemigos de la fiesta nacional escuchar referirse al torero como asesino. Debemos estar alerta y advertidos: quien así se expresa está enfermo, confunde el animal con un ser humano.
En esta circunstancia, la modificación del uso del lenguaje ha surgido efecto en aquellas mentes, que ya no distingue las especies, que se proclaman antiespecistas, muchas veces aun desconociendo esta corriente filosófica.
En una aparente sublimación del animal, en un conato de ascenderle en la pirámide de la creación, en ese igualitarismo, el antiespecista lo que consigue es desproveer al ser humano de su trascendencia, de su rasgo divino. Porque sólo se puede igualar el hombre al animal rebajando al hombre.
El animal nunca podrá tomar conciencia de su existencia. Nunca podrá ser un asesino ni sacrificar algo, ni distinguirá, por ende, un asesinato de un sacrificio, porque no puede distinguir en plenitud la vida de la muerte. Un animal no puede elegir si vive o muere, porque no está dotado de conciencia de sí mismo. No sabe que existe. No tiene libre albedrío. El hombre sí.
El toro huele la muerte, pero no es consciente de que se cierne su muerte. El toro no sabe que va a morir, por lo que su sufrimiento es distinto del que padece el torero que sí sabe que puede morir. El toro que no es bravo, cuando huye, huye del castigo, no de la muerte.
Un animal está o no está, pero no distingue entre si es o no es. El ser humano es el único entre los seres que es capaz de fundir y disociar estos dos planos. El ser y el estar.
El ser humano puede estar o no estar, y al mismo tiempo seguir siendo. ¿Por qué? Porque nuestra especie está marcada con el don de la eternidad.
Cuando nos morimos, el resto de seres humanos que nos sobreviven son capaces de retenernos en su recuerdo. Honrarnos. Por eso, un hombre que aspira a alcanzar la gloria, no teme la muerte. No puede morir. Siempre será aunque no esté. Esto lo saben los toreros, los recortadores, esto nos lo enseñan en las plazas, en las calles, ante un toro. Ahí están Iván Fandiño, el Yiyo, Joselito El Gallo, Manolete, Víctor Barrio. Ahí están todos.
De esta actitud ante la vida nace el espíritu de sacrificio. Dar la vida por el otro es puramente un instinto espiritual. En la tauromaquia se ve continuamente en las cuadrillas. Es lo que hace aún más hermoso, más ejemplar este arte místico.Y nos detestan precisamente por ello. Por vivir al natural, por no sucumbir a la animalización del hombre. Sabemos que asesinar y sacrificar tienen pálpito de muerte, ¡obvio!, pero se parecen lo que un huevo a una castaña.
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