Letizia y el barro
Creo que una de las imágenes más impactantes de la presencia de las autoridades en Paiporta este pasado domingo es la de la Reina Letizia poniéndose a resguardo tras el impacto de un proyectil de barro en su rostro. En la nariz, si queremos ser precisos. ¿Fue oportuno que fueran allí las autoridades? ¿Estuvo garantizada la seguridad en todo momento? A lo primero, en mi opinión, la respuesta es que sí, absolutamente. Llevábamos días esperando que se tomara esa decisión. También temíamos que los considerados responsables, tanto de no advertir a tiempo a la población como de la tardanza en enviarles ayuda, de ningún modo serían bien recibidos. Y sabíamos que el Rey tendría que ir. Que su majestad era el único que podría ser tolerado por esa ciudadanía golpeada por la desgracia y que lo ha perdido todo. Pero, aun así, era todo un riesgo.
Y al final acudieron las autoridades al completo. El Rey, el presidente de España y el de la comunidad. No he podido desentrañar de qué institución partió la iniciativa, pero ahora da igual. Mucho nos preocupaba la oportunidad de la decisión. Y repugnaba el convencimiento de que tanto Sánchez como Mazón se amparasen en el respeto que los ciudadanos aún guardan a la Corona para estar ahí de rondón. Pero la huida del presidente del Gobierno, con la excusa del lanzamiento de un objeto que ni siquiera le tocó (¡y cuando ya emprendía el camino hacia lugar seguro!) le retrató como el indigno que ya sabíamos que era. Lo supimos en el mismo momento en que puso en marcha una moción de censura con todos los enemigos de su país. Que acudieran las autoridades reforzó lo único que tenemos que vale la pena: nuestra monarquía.
La Reina fue atacada con una bola de fango. Imagino que fueron unos momentos muy difíciles. Y aquí viene la segunda pregunta: ¿estuvo garantizada la seguridad en todo momento? Evidentemente, no. Como he dicho, creo que los Reyes tenían que ir, y que han validado su papel de forma indiscutible. Pero la seguridad, obviamente, no estaba bajo control. Ya sabemos que era un pueblo de Valencia, y no un enclave terrorista. Y arrasado por las aguas, con unos habitantes agotados y rotos, como los de los pueblos vecinos. Pero es incomprensible poner a las más altas autoridades del Estado en esa situación. En este caso ha sido una suerte que carreteras y otras vías estuvieran impracticables. Sabiendo que esta visita se daría en algún momento, alguien podría haber aprovechado para golpearnos aún más fuerte. Esta vez como país.
La Reina se limpió el rostro. El pequeño milagro fue que, a pesar de ser conscientes sin duda de la precaria seguridad y las posibilidades inquietantes que iban creciendo a medida que pasaba el tiempo, ambos, Reina y Rey, decidieron seguir. Y eso, parafraseando las famosas palabras del astronauta que puso el pie en la Luna, fue un pequeño trecho para los Reyes, pero un alivio muy grande para nuestro país. Nos demostró a todos que, por suerte, había «alguien ahí».
Es bastante corriente que te hagan la preguntita: ¿eres monárquico o republicano? Antes me cortaba un poco. Soy de una época y una cultura en la que republicano significa progresista y monárquico así como chapado a la antigua. Pero ya no sucumbo a la «falacia de la doble elección». Y mucho menos ante quienes creen que debes ser algo apriorísticamente. Creo que a estas alturas a la mayoría de la ciudadanía no le intimidan esos dilemas. Sonará tosco pero yo soy de lo que funcione, y muchos conciudadanos míos también. Somos republicanos de Francia y, a la vez y sin problema, monárquicos de Dinamarca o de España. Y, en esta España corrompida y polarizada, si la Reina y el Rey siguen adelante entre el barro, España también lo hará.
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