Opinión

La frivolidad de un partido en crisis

Podemos ha vuelto a convertir una fecha importante como el Día Internacional de la Mujer en un mero escenario de folclore político tal y como hiciera el día que se constituyeron las Cortes —bebé de Carolina Bescansa mediante— o durante los distintos debates de investidura con beso y declaraciones de amor incluidas. Hacer del 8 de marzo una excusa para proponer ideas disparatadas como cambiar el nombre al Congreso de los Diputados hace un flaco favor a la idoneidad de una fecha necesaria para visibilizar el problema real de las desigualdades entre hombres y mujeres que, desgraciadamente, aún están presentes tanto en el ámbito doméstico como en el laboral.

No parece serio, disquisiciones lingüísticas sobre el género aparte, tachar el complemento del nombre ‘de los diputados’ como discriminatorio para las diputadas, tal y como han señalado Podemos y Compromís. Una frívola interpretación que, además de desviar el foco del problema real, instrumentaliza de manera pueril un día que debería dedicarse a la concienciación reposada y tranquila a favor de la mujer. Lejos de cualquier atisbo de normalidad, la táctica de convertir en propaganda casi cualquier acto público es una constante en la formación liderada por Pablo Iglesias quien este martes, para más inri, ha ocupado con su cara un cartel conmemorativo de la propia celebración.

Sin embargo, esta apropiación de la fecha por parte de los podemitas no parece suficiente para silenciar la grave crisis interna que sufren en estos momentos con seis gestoras dirigiendo la estructura del partido en otras tantas comunidades, donde han sufrido una catarata de dimisiones. Las vías de agua en la embarcación de Podemos son cada vez más numerosas y ponen en cuestión el liderazgo de Pablo Iglesias. A los problemas ya existentes en Galicia y País Vasco —en ambas regiones habrá elecciones el próximo otoño— se unen Cataluña con el debate independentista, Cantabria y La Rioja, donde la cúpula fue destituida por fraude en las primarias. Además, en Madrid, la dimisión del secretario de Organización, Emilio Delgado, ha dejado a ojos de la opinión pública las profundas discrepancias al respecto de la gestión autonómica de Luis Alegre, hombre de confianza de Pablo Iglesias, única razón por la que sigue en el cargo.

Las cortinas de humo que lanzan desde la dirección nacional de Podemos apenas logran tapar las profundas desavenencias que carcomen la estructura interna del partido. Sería de agradecer que una formación que enarboló la transparencia como modelo de gestión no tratara de engañar a sus votantes con maniobras opacas. La última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) ha dejado claro cómo la situación política se ha convertido en una de las principales preocupaciones para los españoles que en un 77% la consideran mala o muy mala. Algo en lo que redunda la actitud de los líderes de Podemos, adalides teóricos de la nueva política y que con sus respectivos comportamientos ahondan en esa desconfianza de los ciudadanos al respecto de sus representantes públicos.