Opinión

La izquierda llora a Jorge Javier

Han despedido a Jorge Javier Vázquez y España hoy huele un poco mejor, al menos en esas sobremesas que sacralizamos en la conversación y matamos en el cotilleo.  Las mismas audiencias que elevaron a los altares a un tipo siniestro que penetraba sin escrúpulos la vida ajena de los españoles, con nauseabunda alevosía, hoy le bajan el pulgar, a la espera de que su rencor encuentre otro nicho donde facturar a precio de oro el chisme.

La telebasura que él representaba mejor que nadie ha sido el calmante con el que España satisfacía sus ansiedades diarias. El pueblo ponía Telecinco para olvidar sus problemas cotidianos, como si escuchar a la musa del PSOE esputar causitas de rojo millonario les ayudara a tranquilizar envidias y deseos. Hasta ayer, el circo funcionaba. Las mesnadas que le reían las gracias al polioperado personaje cuando en sus homilías cortijeras despotricaba contra la derecha política y social, menospreciaba al Rey y a la prensa libre, y despreciaba todo lo que no fueran sus unicornios de izquierdas, ahora claman contra lo que consideran una decisión política.

Si así fuere, es de las mejores decisiones políticas que se han tomado en España desde que Gabriel Cisneros insistiera en introducir el pronombre reflexivo ‘se’ en el principio del artículo 2 de nuestra Constitución. De igual forma que la nación siempre precede a la Constitución, y no al contrario, la basura política siempre fue antes que la mediática.

No sorprende, por tanto, que quienes más critican la decisión de Mediaset de retirar Sálvame sean esperpentos escorados como Iglesias, Rufián, Echenique y sus afines de la extrema izquierda digital. La cochambre política defendiendo la existencia de la basura televisiva adquiere connotaciones de retroalimentación lógica. La necesitan para sobrevivir.

Esa salida en estampida para proteger a quien presumía de hacer un programa sólo apto «para rojos y maricones» se entiende desde la compasión. Les duele ver a uno de los suyos ser despedido tras forrarse durante años mientras llenaba de inmundicia la pantalla. En el fondo, forma parte de la empatía progre defender a un gobierno que suelta violadores a la calle y otorgar al mismo tiempo el pésame catódico a quien ocultó una violación en directo en su programa porque no convenía.

Tras la denuncia y el duelo, la reflexión. A la izquierda no le importa que quiten Sálvame de la parrilla. Les molesta que no lo sustituyan con otro formato televisivo igual, de calentamiento global de mollera. Porque en la capacidad de crear conformismo social se sitúa la clave de su éxito sociológico. Mientras estén los zombies entretenidos en la vida privada del próximo, no les molestarán cuando saquen leyes que les conciernen, afectan y destrozan la vida.

Su sueño de nacionalizar conciencias también pasa por intervenir el derecho a zapping del ciudadano. Quieren una España donde Sánchez pontifique por las mañanas, JorgeJa excite odios de portera por las tardes y Fortes remate con el No-Do nocturno. El entretenimiento que atonta es enemigo del pensamiento que critica y ahí la progresía ha encontrado el filón con el que luego justifican veleidades y corruptelas. La izquierda política genera el detritus moral que luego otros consumen.

Volvemos a Gramsci y Laclau: crean las condiciones de la crispación, mueven el puchero del victimismo, sazonan de causas su ideología y esperan que, a fuego lento, se cocine el desencanto, el descontento y la reacción social. Jorge Javier era aliado en esa causa. Ahora, se quedan sin uno de sus tontos útiles que les servía para adormecer al votante. Por eso rabian.