Iceta, los árboles no dejan ver el bosque
Cuando en el año 2015, Mariano Rajoy, obtuvo la victoria electoral con 123 diputados, se abrió un periodo de extraordinario inestabilidad que desembocó en unas nuevas elecciones generales. Tras esos comicios, los populares revalidaron la victoria, mejorando en 14 escaños el resultado anterior y forzando, de esa manera, al Partido Socialista a la abstención en la investidura de Rajoy. Pedro Sánchez ha obtenido los mismos diputados que obtuvo el PP en su primera victoria, el Parlamento está aún más fragmentado que entonces y, entre las formaciones políticas cuyos votos son imprescindibles para que Sánchez disponga de una legislatura, están aquellas que han protagonizado un golpe de Estado en Cataluña. Y, sin embargo, nadie cree que estemos ante la posibilidad de una repetición electoral. ¿Por qué? Porque el bloque de la moción de censura mantiene intactos sus objetivos comunes.
Ahora estamos viviendo un teatro, en el que la Esquerra Republicana ha decidido vetar la propuesta del Partido Socialista para que Miquel Iceta presida el Senado. Y algunos empiezan a preguntarse si la legislatura está en peligro. En absoluto. Dijo Henry Kissinger, uno de esos personajes contemporáneos clave en los juegos de poder, que “los temas son demasiado importantes para dejarlos a los votantes”. Pues eso.
España se enfrenta a un proceso constituyente por la puerta de atrás. La España que salió de los consensos del 78 va a ser parcheada hasta convertirla en un experimento federal que no va a salir bien. La eliminación de toda disidencia en el partido socialista deja a Pedro Sánchez las manos libres para que, por la vía de un nuevo Estatuto, reconozca a Cataluña una personalidad jurídica más allá de las particularidades culturales. Será el nacimiento de la nación política, esa que Patxi López recordó a Sánchez que los socialistas no apoyarían jamás, completada con un marco de financiación ad hoc. Y, después vendrán el resto. El proceso va a ser lento, tanto cono para que los miopes pueden seguir diciendo “España no se ha roto”, mientras se orilla la Constitución y la soberanía nacional. Es un billete de ida al precipicio gracias a la reedición sanchista de la socialdemocracia y a una derecha torpe, enfrentada y sin un plan.
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