El Gobierno prepara el golpe de Estado
Han reescrito tanto la historia que sólo les queda replicarla. La obsesión por ganar la guerra que provocaron y perdieron lleva en la mente de Sánchez desde que dio un pucherazo electoral en las urnas de su propio partido. Aleccionado por el reabre trincheras que ahora enriquece su odio con dictaduras asesinas -hablamos de Zapatero, el diablo que todo lo mueve-, Sánchez ejerce de autócrata descontrolado al que todo le resbala porque donde no hay alma, no hay empatía. Tampoco por la vida ajena.
Se postró Pedro en la tribuna del Congreso para humillar a los fallecidos por el apagón que su negligencia política, su sectarismo ideológico y su incompetencia como gestor provocaron.
El mismo presidente que encerró a los españoles en sus casas de manera inconstitucional mientras sus ministros se iban de prostitutas a paradores y se forraban con las mascarillas, el mismo comandante en jefe que dejó morir a cientos de valencianos en la Dana mientras les decía a los sin techo que aún siguen esperando árnica gubernamental que “si querían ayuda, la pidan”, ahora responsabiliza de su enésimo fracaso como dirigente a quienes no tienen culpa de nada. En ese “quienes” podemos incluir a todo el que no forme parte del PSOE y los medios que encubren sus felonías.
Con su costumbrista mueca de sociópata cum laude, Sánchez alabó el civismo del pueblo español ante tanta adversidad provocada, cuando en realidad retrataba nuestra indolencia, la de un pueblo apático en las terrazas de unos bares que no se pueden permitir, bailando en trenes que no dan el nivel que los impuestos pagados requieren. Una sociedad que, gracias a esa apatía, le permite seguir apoltronado en el poder, saqueando sin oposición los recursos públicos y enfangando de mentiras, corrupción y nepotismo todo lo que le rodea. Sánchez, en realidad, no estaba felicitando a los españoles por sus civilizadas maneras, sino a sí mismo por convertir en corderos a sus gobernados, abúlicos de rebeldía y conformes con el empobrecimiento moral, económico y social que sufre la nación.
La indecencia con la que soltó un bulo tras otro sobre las causas del apagón nacional y el retraso continuado de trenes por los que viajan miles de españoles cada día, es sólo la cúspide a una estrategia que se inició el día en que Albert Rivera avisó a los españoles del plan que tenía el felón con su banda, un plan que pasaba por comprar almas y revender ayudas, por envilecer a quienes se han dejado sobornar -periodistas y empresarios, sobre todo- y por ejecutar todas y cada una de las estrategias políticas y discursivas que llevan a los autócratas a consolidar su poder. Y entre ellas, la que enviaría al sumidero de la historia a una nación centenaria por vía del fraude electoral y el autogolpe de Estado.
Hagamos memoria. Entre febrero de 1936, cuando pistoleros a sueldo del PSOE se presentaron en cientos de colegios electorales para requisar las sacas con las papeletas de voto, hasta julio del mismo año, cuando el escolta del líder socialista asesinó al opositor Calvo Sotelo, España vivió entre las tinieblas del miedo, el rencor y la amenaza constante. Primero fue el pucherazo electoral que consolidó al Frente Popular y la persecución y muerte de ciudadanos disidentes, el cierre de medios de comunicación que no obedecían las directrices del gobierno de izquierdas y la quema de conventos e iglesias por ser enemigos de la República. Cuando este clima fue respondido por quienes llevan años siendo acosados y agredidos por el simple hecho de no secundar las ideas totalitarias de socialistas, comunistas y anarquistas, los dirigentes de ese Frente Popular, con el PSOE al frente, empezaron a sabotear instituciones, organismos y hasta el Banco de España, hasta que la orden de asesinar a los líderes de la oposición precipitó lo inevitable. La España de Sánchez, con el abuelo de Zapatero en la mente, empieza a replicar, punto por punto, lo que entonces sucedió.
Repasemos: ministros llamando prevaricadores a los jueces, pseudomedios a la prensa que destapa su corrupción, y señalando públicamente a ciudadanos libres en redes sociales por el mero hecho de denunciar las fechorías del Gobierno; el Presidente, indultando a golpistas -entonces Companys, ahora Puigdemont- y vulnerando la seguridad jurídica de empresas (la consulta pública que quiere hacer respecto de la OPA del BBVA a Sabadell es para que intervenga Bruselas); su familia y entorno, cercados por malversación, tráfico de influencias y otros delitos; los socios del Gobierno, unos cantamañanas del odio y la división, arietes contra la España que les enriquece y da de comer.
En definitiva, la España que soñaron Largo Caballero, Negrín, Prieto, la
Pasionaria, Durruti y tantos otros descastados enemigos de la libertad y la democracia, va configurándose a golpe de sabotaje. Porque a nadie extrañaría, al igual que sucede con los ataques de falsa bandera, como bien me advirtió el otro día mi amigo Rubén Manso, que todas estas penurias que Sánchez y su equipo de palmeros sincronizados achacan a la oposición, no sean sino una operación impulsada desde el propio Gobierno para tener la excusa perfecta con la que dar el golpe definitivo a la indolente, complaciente y crédula España. Los antepasados del PSOE entraron con escopetas a los colegios electorales para asegurar la victoria. A sus sucesores, un siglo después, les basta con asaltar un par de empresas tecnológicas. Están provocando lo mismo que entonces, y como entonces, están seguros de que ganarán. Por lo civil, o como ya es costumbre en la casa, por lo criminal.
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