¿Un Gobierno o una banda de mentirosos?
Lincoln alumbró la frase y Roosevelt y otros presidentes la repitieron hasta la saciedad. Su “se puede engañar a todos un poco de tiempo, a pocos todo el tiempo, pero es imposible hacerlo con todos todo el tiempo” es una de las frases más recurrentes de la Politología. La de ayer, la de hoy y la de mañana. Al contrario de lo que sucede en España, el embuste no es en los Estados Unidos un pecadillo venial. No. Está prácticamente igual de mal visto que la corrupción. En la democracia más potente de la historia de la humanidad la patraña se paga con la dimisión siempre. Prácticamente con pocas excepciones que confirmen la regla. Puedes mentir, claro que puedes mentir, pero como te cacen te vas por donde has venido sí o sí. Ésa es la regla de oro en las democracias de calidad.
Que se lo digan a un Richard Nixon que tuvo que subirse a la fuerza al Marine One, el helicóptero presidencial, y tomar las de Villadiego por un Watergate que se enredó definitivamente por la catarata de mentiras que salieron por la boca del denominado Dicky Tricky (Dicky El Tramposo). Más que por espiar, que también, el presidente republicano dimitió básicamente por mentir sobre su participación en la bestial trama de sabotaje al Partido Demócrata. A Bill Clinton no le procesó el inquisitorial fiscal Kenneth Starr por la felación de la becaria en el Despacho Oval ni por mantener relaciones con una subordinada sino por negar lo que luego se demostró una verdad indubitable. No le sometieron al impeachment de milagro.
De la misma manera que George H. Bush, el primer Bush, no repitió mandato por la Guerra del Golfo sino por engañar miserablemente a sus compatriotas. Al aceptar la nominación del Partido Republicano en 1988, pronunció una frase que cuatro años después sería su tumba: “Lean mis labios, no habrá nuevos impuestos” Dos años después, The New York Times le pegó un sartenazo en forma de portada que lo dejaría literalmente groggy: “Lean mis labios, he mentido”. Nunca se recuperaría y esa mentira en forma de sablazo fiscal fue el harakiri que le desangraría en la carrera electoral de 1992 frente a Bill Clinton.
Más que la corrupción tal y como la conocemos, lo que tiene contra las cuerdas a este Gobierno legal pero ilegítimo, a la par que inepto, es la mentira
En España la mentira no es por sí sola motivo de dimisión. Depende del estado de ánimo del político de turno. Si es de moral moldeable pero carácter débil, izará la bandera blanca a la tercera o cuarta embestida de la prensa. Si por el contrario, es de moral flexible pero carácter fuerte, tan fuerte como su jeta, continuará en el machito como si nada. Ejemplos históricos hay para dar y tomar. No se los enumero porque me harían falta 50.000 palabras y no las 1.000 que normalmente comprenden mis sermones dominicales.
Más que la corrupción tal y como la conocemos, lo que tiene contra las cuerdas a este Gobierno legal pero ilegítimo, a la par que inepto, es la mentira. Ésta resulta la más suave de las interpretaciones porque la falsedad es moralmente otra forma de corrupción. La sarta de mentiras en la que se ha visto envuelto desde ese día 6 de la era Sánchez en el que Màxim Huerta cesó por haber escondido al presidente sus golferías fiscales es de aurora boreal.
Visto con perspectiva, Huerta es un mártir al lado de los jetas que aún continúan en el Gobierno de España. Un mártir de las necesidades de Pedro Sánchez de mantenerse en el poder al precio que sea. Se llame ese precio “España”, “Constitución” o el mismísimo “Partido Socialista”. El propio Tesisgate deja reducido a la condición de monje franciscano a Màxim El Breve. Tan cierto es que el ministro de Cultura de los Seis Días defraudó al fisco, poniendo entre otras cosas su casa alicantina a nombre de una sociedad, como que Hacienda calificó los hechos de “infracciones tributarias leves”.
¿Acaso no es más grave el caso de un político que plagia compulsivamente una tesis que se ha hecho a ocho manos en lugar de las dos que permite la ley? ¿O está más habilitado el presidente para ejercer la función pública que ese ministro que duró seis días y seis noches? Un fraude fiscal como el de Huerta es éticamente similar al plagio de una tesis basurosa que, además, no has hecho tú y ha sido calificada con un “cum laude” en lo que constituye un atentado contra las más elementales normas académicas. Defraudar al fisco no es mucho peor que robar un doctorado. Por ahí le anda.
No se puede tener más cara que éstos de Gestha, que aplican la legislación tributaria en función del color político del contribuyente
La caterva de troleros y jetas gubernamentales no queda en un presidente que no ha convencido a nadie porque difícilmente se puede convencer a sí mismo. Pedro Duque se hizo un Huerta y ahí sigue como si nada hubiera pasado. Eso sí, hay que reconocer que se lo ha montado mejor porque el sindicato podemita de técnicos de Hacienda Gestha ha tapado unas fechorías que le permiten ostentar dos chalés de lujo riéndose del resto de los paganinis españoles. Un colectivo que fue tajante cuando salió a relucir la herencia del ex fiscal anticorrupción Manuel Moix: “Una sociedad patrimonial es ilegal cuando se monta para ahorrarse el pago de al menos el 50% de los impuestos”. No se puede tener más cara que éstos de Gestha, que aplican la legislación tributaria en función del color político del contribuyente.
Duque mintió tras la exclusiva de OKDIARIO. Vaya si mintió. Dijo que la patrimonial había alquilado el inmueble y es falso, al menos en los tres últimos ejercicios. Añadió que con la sociedad tapadera que montaron él y su mujer embajadora no se han ahorrado fiscalmente un solo euro. Nueva posverdad porque se han desgravado 151.000 euros y se han deducido todos los intereses devengados por la vivienda de Madrid desde su adquisición en 2006, 120.000 euros más del ala. Por no hablar del 3,8% que satisface de Impuesto de Sociedades cuando el tipo está en el 25%. Vamos, que se fuma 21,8 puntos, un pastizal que desde luego no contribuirá ni al sostenimiento ni a la mejora de nuestras pensiones, nuestras escuelas, nuestros hospitales o nuestra dependencia.
El elenco de pinochos no queda ahí. La ministra de Industria presentó como “seguro de vida” en su declaración oficial de bienes lo que en realidad es un plan de pensiones. Sobra decir que Reyes Maroto quería ocultar a todos los españoles que no cree en ese sistema público de pensiones del que tanto se les llena la boca. ¿Se puede ser más mentirosa? Sí. ¿Más cínica? Indiscutiblemente, no. No menos rostro pálido es el que exhibe la ilustre administradora única de RTVE, Rosa María Mateo, que también tiene sus viviendas a nombre de patrimoniales. Si bien es cierto que inicialmente la montó para prestar servicios profesionales, algo perfectamente legal, no lo es menos que luego derivó en tenedora de bienes inmuebles, obviamente, para mofarse del españolito medio que compra su hogar como persona física.
Otra que tal baila es la ministra portavoz. Esa Isabel Celaá émula de Manuel Fraga que apuesta por iniciativas legales para censurar a los medios críticos y que se queja de que le hacen preguntas “que no se pueden consentir”. La eternamente enfadada persona que informa de los acuerdos del Consejo de Ministros goza de un patrimonio inmobiliario millonario que seguramente ha adquirido honradamente. Hasta ahí todo perfecto. La ministra regañona tiene todo el derecho del mundo a ser rica. Sólo faltaba. Lo que no se antoja de recibo, ni ética ni legalmente, es presentar en tu declaración oficial de bienes un chalé de 1,5 millones de euros como una vivienda de ¡¡¡“195.000”!!!. Pero, tal y como comprobarán en los próximos días, la jetez de la ministra regañona no queda ahí. Es infinita como la misericordia del Señor.
En fin, que estamos ante el que tal vez es el Ejecutivo con mayor número de pinochos de nuestra historia reciente. Y eso que el ranking está disputado. De Montón no hablo porque La Sexta lo dijo todo sobre su tesis. Y de Delgado, la que primero no conocía a Villarejo y luego resultó íntima de él, menos aún porque está meridianamente claro. Sí recuerdo que María José Montero presentó como máster lo que era un vulgar “programa sanitario”. No confundiré la parte con el todo porque hay ministros que tienen tales currícula y tanta ética que no necesitan confundir la realidad con sus miserias ni retocar su patrimonio. Hablo de un José Borrell, de una Margarita Robles, de un Fernando Grande-Marlaska o de una Nadia Calviño, cuyos historiales personales y morales hablan por sí solos.
Que estamos ante un Gobierno inepto que sólo sabe subir impuestos y cargarse la economía es tan obvio que no hace falta recalcarlo. Que Sánchez está al albur de los golpistas, los proetarras y los comunistas que lo auparon, tampoco. Pero lo que no vamos a dejar de denunciar, nos amordacen o no, son sus patrañas. Para callarnos nos tendrán que matar físicamente porque con el asesinato civil no les valdrá. Pongo punto y final parafraseando a Rubalcaba: “No nos merecemos un Gobierno que mienta”.
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