Opinión

El Gobierno Frankenstein que hablaría «con una sola palabra»

Acabamos de conocer hoy la penúltima entrega del esperpéntico espectáculo proporcionado por el Gobierno sanchista, en este caso con ocasión de la ley que según afirmaba un orgulloso Sánchez sacando pecho «estaba a la vanguardia del movimiento feminista y sería tomada como referencia mundial para legislar sobre ello». Decimos que es el penúltimo episodio por cuanto el portavoz parlamentario en el Congreso Patxi López, ha afirmado al presentar la proposición de ley de su grupo parlamentario para corregir ese «referente mundial del feminismo», que «por supuesto no han hablado más que con sus socios» y que, por tanto, «no ha hablado con la derecha que nunca ha querido esta ley ni ninguna que ampliaba derechos a las mujeres».

Una de las consecuencias más dañinas del acceso al Gobierno por el sanchismo —hechura política del secretario general del PSOE, no se olvide— es haber degradado su rigor, solvencia, respeto y competencia a niveles desconocidos hasta ahora en nuestro régimen constitucional. En primer lugar, desnaturalizando su identidad como máximo órgano colegiado del poder ejecutivo, que ha dejado de serlo para convertirse en una mera yuxtaposición de facciones políticas diversas y enfrentadas entre sí. Conviene recordar que nada más constituirse, afirmaron Pedro Sánchez y Pablo Iglesias como líderes de los dos partidos coaligados, que el Gobierno «hablaría con varias voces… pero con una sola palabra». Lo aseguraron nada más constituido y prometido el cargo todos sus 22 (..!) integrantes, ante el Rey en el Palacio de la Zarzuela, y ante una mesa de la que ya había desaparecido el crucifijo frente al cual habían jurado o prometido todos los Gobiernos desde 1978, ya fueran centristas, socialistas o populares.

Por cierto que así el sanchismo rompió esa tradición con un gesto inequívoco del laicismo agresivo que caracteriza a su gobierno y que es propio del frentepopulismo gubernamental de triste memoria histórica entre nosotros tras la última experiencia republicana. Iban a hablar «con una sola palabra», y ya vemos lo sucedido con la referida ley del sólo sí es sí» -con el estrambote final de intentar corregir unilateralmente la chapuza anterior bendecida de manera colegiada por el Consejo de Ministros- y decimos penúltimo episodio por cuanto ahora se abre el debate en el Congreso y resta por conocer la posición del grupo parlamentario de Podemos ante la iniciativa socialista. La «única palabra» en política exterior – política de Estado, como es sabido- ha saltado también por los aires con el lamentable espectáculo dado en Rabat con la RAN —Reunión de Alto Nivel— que había sido publicitada con ostentación, presentándola como un símbolo de un nuevo tiempo en nuestras relaciones con Marruecos.

Por supuesto, gracias al liderazgo sanchista y su personal giro en la posición de España sobre el Sáhara. Las dos facciones comunistas (Podemos y Díaz) enfrentadas entre sí, como es sabido, no asistieron a la reunión en una expresión de inmadurez institucional impropia de un Gobierno de España digno de tal nombre, con el ridículo conocido al no tener Sánchez la anunciada audiencia con el monarca alauita como en todas las numerosas cumbres precedentes. Todo Gobierno del color que fuera, siempre había mantenido unidad en su interior y en materia de política exterior, lo que ahora se ha quebrado estrepitosamente. Alegan que es el primer Gobierno de coalición a nivel nacional, lo que siendo cierto no sirve como excusa para justificar lo que sucede, ya que las discrepancias políticas propias de un Gobierno plural en su composición se resuelven en su seno y se supone, han pactado su programa de Gobierno incluyendo siempre una común política exterior y de Defensa.

Ahora la insolvencia llega al límite con insultos y descalificaciones personales de ministras podemitas a grandes empresarios por el mero hecho de serlo, o con una secretaria de Estado produciendo vídeos insultando al propio presidente. Y todo eso gracias a que iban a «hablar con una sola palabra». Imaginen lo que sería si hablaran con voces y palabras distintas. No se equivocó Rubalcaba al calificarlo de Gobierno Frankenstein. Quizás hasta se quedó corto en el calificativo.