¡Fuera máscaras!
Que no mascarillas. Se les va a ver la cara dura, la pétrea, el ceño fruncido de los embusteros crónicos. No van a aparecer las sonrisas que, de forma tan cursi, tan de teresiana antigua, presume la ministra Darias, No; sí se va a reflejar la facundia de trilero cuando Sánchez, por fin el próximo miércoles, aparezca por las Cortes que ha sorteado durante todo este tiempo. Ese día, en el Pleno convocado a regañadientes, con enorme tardanza, por la fiel Batet, tendría que explicar la auténticas razones por las que ha puesto en libertad a los malhechores golpistas de octubre de 2017. Cuando una persona, un político para el caso, cambia de criterio en cuestiones nucleares como es esta de los indultos, no ya la práctica política, sino la más elemental decencia, obliga a exponer los porqués de su giro copernicano. Un antecesor de Sánchez, supuesto correligionario de esta calamidad bíblica que ordena y manda en España, modificó su juicio sobre la permanencia de España en la OTAN y acudió al Parlamento a comunicar sus razones, otra cosa es que fueran convincentes, que no lo fueron, pero, esa es la verdad, Felipe González se fajó en la tribuna del Congreso para conseguir un avío para su giro. Y lo tuvo y, eso sí, antes de llevarlo al Boletín Oficial del Estado para convocar un referéndum.
Este individuo de ahora, no. Ha realizado mil piruetas para engañar a las personas, ha desplegado una propaganda de autócrata para, con palabras blandas como “concordia” y “comprensión”, engatusar al personal y, como es su costumbre, volver a dividir a España entre los “buenos”, ellos, y los “malos”, los demás, los que no le siguen en su proceso de destrucción antipatriótica. Es muy de esperar que ese día 30 que ya está tan cerca, la oposición le despoje de esa máscara de zorro homicida que disfraza sus intenciones de asesinar nuestra Transición, el régimen político que nació con la Constitución. La oposición que queda, aun tan dividida, debe convenir en un objetivo fundamental; que este sujeto no se vaya de rositas, que quede fotografiado en su intención final de gobernar como lo que ya es: un dictador. ¡Fuera máscaras! No es un demócrata que respeta las reglas del juego. Es así y a quien le parezca exagerada esta imputación que responda a estas sencillas preguntas: ¿Cómo denominar a quien se rebela contra el propio Tribunal Supremo, actúa frontalmente contra sus sentencias, las desobedece y las descalifica? ¿Es tolerable en un administrador demócrata esa proclamación de que “ha terminado la justicia y empieza la política”? ¿Es que en una nación que se llame democrática la política puede marchar en contra de los dictámenes de la Justicia?
Ya ha dejado muy claramente dicho el Supremo que los indultos “no se ajustan a Derecho” Pues bien: quién vulnera el Derecho de forma tan palmaria ¿no es un ilegal? ¿no puede ser tildado de dictador? Naturalmente que sí; el miércoles venidero Sánchez intentará pasar el trago parlamentario apoyado en los de siempre, la ralea de sediciosos independentistas que le acompañan en este oprobioso trayecto. Son los que, con los indeseables delincuentes ya en la calle, han empezado a estrechar más y más las costuras de España. Por si faltara alguno se ha unido a la infame procesión el PNV, que ha reclamado para sí y para Cataluña la definición institucional de “nación”, una exigencia que apareja de hecho y por ahora, la conversión de nuestro Estado en un ente confederal donde cada uno puede entrar y salir cuando le venga en gana.
Sería un desastre para la oposición, y sobre todo para España, que el individuo en cuestión pasara el fielato del Parlamento sin romperse ni mancharse. El PP, Vox y el menguante Ciudadanos conocen que sí, que probablemente los facciosos como Esquerra, Junts por el no se sabe qué, los proetarras, la CUP y demás patulea, guardan toda la razón al denunciar que Sánchez se ha comportado de esta manera por estricta necesidad, como, casi con crueldad, denunció el impresentable Rufián desde su escaño. Pues claro: la necesidad de continuar en el machito. Por tanto, llegados a este punto, hay que escudriñar qué es lo que realmente ha pactado Sánchez con sus socios de coyuntura. Se sabe que ha suscrito (quizá incluso por escrito) un acuerdo de legislatura, un pacto que le permite a él continuar en La Moncloa, y a ellos conseguir, partido a partido, todas las partidas institucionales, también, claro está, las bagatelas económicas, que son la nueva réplica de aquella Declaración Unilateral de Independencia que dio provisionalmente con los huesos de Junqueras y sus cuates en la cárcel.
La ministra Darias, remilgada como es, ha pretendido disfrazar tanta incuria con un ¡fuera mascarillas” que al país entero le ha traído al fresco. Faltaba el fútbol, como en la dictadura descarada de Franco, para que los dos regímenes se parecieran tanto. El señuelo no ha cuajado, ni tampoco la bajada del IVA de la luz sobre la que no se ha dicho la verdad porque será sucedida por el aumento, sin piedad, de otros impuestos, directos e indirectos. Si este país funcionara como debiera, la Justicia se apresuraría a aprobar que los indultos han sido absolutamente ilegales, y si tuviera un mínimo de resuello sentenciaría que el secuestro al que nos ha tenido sometidos este abominable dictador ha sido ilegal. Ambas cosas retratarían a Sánchez, ya despojado de su máscara de zorro, como lo que es en realidad: un autócrata sin escrúpulos. El Parlamento, la oposición en cinco días debe arrancarle también ese apestoso disfraz.
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