Los estibadores perjudican a la «clase obrera»
Los privilegios del gremio de estibadores, concedidos por Franco y mantenidos hasta hoy por su capacidad para coaccionar violentamente, perjudican fundamentalmente al resto de trabajadores. Perjudican a los desempleados, quienes por mucho que se formen y por muy dispuestos que estén a esforzarse, no pueden acceder a ese gremio endogámico, porque los que ya están no dejan entrar a nadie de fuera. Las que mejor explican esto son las mujeres que desean trabajar en el puerto de Algeciras, motivo por el que son hasta amenazadas e insultadas. Y perjudican al resto de trabajadores del sector, a quienes los estibadores roban los inmerecidos salarios que perciben. Ellos dicen que su salario es detraído del beneficio de las empresas. Pero esto, como vamos a demostrar, es falso.
Lo primero que debemos entender es que el precio de los productos no lo fija el empresario sumando el margen que desea al coste de su mercancía. El precio lo determina el mercado como el punto de encuentro en la desigual valoración que vendedor y comprador hacen de un producto. Y a los consumidores los costes de producción les importan un pimiento. O sea, que los empresarios no pueden subir el precio porque suban sus costes por culpa de los estibadores. Y por otro lado los beneficios empresariales también los determina el mercado, de forma que si los beneficios son muy bajos el negocio dejará de ser interesante y los inversores se retirarán, con lo que los trabajadores perderán sus empleos. Y si los beneficios son muy altos el negocio atraerá a nuevos emprendedores, lo que generará más empleo y estos nuevos actores afectarán al mercado hasta reducir dichos beneficios a un nivel tal que no atraiga a nuevos inversores ni los haga salirse del mercado.
Sabido esto, sólo queda determinar cómo se fija el precio del factor trabajo, o sea, el salario. En condiciones de libre mercado el salario se determinaría como cualquier otro precio. Un trabajador estaría dispuesto a trabajar a cambio de un salario que valore más que su propio esfuerzo y un empresario pagaría ese salario siempre que a cambio obtuviera algo más valioso para él. Pero el del trabajo es un mercado intervenido, que se ve afectado por normativas, salarios mínimos, subvenciones, ayudas a los desempleados, etc., que lo distorsionan. Con todo, una de las mayores distorsiones que existen es el sueldazo de los estibadores, que los sitúa entre el 10% de los españoles con mayor renta. Y para que los estibadores ganen esa barbaridad el empresario debe, forzosamente, ofrecer menor retribución al resto de trabajadores que intervienen en el negocio, para que así sus beneficios se mantengan en un margen que le siga haciendo interesante el negocio.
¿Y el resto de trabajadores no podrían actuar igual que los estibadores y mejorar así su retribución? Supongamos que, usando la coacción y la violencia, como hacen los estibadores, los demás gremios consiguieran que los políticos les garantizasen un monopolio similar al de los estibadores, que les asegurase una retribución fuera de mercado, por encima de la que se merecen por su formación y productividad. Esta situación sólo sería sostenible mientras otros trabajadores pudieran reducir sus salarios para que se mantuviera la rentabilidad del negocio, porque en el momento en que esto ya no fuera posible, ningún emprendedor estaría interesado en invertir y todos los trabajadores perderían sus empleos. En consecuencia, es falso que los estibadores perjudiquen a los empresarios, a quienes perjudican es a los parados y a los demás trabajadores, o sea, a la “clase obrera”.