Opinión

La España feliz de Pedro Sánchez

Claramente Un mundo feliz es una de las mejores novelas que he leído en mi vida. Aldous Huxley describe en esta utopía una sociedad dividida en castas en la que cada ser humano acepta ovinamente su rol. Un universo en el que hay paz, en el que la tecnología ha resuelto todos nuestros problemas cotidianos, libérrimo en materia sexual, en el que el hambre es un mal recuerdo del pasado y en el que todo pichipata es feliz. Sin embargo, esa humanidad de Huxley es en el fondo más distópica que utópica: para conseguir el mundo perfecto ha habido que sacrificar la diversidad cultural, las ideologías y, obviamente, la religión. Los ciudadanos-ovejas creen que habitan el paraíso porque tienen lavado el cerebro pero en el fondo padecen la peor de las dictaduras.

Cualquiera diría que el genio de Surrey estaba pensando en la España de Pedro Sánchez cuando alumbró su obra maestra en el umbral de esa peligrosa década que fueron los años 30 del siglo XX. El Plan 2050 del Gobierno recuerda peligrosamente a esa uniformidad social que describe Huxley: la España del trágala en la que será pecado viajar en avión, en la que los camioneros desaparecerán, en la que estará prohibida la energía nuclear, en la que la libertad religiosa será poco menos que una pantomima, en la que ser heterosexual estará regular visto tirando a mal y en la que a todos se nos igualará educativa e intelectualmente por abajo.

Vayamos al grano. Personalmente me deja estupefacto contemplar cómo España acepta sin rechistar la autocracia de Sánchez, su ingeniería social, sus salvajadas legales y sus disparates constitucionales. Jamás entenderé cómo la patria de El Cid, de Colón, de Pizarro, de Hernán Cortés, la que se levantó frente al invencible y todopoderoso Napoleón, dice sistemáticamente amén a las burradas de este pájaro y, sobre todo y por encima de todo, acepta la bajada de su nivel de vida como si tal cosa. Y, mientras tanto, los medios a sueldo del Gobierno, prácticamente todos, nos venden una España modélica y entrañable en la que el discrepante es obviamente un fascista de tres pares de narices, un tipo con las más diversas patologías psiquiátricas, un faker profesional.

He epigrafiado La España feliz de Pedro Sánchez en 10 actos, aunque bien lo podría haber hecho en 100 o en 1.000:

1.-La España de la riqueza energética. A Mariano Rajoy y a José Manuel Soria no les van a decir ni tampoco les van a contar el pollo que les montaron cuando el megavatio/hora de electricidad pasó de 50 euros a 54. Días y días de telediarios abriendo con el “subidón”, columnistas tirando a matar al Gobierno, fascista claro, del PP y el desahogado de Évole dedicando un programa entero a la cuestión en el que el presidente y el ministro de Industria quedaban como unos auténticos desalmados. Ahora el megavatio/hora no baja de los 200 euros, es decir el cuádruple que hace un año, y el mes pasado sobrepasó los 300, esto es, seis veces más. Y aquí nadie se echa a la calle y todos somos felices. Pablo Iglesias e Irena Montera, a los que se le llenaba la boca del palabro “pobreza energética” en tiempos marianos, callan cómplicemente porque tienen los mismos problemas para llegar a fin de mes que Amancio Ortega, su lomo está forrado hasta límites insospechados y la gente les importa un comino. Todo para el pueblo pero al pueblo que le den.

2.-La España de la energía infinita. Espero que la sangre no llegue jamás al río. Es más, sospecho que, como sucedió ese 31 de diciembre de 1999 en el que los ordenadores se iban a volver locos y los ascensores se iban a parar entre planta y planta, todo quedará en un mal presagio. Más que nada, porque un parón en el suministro helaría todos los hogares de España y provocaría apagones por doquier. Ningún Gobierno occidental se puede permitir semejante caos porque entonces sí que creo que las revueltas serían inevitables. Y si sobreviene el desastre, tranquilos, que Papá Sánchez nos echará unos de esos speech en los que nos trata como si fuéramos niños y todos tan contentos. El panorama no es precisamente halagüeño: el gasoducto Magreb-Europa, que trae el 25% del gas que consumimos, se chapó hace dos semanas. No hay buques metaneros porque la mayoría los ha contratado China a golpe de talonario. Ahora sólo queda fiarse de la excelente capacidad de reacción de nuestro canciller, José Manuel Albares, que se plantó en Argel, se entrevistó con el presidente Tebboune y formalizó un compromiso para aumentar el suministro por el único gasoducto que queda operativo, ese Medgaz que entra por las costas de Almería. Veremos. En el mientras tanto no estaría de más encomendarse a todo el santoral para que el gafe de Pedro Sánchez no la termine de liar definitivamente.

3.-La España de la riqueza alimenticia. Mariano Rajoy, el hombre que nos salvó del default, nos legó un país en el que el precio de la cesta de la compra no subía mucho más allá de la inflación. Ahora el coste de los productos básicos crece por encima del 15%, tres veces el IPC y siete lo que como mucho engordarán los sueldos a fin de año, y aquí no se subleva ni su padre. Me temo que ese 15% seguramente ha sido jibarizado por los estadísticos gubernamentales. No hablo de oídas sino por boca de uno de los grandes restauradores de Madrid: “Eduardo, que se dejen de leches, a mí el producto me cuesta un 28% más que hace un año”.

4.-La España de la miniinflación. Que la España de Pedro Sánchez no es el universo happy que nos pintan sus infinitos hagiógrafos lo certifica mejor que ningún otro parámetro la inflación, situada en estos momentos en el 5,4%. Los pelotas mediáticos apuntan que el encarecimiento de los precios es el drama coyuntural de 2021 “pero a nivel mundial”. No sé si es coyuntural —mi impresión es que sí— pero tengo meridianamente claro que en esto, como desgraciadamente en casi todos los órdenes de la vida, también hay clases: somos el número 1 de los grandes países de la zona euro. Empatamos con Bélgica (5,4%), ganamos a Alemania (4,5%), goleamos a Francia (3,2%) e Italia (3,1%) y le pegamos una tunda de aquí no te menees a Portugal (1,8%). La media de la zona euro está situada en el 4,1%. Con cuentas así cualquier cuento que nos endose Moncloa se deshace con la misma velocidad que un azucarillo en una taza de café hirviendo.

5.-La España de los sueldazos y el pedazo de PIB. Crucemos los dedos para que ese mataeconomías que es la inflación constituya una mera pesadilla pasajera. De lo contrario, lo que nos espera es una pesadilla que puede destrozar nuestras economías. Teniendo en cuenta que ninguna empresa se puede permitir subir los salarios un 5,4% para acompasarlos a la carestía de la vida, el fin de la película es obvio: seremos más pobres. Por no hablar de ese PIB que el año pasado cayó un 10,8%, más que nadie en la zona de euro, y que ahora se recupera sustancialmente peor que prácticamente todos los grandes. Habrá que aguardar a 2023 ó 2024 para recuperar los niveles de riqueza previos al maldito virus chino. Los que cantamos y contamos este drama somos unos agoreros, seres hiperbólicos, porque esta España de Superman Sánchez es el auténtico Jardín del Edén.

6.-La España del petróleo gratis. Cualquiera que conduzca se cisca mentalmente en nuestro presidente del Gobierno cada vez que le toca pasar por la gasolinera. Llenar el depósito cuesta un 50% más que hace un año. Eso sí: somos dichosos como nunca antes en ningún periodo de nuestra historia. Papá Sánchez lo tiene muy fácil para incrementar aún más si cabe nuestro bienestar: que meta un tijeretazo a los tributos de los carburantes, que representan el 52% de la factura.

7.-La España de las pensiones dignas. Me provoca arcadas la terminología embustera de este Gobierno bulero. “La recuperación justa”, “la riqueza energética” y, obviamente, “las pensiones dignas”. Las de los españoles de mi generación y las que nos siguen caerán una media de 105 euros mensuales si se calcula sobre 35 años y no los 25 que se empleaban como baremo hasta ahora. Ése es el nuevo atraco que prepara el Gobierno a los españoles del baby boom. ¡Cómo mola el sanchismo! Conclusión: a suscribir planes privados o a ahorrar compulsivamente porque encima no vamos a vivir 80 u 85 años sino más, mucho más, ya que la esperanza de vida se alargará por encima de los 90. ¡Ah! y los jubilados actuales también las pasarán canutas como quiera que se consolide ese 5,4% de inflación porque el Ejecutivo no subirá las pensiones más que un 2,2%. La vida es bella en la España de Pedro Sánchez.

8.-La España de las autovías gratis. Felipe González lanzó en el ecuador de los 80 un plan de autovías que transformó las antiguas nacionales de Franco en una red similar a la que disfrutaban desde la década de los 60 alemanes, franceses e incluso italianos. Nunca hubo que pagar. Sólo había que astillar por las autopistas que construía la iniciativa privada. Nuestra ventura va a ser interminable cuando pronto, muy pronto, tengamos que apoquinar por circular por esas autovías que sufragamos con nuestros impuestos. Una doble imposición de manual que en pura legalidad debería tumbar cualquier tribunal digno de tal nombre. ¡Pero qué bien nos trata ese padre de todos los españoles que es Pedro Sánchez! Lo que les faltaba a nuestros camioneros que, al coste de los carburantes, habrán de sumar este otro sablazo. La ruina está asegurada.

9.-La España de los impuestos bajos. Siempre he dicho que nuestro dinero está mejor en nuestro bolsillo que en el de Cristóbal Montoro o María Jesús Montero. Los tributos bajos son sinónimo de crecimiento público y los altos de déficit, crisis y gasto público desbocado. Papá Sánchez no sólo nos ha estirado el IRPF. También ha disparado el que grava las primas de seguros, el de las bebidas azucaradas pese a que nuestra salud le importa un pito, el de los plásticos no reutilizables, el que abonamos cada vez que compramos acciones de una compañía, el de los automóviles diesel y no sé cuántos más. Y ahora va a engordar el de Sociedades. ¡Qué bonito es vivir en la España de Papá Sánchez!

10.-La España de los agricultores, los ganaderos y los autónomos. Del yugo recaudador de Papá Sánchez no se libra ni dios. A los dos primeros sectores les ha obsequiado con recargos tributarios y en las cotizaciones, por no hablar de unas exigencias medioambientales que anulan su competitividad frente a países productores en las que no existen. Las cuotas de esos ciudadanos de segunda que son los autónomos también se han incrementado por encima de la inflación.

La opinión publicada financiada por Pedro Sánchez con cargo a nuestros impuestos seguirá intentando idealizar la España que nos ha tocado vivir. Pero algunos pocos, los de siempre en realidad, continuaremos ahí, al pie del cañón, desmontando la propaganda y desvelando única y exclusivamente la verdad. El presidente va a hacer buena en sentido malo la ya mítica frase de Alfonso Guerra: “A España no la va a reconocer ni la madre que la parió”. Que sean pésimos gobernantes, pase, ya habrá tiempo de cambiarlos; lo que no resulta de recibo es que se rían de nosotros vendiéndonos un mundo feliz que sólo debe existir en sus calenturientas y psicopáticas mentes. No le arriendo yo la ganancia a Pablo Casado. El próximo presidente del Gobierno heredará una España infeliz moral, democrática, territorial y, como vemos, económicamente. Y lo primero que tendrá que hacer cuando sea presidente es confesarnos que no somos tan felices.