Enfrentando a Trump tranquilamente (III)
Instituciones como la monarquía inglesa, el estado del bienestar escandinavo, el orden suizo, la diplomacia vaticana o la democracia americana aparecen en nuestro imaginario como dominios de estabilidad que consideramos incuestionables, infalibles, imperecederos. Pero si algo enseña la historia es que no hay ninguna fortaleza inexpugnable; todo en la condición y en la obra humana es vulnerable. Y con mucha frecuencia esa vulnerabilidad no es explotada por amenazas externas, sino que los agentes más peligrosos son endógenos y se desarrollan intramuros.
Los Estados Unidos han sido durante los últimos 70 años un actor previsible y, especialmente para los europeos, confiable. Aceptando su liderazgo económico, tecnológico y militar, y en muchas ocasiones también social y cultural, Europa ha podido desarrollarse de manera un poco despersonalizada, pero también muy despreocupada de algunos temas incómodos y costosos. E internamente EE.UU. está consolidada como una democracia sólida y estable, apoyada en instituciones de diversa índole que engranan los distintos poderes del Estado en un efectivo sistema de contrapesos que, más bien que mal, protegen un régimen de libertad, justicia, pluralismo y relativa igualdad.
Sin embargo, con la vuelta de Trump a la Presidencia todo parece ser distinto. En un plano internacional nadie reconoce la trayectoria de país, y nadie parece estar completamente a salvo de los alocados vaivenes que el neoyorkino va dando en sus planteamientos comerciales y estratégicos. Pero es en el ámbito de la política y la administración interna donde los cataclismos populistas y autocráticos podrían terminar minando los cimientos del sistema.
Los estadounidenses estaban muy felices pensando que su régimen democrático se asienta sobre sólidas instituciones que permiten a los diferentes poderes un ejercicio libre e independiente. Pero ahora quizá no están tan seguros de los protocolos antisísmicos y muchos perciben que la Presidencia es una magistratura sin control que se mueve sin cortapisas ni límites legales o jurisdiccionales. Y es verdad que cuando ves al presidente firmando con su imponente rotulador negro esas órdenes ejecutivas (que no son leyes federales ni sentencias del Tribunal Supremo) uno se pregunta dónde queda el Congreso y sus famosos lobbies, dónde están las cámaras legislativas de los diferentes Estados, cuándo operan los controles presupuestarios y, sobre todo, qué capacidad jurisdiccional y ejecutiva van a tener los jueces federales para embridarle dentro de la Constitución y sus enmiendas. Trump está desafiándolos con órdenes que claramente traspasan los límites legales y con bravatas sobre la inexpugnabilidad de las decisiones presidenciales; y conviene fijarse en un detalle: cuando redecoró el despacho oval colgó un retrato del 7° presidente americano, Andrew Jackson, al que precisamente se recuerda por negarse a cumplir una decisión de la Corte Suprema.
Además, el desafío del presidente Trump se ve agravado por su personalidad irracional y su comportamiento errático. No hay manera de prever la orientación y consistencia de sus políticas; llevamos cinco meses de mandato y las indeseables consecuencias en los mercados o en los conflictos vienen más de las incertidumbres y las amenazas que de decisiones firmes. Por referir algún ejemplo, es insólito ver como acusa a Europa por poner trabas a las tecnológicas americanas a la vez que impone aranceles a los productos no fabricados por estas empresas en los Estados Unidos. O la forma en que está gestionando su aspiración pacificadora en Ucrania: ha pasado del ‘Putin es mi amigo y quiere la paz’ con el que expulsó a Zelensky de la Casa Blanca, al ‘tenemos que reunirnos, pero él no va si no voy yo, y yo solo voy si va él’ que recuerda Chico Marx en Un Día en las Carreras, para terminar llamándole loco el domingo pasado después del brutal bombardeo ruso a varias ciudades ucranianas.
Enfrentar, entonces, a Trump y a sus amenazas requiere poner en la mesa de negociaciones la empatía, la tranquilidad y la consistencia que él no pone. Nada más lejos que las sobreactuaciones que está llevando a cabo nuestro Gobierno, que, en realidad, utiliza toda la agenda externa como cortina de humo del disloque de corrupción, incapacidad legislativa, desgobierno institucional e inoperatividad en el servicio público que estamos sufriendo. ¡Lo mismo que Trump más dos huevos duros!
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