Ellos nos han fallado; nosotros no fallaremos
Ni es el momento para saldar cuentas ni lo es para relajarnos. Tras una vergonzosa reunión que se prolongó hasta bien entrada la tarde el Gobierno de España tomó finalmente la decisión de declarar el estado de alarma. Pero esta decisión es sólo el inicio de lo que hemos de hacer para contener y superar la emergencia sanitaria y el drama económico y social que nos espera. Y por eso es necesario que sigamos poniendo deberes a nuestros gobernantes además de cumplir con los nuestros como ciudadanos.
Si en este momento de unidad cabe hacer este reproche es únicamente porque el objetivo es que no nos vuelvan a fallar. Nos han fallado porque minimizaron el riesgo y no tomaron a tiempo las medidas necesarias. Nos han fallado porque incluso cuando no pudieron seguir autoengañándose dedicaron unas horas preciosas a resolver sus disputas internas de protagonismo y se olvidaron del drama que vivían millones de sus conciudadanos, que esperaban expectantes a que el Gobierno de su país tomara decisiones en las que nos iba, literalmente, la vida. Nos han fallado porque anunciaron el estado de alarma y pospusieron su concreción hasta la reunión del Consejo de Ministros del día siguiente; nos han fallado porque reunieron el Consejo de Ministros sin haber cumplido con su obligación de acordar previamente el alcance del Decreto y demoraron interminables horas la decisión final; nos han fallado porque no dieron ejemplo y permitieron que el Vicepresidente Iglesias se sentara en la reunión a pesar de estar en cuarentena; nos han fallado porque pospusieron cuatro días la adopción de las medidas económicas que deben acompañar a una decisión de estas características. Nos han fallado porque hay millones de españoles que a la preocupación por su salud y la de los suyos une la incertidumbre sobre aspectos esenciales de su vida: qué pasará con su hipoteca, con su solicitud de desempleo, con su cuota de autónomos, con las ayudas para atender a los niños en casa si el tele trabajo en imposible, con el aplazamiento o no del pago de sus prestamos… Millones de españoles no tienen en este momento ningún tipo de certeza sobre cómo llegarán a final de mes, sobre si le aplazarán en su banco el pago de la hipoteca o sus prestamos personales, sobre si se tramitará a tiempo para pagar el alquiler el subsidio de desempleo. ¿Acaso las medidas que en otros países se han venido tomando no podían estar ya implementadas en España? ¿Tanto nos diferenciamos de Francia, o de Alemania, o de Italia en este sentido?
La situación en la que se toman las decisiones resulta clave porque las mismas medidas tienen éxito o sirven para poco según en el momento en el que se adopten e implementen. No hace falta ser un científico para llegar a la conclusión de que si hubiéramos adoptado medidas restrictivas en materia sanitaria cuando vimos lo que estaba ocurriendo en Italia, que está a la vuelta de la esquina, hoy estaríamos mucho mejor. Ya se que hay opiniones para todos los gustos y que mientras había miembros de la comunidad científica que alertaban sobre la necesidad de adoptar medidas drásticas otros argumentaban que lo contrario. Por eso de que gobernar es decidir nuestro Gobierno optó por hacer caso a quienes pronosticaban que no iba a pasar nada grave, que apenas si veríamos algún caso, como llegó a decir el responsable científico que actuó como portavoz del Gobierno durante semanas. Y así hemos llegado a donde estábamos: tarde en lo sanitario y tarde en lo económico también.
Vaya por delante que no creo en la mala fe del Gobierno. Creo en su incompetencia, en su nulo sentido de Estado, en su incapacidad para superar el infantilismo y populismo con el que se formó. Sánchez formó un gobierno para ganar la batalla de la propaganda y le han tocado tiempos en los que hay que gobernar. Formó un gobierno para partir a España por la mitad, entre derechas e izquierdas, entre buenos y malos españoles; y le ha tocado un momento en el que solo desde la unidad, a la que ahora apela, se puede enfrentar la crisis. No, no creo en la mala fe de Sánchez; simplemente es que no está a la altura de las circunstancias. Lo cual no resulta nada tranquilizador porque, como escribió Carlo M. Cipolla en Allegro ma non troppo, no hay nada en la vida que resulte más peligroso que un estúpido con poder.
Pero este es el Gobierno que tenemos, el que está al timón, el que tiene los instrumentos, el que controla el BOE y a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. Con estos bueyes hay que arar. Y como ahora mismo no es posible cambiar de bueyes hay que empujar el arado con todas nuestras fuerzas.
Que no hicieron lo que debieron a tiempo es algo que no se atreve a negar nadie, por mucho que algunos pretendan minimizar la responsabilidad de quien no tomó las decisiones correctas. Y quiero insistir en ello porque aun quedan muchas decisiones que tomar. Y no podemos permitir que el Gobierno vuelva a errar, sea porque toma las decisiones incorrectas o porque dilata las correctas.
Antes citaba a Italia como ejemplo de país cercano que podía habernos servido como ejemplo tanto por sus aciertos en la toma de decisiones, aquellas que fueron efectivas, como por las que se quedaron cortas y por las consecuencias del conjunto. No hicimos caso, no vimos los síntomas, no tomamos conciencia de que éramos el siguiente. Pero tampoco hicimos caso al ejemplo de Corea, un país muy parecido en población y estructura social a España, que enfrentó el virus de manera radicalmente distinta a como lo hemos hecho nosotros y que hoy es un ejemplo de éxito en el mundo. Cuando Corea sumaba medio centenar de casos, el alcalde de Daegu, la ciudad en la que se estaba concentrando el principal foco, alertó sobre la gravedad de la situación y llamó a todos los ciudadanos a quedarse en sus casas. Estamos hablando del 20 de febrero. En el caso de España, el primer llamamiento (de Madrid, y al margen de lo que decía el Gobierno de España) llegó cuando ya teníamos 1000 infectados. Corea ha hecho una media de 15.000 test diarios para evitar que los asintomáticos puedan contagiar a la comunidad; según el Ministro Illa en España se han hecho 30.000 test hasta ayer.
Corea ha preferido prevenir anticipándose y creyendo la peor de las versiones posibles sobre la evolución de la enfermedad. E incluso decidieron tomar medidas impopulares, como geolocalizar a través del móvil la presencia de infectados (no identificados, naturalmente), cerrar bibliotecas y centros sociales o aplazar el inicio del curso escolar cuando la población aún no tenia sensación de riesgo. Todas esas medidas han tenido como consecuencia que su tasa de mortalidad sea del 0,8% mientras que en España es del 3%.
Esta comparación ha de servirnos para pedir al Gobierno que tome las medidas necesarias sin que le tiemble el pulso y sin pensar en las repercusiones electorales de las mismas. Pero ha de servirnos también como llamada de atención hacia nosotros mismos de forma que nosotros, los ciudadanos, no le fallemos al país. En Corea no hizo falta toque de queda ni aislar ciudades pues a partir de las primeras llamadas de las autoridades y cuando apenas había medio centenar de infectados en el país las calles se quedaron vacías. En España la inmensa mayoría de los ciudadanos ha respondido de forma ejemplar, aunque haya habido algún impresentable dando la nota. Pero esto acaba de empezar y va a ser largo y tedioso. Vamos a tardar al menos una semana en ver los primeros datos positivos del aislamiento y eso va a desesperanzar a mucha gente, lo que unido a la perdida de credibilidad de las personas que nos van a seguir marcando las pautas puede tener consecuencias muy negativas.
No podemos caer en la desesperanza ni rendirnos. Ellos no estuvieron a la altura; nosotros, el conjunto de los españoles, debemos compensarlo con nuestra acción individual y ciudadana. El país nos necesita; nuestro vecino, nuestro colega, nuestros hijos, nuestros mayores… nos necesitan. No podemos fallar al país porque sería fallarnos a nosotros mismos. Tenemos una misión que cumplir: frenar la extensión del contagio y provocar con nuestra responsabilidad que baje la curva y podamos empezar a dar buenas noticias. No fallaremos.
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