Duelo de perdedores
Mariano anda por España y el PP creyéndose la última Coca-Cola del desierto, sin querer aceptar que su final llegó el 21 de diciembre del 2015. No sabe que el nombre de un partido político no pertenece a nadie, los líderes vienen y cuando fracasan se van, o por lo menos así debería ser. Seguir apoyando su incompetencia por parte de su partido no hace nada más que perjudicarles y decepcionar a sus votantes. Si nuestro presidente en funciones fuera el director de una empresa privada, ya habría dimitido por no cumplir los objetivos previstos, y por cerrar su mandato con un 35% de clientes perdidos respecto a hace cuatro años. Rajoy no ha ganado las elecciones -los demás tampoco- y aun sabiendo que tiene a todos en contra y que nadie quiere negociar con él, continúa agarrándose a su ego para seguir erre que erre en su puesto de perdedor.
Para decirle que una retirada a tiempo es una victoria ya es tarde, porque los demás partidos y televisiones saben muy bien dónde darle y, aunque seguramente tengan más corrupción que el PP, le siguen ganando la partida. El señor Rajoy se tiene que ir, no sólo porque no ha cumplido con su programa electoral, sino porque no ha echado a tiempo a los corruptos del partido, que se han llevado hasta el papel higiénico. Mariano ya sólo puede ser candidato al “Principio de Peter”, él solito ha llegado a su máximo nivel de incompetencia, por lo que no le queda otra que pasar a un segundo plano –siempre fue un buen segundo- y nombrar a un sucesor o sucesora, que esté a la altura del electorado, y que sea mucho mejor que él. Porque, en el caso de que se presentase a nuevas elecciones, no solamente no ganaría, sino que volvería a perder un considerable número de votantes, y el batacazo sería tan grande que entonces ya sí que diría: «¡Ahí os quedáis!
Por otro lado, tenemos al que ha obtenido el peor resultado electoral de la historia del PSOE y que, sin embargo, ha adoptado el papel de salvador, agarrándose como una garrapata a su cargo, importándole muy poco España y su partido. Pedro Sánchez debería haber renunciado el mismo día de las elecciones y no anteponer sus intereses personales, que son los únicos que le ocupan. El mismo que se ha apropiado de la palabra progreso, y que no hace nada más que recriminar la corrupción a los demás, se olvida que su partido se enfrenta a un caso de corrupción-entre otros- por valor de 1.300 millones de euros, con instrucciones abiertas en 18 juzgados, ahí es nada. De sobra sabe que, de repetirse las elecciones, desaparecería ipso facto.
Mientras tanto, los otros perdedores, Rivera e Iglesias, estudiando cómo se comen la merienda. Aunque suene utópico, deberían existir unas votaciones en las que el pueblo propusiera primero a sus líderes —personas honestas, formadas, con vocación, sentido común y de Estado— y después se presentaran a unas elecciones cada uno con su ideología. A no ser que, en este mundo de adultos donde yo sólo soy un niño de 12 años, los votantes se conformen siempre con el menos malo.
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