Opinión

La disparatada propuesta de la condonación de la deuda

A finales de la semana pasada, conocimos la propuesta firmada por un grupo de economistas y políticos en los que reclamaban que se condonase una parte de la deuda de los países de la Unión Europea (UE), alrededor de un 25% del montante que deben, por  parte del Banco Central Europeo (BCE), al ser éste el acreedor de la misma. Su argumento se deriva de que, al fin y al cabo, el BCE no deja de ser una institución europea en la que participan todos los países de la moneda única y que, por tanto, de esa forma ayudaría a los países miembros de la eurozona a poder seguir gastando en lo que considerasen.

Esta barbaridad que proponen estas personas, entre ellas, la presidenta del PSOE y el secretario de Economía de Podemos, quiere rescatar técnicas de otros tiempos, generadoras de inflación y de devaluación de la moneda, ya que no proponen otra cosa que lo que durante muchas décadas fue la monetización de la deuda a través del recurso del Tesoro al Banco Central, el cual imprimía dinero para compensar dicha financiación otorgada al sector público.

El vicepresidente del BCE, Luis de Guindos, ha sido rotundo a la hora de criticar dicha propuesta, que no tiene ningún sentido económico u ortodoxo, y que no serviría para nada positivo. La otra opción que proponen los firmantes de tal disparate, la conversión de la deuda en deuda perpetua, tampoco tiene lógica y generaría desequilibrios importantes. Por cierto, tanta ley de memoria histórica y resulta que la presidenta del PSOE y el secretario de Economía de Podemos proponen en una de sus alternativas aplicar la política de endeudamiento de Franco, la deuda perpetua -que fue amortizada por completo por el Gobierno de José María Aznar, poniendo así fin a dicha práctica en España-.

Lo que los países de la eurozona necesitan es retornar a la senda del pacto de estabilidad y crecimiento, con el cumplimiento de los objetivos de estabilidad, cuyos integrantes principales son un déficit inferior al 3% y una deuda pública por debajo del 60% o reduciéndose a ritmo adecuado hacia ese umbral. Una cosa es que dichos objetivos estén temporalmente suspendidos, derivado del incremento de gasto y caída de la recaudación a raíz del cierre productivo decretado con motivo de la pandemia, y otra que no haya que volver a ella de una manera rápida y estructural.

Lo que no puede ser es que se gaste a manos llenas lo que se tiene, lo que no se tiene, y que, además, cuando se gasta lo que no es de uno, se pida después que se le perdone. Los países de la eurozona, para acceder a tan selecto club, entregaron la política monetaria y asumieron que tenían que converger en política fiscal para que las medidas que el BCE tomase en materia monetaria les afectasen a todos por igual. Si no se da esa convergencia, entonces una medida monetaria adoptada en función de los intereses de la media de la eurozona puede perjudicar a quien se desvíe fiscalmente de la convergencia deseada. A algunos no les entra todavía en la cabeza que los requisitos de Maastricht no eran un capricho, sino una necesidad.

A otra escala, tampoco es asumible la propuesta de Illa, que solicita que una parte de la deuda de la comunidad autónoma catalana sea condonada y la asuma la Administración General del Estado. Es verdad que a nivel de Estado soberano no habría un cambio significativo, sólo contable, pero también es cierto que se lanzaría una muy mala señal a los mercados y, sobre todo, se daría un incentivo perverso para que todas las administraciones regionales gestionasen de manera descuidada, gastando sin límite, porque asumirían que esa deuda la pagaría el Gobierno nacional, lo cual empeoraría la calificación crediticia del Reino de España, su capacidad para financiarse y el coste de financiación.

Con estas propuestas no vamos a ninguna parte, salvo al abismo, pasando previamente por el ridículo y el bochorno de leer esa petición. El problema es que quienes lo firman, entre otros, son dos representantes de los dos partidos del Gobierno. Sería deseable que la vicepresidenta Calviño pusiese orden y dejase claro a sus compañeros, de una vez, que con la ortodoxia y los compromisos adquiridos, no se juega.