Opinión

Desde el baúl de los recuerdos

En el verano del 2004, Mateu Alemany fichó a Benito Floro como entrenador en el puesto de Luis Aragonés, que había regresado a Palma antes de ser nombrado seleccionador. El asturiano no pasó de ocho partidos antes de ser reemplazado a su vez por Héctor Cúper en otra de sus reapariciones.

Pero volvamos al principio. El glorioso creador del queso mecánico de Albacete, nos fue presentado en el transcurso de una cena celebrada en el Hotel Meliá de Mar, Illetes, tras la cual fuimos ubicados en uno de sus salones donde el recién llegado nos explicó lo que pretendía hacer, cómo quería que jugara el equipo que se ponía a sus órdenes. Bajas, entre otras, las de Etoo, Ibagaza o Albert Riera, para que nos entendamos. En fin que al comenzar al turno de preguntas a cargo de los neófitos en el arte del balón, levanté la mano para pedir permiso y le dije: «Señor Floro, si usted es capaz de lograr que estos jugadores hagan lo que usted pretende, yo me quitaré el sombrero».

No pude hacerlo. Mi capacidad para descubrir mi testa se acabó después de arrodillarme en el «checking» del aeropuerto de Alicante tras haber ganado la Copa del Rey y desde entonces tiro de gorra. Huelga decir que el bueno de Benito, como ya he dicho, no empezó siquiera el mes de octubre de aquel año.

Jagoba Arrasate no ha sido tan elocuente ni explicativo a la hora de dibujar cómo ha de ser el Mallorca que quiere. Tampoco hace falta. Ha puesto a título de ejemplo las virtudes norteñas de las canteras del Athletic, la Real o el Osasuna. El cuarto en discordia, el Alavés, se alimenta de las tres. Pero me he cuestionado si el vestuario que ponga Pablo Ortells a disposición del vizcaíno asimilará y practicará el espíritu al que aludió el interesado. Tiene tres temporadas para hacerlo y ojalá las cumpla.