La decrepitud del mérito, versión Lilith
Una de las jefas de Podemos, Lilith Verstrynge, hija de dos personas a las que respeto, abrió hace unos días el debate desde la izquierda radical (o extrema) a propósito de si la “cultura del mérito” es compatible con la “igualdad de oportunidades” o si ambas cosas son incompatibles entre sí. La joven podemita entiende que tiene que ser una cosa o la otra.
Estoy en el más completo desacuerdo. Justamente lo primero lleva a lo segundo o lo segundo a lo primero. La “cultura del mérito” no es otra cosa que los líderes de las sociedades, tanto en su versión pública/política o en la conducción de la sociedad civil (economía privada incluida) tienen que ser los más preparados técnicamente, los más honrados, los más trabajadores. Sin importar cuál sea su apellido, sus orígenes familiares, las herencias recibidas o los enchufes que tengan. La “igualdad de oportunidades” es lo que garantiza lo primero. Elemental. Igualdad de oportunidades para prepararse intelectual o profesionalmente vengas de donde vengas. Pertenezcas a la familia donde hayas nacido; independientemente si tus padres tienen dinero suficiente o carezcan de medios donde el Estado tiene que ejercer una función subsidiaria.
En la España de hace muchos lustros contamos con ejemplos ilustres de personas que sin nacer en cunas doradas de oro, gracias al esfuerzo y la determinación llegaron a lo más alto y lo que es más importante, conseguir el respeto de sus semejantes. También contamos con ejemplos descriptibles de todo lo contrario. De personas, hombres y mujeres, mujeres y hombres, que con posibilidades para formarse y hacer carreras de éxito, la ausencia de esfuerzo y la escasa seriedad en sus vidas devinieron en auténticos y sonados fracasos.
Si la señora Verstrynge lo que ha querido expresar es que el esfuerzo, el trabajo, la dedicación, la honradez personal y la determinación no sirven para nada, todavía estoy aún en mayor desacuerdo. Se pondrá como quiera la señora pero sin lo anterior, al final, no hay nada. Y lo que es más grave: las sociedades no avanzan. Basta con echar un somero vistazo a la Historia de la humanidad. La endeble clase política española de la actualidad puede servir de ejemplo.
Desincentivar el esfuerzo en las nuevas generaciones es lo peor que se puede hacer por ellas, máxime desde tribunas públicas o desde posiciones de poder, que es lo que tiene doña Lilith.
Igualdad de oportunidades de salida, no de llegada. Si de lo que se trata es desincentivar a la mayoría para crear una minoría que devenga finalmente en nomenklatura estaremos abonando teorías (puestas en práctica en países con mucha nieve y en otros con mucha guayabera) que, por estrepitosamente fracasadas, sabemos de antemano donde conducen: el racionamiento, el hambre y la esclavitud.
Para ser moderna y progresista no hace falta tener 28 años. Hay que ser “moderna” y “progresista”. Con esfuerzo. Y lecturas. No hay otra.
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