El declive de CNN: cuando el activismo ya no vende
Hubo un tiempo en que nos vendieron que CNN era el oráculo del periodismo: una referencia global, sinónimo de rigor y profesionalidad, el epítome de la objetividad. Nos hablaban de reporteros en el frente, cables de última hora y un compromiso férreo con la información. Eran los días en que las noticias se escribían con pluma y no con pancarta, cuando la objetividad no era vista como una traición al dogma. Pero llegó la gran epifanía progresista y con ella el evangelio del activismo mediático. Había que dejar de contar el mundo para empezar a corregirlo, aunque eso implicara convertir el periodismo en un mitin con gráficos y tertulianos con teleprompter.
Hoy, CNN languidece, víctima de la misma burbuja de superioridad moral que ayudó a inflar. Si 11,5 millones de estadounidenses eligieron FOX News para seguir la segunda investidura de Trump el pasado 20 de enero, solo 1,9 millones lo hicieron por CNN. Su crisis de audiencia y credibilidad no es un accidente ni un malentendido: es el recibo de años de vender propaganda envuelta en celofán periodístico. La era dorada en la que los platós eran púlpitos y los presentadores líderes espirituales de la resistencia ha terminado. El público ha hecho algo imperdonable para el progresismo militante: ha decidido pensar por sí mismo.
El caso de Jim Acosta esta semana es el símbolo perfecto del ocaso. Durante años, su misión no fue informar, sino convertir cada rueda de prensa en una pieza de teatro con monólogo incluido. Su estilo, una mezcla entre predicador apocalíptico y político en mitin, encajaba de maravilla en la línea editorial de CNN, donde lo importante no era contar los hechos, sino erigirse en la oposición oficial a Trump, con gestos, aspavientos y algún que otro suspiro dramático.
Pero los tiempos cambian y la audiencia, que no es tan tonta como algunos creen, se cansó. CNN intentó esta semana reciclar a su estrella en un horario marginal, un modo elegante de decirle que había llegado su hora. Acosta, que nunca fue de los que aceptan un papel secundario sin hacer ruido, entendió la indirecta y salió por la puerta. Fin del show, cierren el telón.
En el único favor que ha hecho a la audiencia en toda su carrera, anunciando su despedida, tiró de manual woke y se refirió al presidente de EE.UU. animando a la gente a «nunca doblegarse ante un tirano». Lo dice el mismo que hizo del plató televisivo su propio cortijo, repartiendo carnés de buenos y malos al más puro estilo comunista.
Sin embargo, el problema no es sólo de CNN. Es el de toda una casta mediática que, en su empeño por reeducar a la plebe, ha confundido credibilidad con militancia y periodismo con activismo. Durante años, ciertos medios han preferido contar relatos en vez de noticias, marcar las líneas rojas del debate público y dictar qué opiniones eran aceptables y cuáles debían ser canceladas. Han jugado a ser guardianes de la verdad oficial, pero la gente ha terminado por darse cuenta de que la única verdad que defendían era la de su clientela política.
En España, el fenómeno sigue vivo, aunque las grietas en el decorado empiezan a verse. Los coros mediáticos del sanchismo, esos que con cada escándalo gubernamental hacen malabares discursivos para que parezca que no ha pasado nada, siguen repitiendo el guion de siempre, aunque ya nadie aplaude con el mismo entusiasmo. Los guardianes de la moral woke siguen en sus púlpitos, escandalizándose de lo que opinan los demás mientras convierten la desinformación en una forma de arte.
Pero los síntomas de agotamiento son evidentes: las audiencias se desploman, la credibilidad se diluye, y el monopolio del relato ya no es lo que era. Cada vez más gente busca alternativas, harta de ver que la única diversidad que defienden estos medios es la de matices en la obediencia. La gente se ha cansado de ser tratada como un auditorio cautivo, de que se les venda siempre la misma mercancía averiada con distinto envoltorio.
La historia de Acosta y de CNN no es más que un anticipo de lo que está por venir. En algún momento, la realidad se impone. Las burbujas ideológicas explotan y los medios que no entienden que la gente quiere información, no adoctrinamiento, terminan en la irrelevancia. No es solo un cambio de ciclo. Es un ajuste de cuentas con el periodismo militante.
Algunos aún creen que pueden seguir en la misma línea, que el modelo de fabricar titulares a golpe de consigna es eterno. Pero la tendencia es imparable. Lo que hoy le ha pasado a CNN, mañana puede suceder en cualquier otra parte. Y en España, más pronto que tarde, a más de uno le va a pillar con el pie cambiado.
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