Opinión
OPINIÓN

¡El comisionado se ha recuperado!

En primer lugar, y antes de entrar en materia: si usted o cualquier persona de su entorno se encuentra en una situación límite, pida ayuda. El dolor es libre y cada cual lo siente con una magnitud insondable para los demás. La salud mental es tan importante como la salud física y, de la misma forma en la que a nadie le genera pudor solicitar la asistencia de un traumatólogo por un golpe en la rodilla, a nadie debería darle vergüenza recibir el asesoramiento de un psicólogo o un psiquiatra cuando lo necesite. Cuando detecte señales alarmantes, pida ayuda u ofrezca ayuda. No le estigmatiza: le salva la vida.

El pasado 8 de agosto recibimos con inmensa tristeza las informaciones que nos llegaban del servicio de bomberos de Valencia respecto al posible intento de suicidio de José María Ángel Batalla, ex comisionado de la DANA que cometió un delito de falsedad en documento público que le llevó a su dimisión como alto cargo del Gobierno y presidente del PSPV. Su responsabilidad penal la delimitará el juzgado, que ya le está investigando; y su responsabilidad política se la señaló Ángel Víctor Torres con su cese transformado en carta de dimisión sin un ápice de autocrítica por llevar 40 años defraudando a los valencianos. Es perfectamente compatible señalar que ha sido un auténtico sinvergüenza en lo político con desearle salud en lo personal. No es que sea compatible: es que es lo normal.

Las informaciones que recibimos aquel día fueron mutando a lo largo de la mañana: lo que al principio nos llegó como una situación límite en la que le habían encontrado con un hilo de vida, pronto se transformó en que los servicios de emergencias le recogieron en perfecto estado de salud física, consciente y sin ninguna lesión interna o externa. Es lo que explica que, en contra de lo que ocurre en la práctica totalidad de los intentos de suicidio, apenas pasara unas cuantas horas en el hospital antes de que le dieran el alta. El aviso lo dio un vecino que le conocía tras encontrarle en una actitud extraña en su coche. Afortunadamente, llegó a tiempo.

A pesar de que las circunstancias de lo sucedido ya no parecían tan extremas, todos los medios de comunicación y todas las fuerzas políticas de España se concentraron en mandarle su apoyo. Desde el presidente del Gobierno hasta el Consell de la Generalitat. Todos repitieron la misma consigna: deseo de recuperación y ánimo en lo personal.

En la inquebrantable tradición socialista de aprovechar cualquier desgracia propia o ajena para intentar victimizarse, Diana Morant quiso utilizar el ingreso de José María Ángel Batalla para culpar a la prensa de «deshumanizarle» y de hacer una «cacería política contra él», preguntándose «dónde están los límites». Obviando que su partido lleva 10 meses llamando asesino a su rival político sin que la humanidad le haya parecido un argumento a tener en cuenta, la desfachatez de usar un presunto intento de suicidio para obviar la responsabilidad política de un señor que lleva 40 años cobrando de los valencianos gracias a haber falsificado su titulación universitaria parece excesivo hasta para ella.

El pretender que los medios no informemos de la comisión de un delito de un socialista por el mero hecho de serlo es directamente vergonzoso. El creer que porque haya ocurrido esto los delitos se borran y la responsabilidad política desaparece es una absoluta irresponsabilidad para todos. ¿Cuál es el mensaje que le estamos mandando, por ejemplo, a José Luis Ábalos? Una persona infinitamente más estigmatizada que el llamado «Periquitín» (así se conoce en Valencia a Ángel Batalla), un señor del que se han reproducido audios en los que se le escucha repartirse prostitutas con su asesor. ¿Acaso se está incentivando a que todo aquel que reciba reproches sociales, para acabar con ellos, deba intentar, o simular que intenta, algo tan gravísimo como un suicidio? ¿Nos hemos vuelto locos?

Si esto ya de por sí es delirante, que encima Diana Morant empezara a culpar a la prensa casi de un intento de homicidio (la retórica era así) mientras el susodicho falsificador estaba bebiendo con sus amigos solo unas horas después de recibir el alta ya se califica por sí mismo.

No dudamos de que José María Ángel Batalla estará sufriendo muchísimo. Es normal sufrir cuando tu reputación se ve afectada de semejante manera. Si lo que hizo aquel día fue una llamada de atención para pedir ayuda, ojalá se la estén prestando. Si de verdad lo quería intentar, ojalá ese vecino sepa que le ha salvado la vida. Y si, espero que no, fue una llamada de atención para obviar su responsabilidad, que sepa que lo peor, que es la justicia, aún está por llegar.

En cualquier caso, más allá de estos personajes, recuerde: no es obligatorio sufrir y no es motivo de vergüenza pedir ayuda para dejar de sentir dolor. Que la batalla política no nos haga olvidarnos de lo importante.