Opinión

Colau ha causado un daño irreparable a Barcelona

Los barceloneses llevan años padeciendo políticas públicas que de forma sistemática jalean la turismofobia, espantan a los grandes congresos internacionales, tienen toda la manga ancha del mundo con el okupismo y la inmigración ilegal y atentan contra los símbolos de la autoridad común; ahí está la retirada de la bandera de España del balcón del Ayuntamiento por parte de un concejal del equipo de gobierno, o la propia alcaldesa diciéndole a un grupo de militares en una feria universitaria que “no son bienvenidos”. La elocuente guinda a toda esta ristra de despropósitos ha sido la reciente disolución, en marzo de este mismo año, del cuerpo de antidisturbios de la Guardia Urbana en contra de la opinión de los sindicatos policiales y de la oposición. Y antes las calles de Barcelona incluso han sido testigos de un intento de golpe de Estado patrocinado desde la propia Generalitat.

Si los encargados de cuidar el orden, no sólo omiten su deber sino que se convierten en agentes de inestabilidad, ¿qué sucede? Sucede lo lógico; lo que estamos viendo en Barcelona: aumenta el desorden social. Sólo en el primer semestre de este año los robos con violencia han crecido un 31%. Lo sorprendente de este proceso es que no obedece a causas exógenas. Barcelona es una urbe rica y desarrollada, pero la mezcla de ideologización e incompetencia de su clase dirigente está llevando al traste a una metrópoli que hasta no hace mucho maravillaba al mundo. Ahora, en cambio, asusta.

Quim Torra, sobrepasado por la situación, pretende ponerle freno emitiendo un vídeo destinado a turistas y consulados en el que defiende su gestión en materia de seguridad. Difícilmente podrá tener credibilidad o eficacia alguna quien vive de retar al Estado, quien ejerce de albacea de un prófugo, quien amenaza con tirarse al monte si la sentencia de un proceso judicial no se ajusta a sus deseos, quien hace gala de comentarios xenófobos.

Un progresismo infantiloide y muy de garrafón, el nacionalismo más cazurro y contumaz, la resaca de una inmensa corrupción institucional que ha durado décadas y una especie de autohipnosis boba para con todo lo chic; estos son los factores que están destruyendo a Barcelona.