Opinión

Cataluña y el gen democristiano

Hace tiempo, con ocasión de unas elecciones italianas, escribía Enric Juliana un artículo titulado ‘El gen democristiano ha mandado en Italia desde 1946 y no hay que descartar que lo siga haciendo’. En el artículo, repasaba el poder que tuvo la Democracia Cristiana (DC) desde la postguerra mundial hasta la crisis política de 1992, y como su gen había pervivido a derecha e izquierda, en parte entre muchos democristianos que terminaron en la Forza Italia de Berlusconi, y en parte en líderes como Romano Prodi o recientemente el propio Mateo Renzi.

Cataluña es, en muchos aspectos (geográficos, gastronómicos, comerciales), la parte de España que más se parece a Italia. Esto ocurre incluso políticamente: el pluripartidismo catalán era una rara avis en el resto de España hasta hace poco, e incluso lo sigue siendo, pues en ninguna parte hay hasta nueve candidaturas con opciones reales. Pese a los parecidos italianos del Principado de Cataluña, el peso del gen democristiano nunca ha sido tanto en Cataluña como en Italia, pero tampoco podemos negar que haya existido:

Ya en las elecciones de 1977, Cataluña fue el único lugar de España donde la DC no franquista (la franquista estaba en UCD) obtuvo representación: dos diputados de Unió del Centre y la Democracia Cristiana de Cataluña, coalición de la Unió de centre con la histórica Unió Democrática de Catalunya. Muy atento al tema estuvo Jordi Pujol, y en las primeras elecciones autonómicas ofreció a Unió una coalición en condiciones ventajosas: Convergència se llevaba 3/4 de las listas y Unió 1/4. Según cuenta Pujol, fue gracias a aquella unidad por lo que ganaron en 1980 (y por lo que, según dicen va contando el patriarca nacionalista en privado, van a perder ahora).

El invento de CiU llegó hasta el procés. Entonces la coalición se rompió, y Unió se dispersó en pedazos: la parte más independentista (Demócrates, de Nuria Gispert y Antoni Castellá) se metió en Junts pel si en 2015 y fue en coalición con ERC en 2017, la parte más unionista (Units per avançar, Ramón Espadaler) acabó en coalición con el PSC, y los no afiliados (como el histórico Joan Rigol, o la ex vicepresidente de la Generalitat Joana Ortega) terminaron pidiendo el voto para Puigdemont. A juzgar por el resultado, fue Junts per Cataluña quien se llevó el gato al agua… hasta el punto de que se podría decir que, pese a que el católico Junqueras llevaba a Demócrates en ERC, JxCat le ganó por el voto DC (cuyas propiedades de minoría decisiva ya adivinara Pujol hace cuarenta años).

Para las elecciones del próximo 14-F cautelar, el gen democristiano sigue disperso, pero cualquiera diría que todos pretenden revestirse de DC para alegar unidad en sus listas, siguiendo la idea de Pujol. Así, los indepes de Demócrates van ahora con JxCat, Joana Ortega es la número dos del PDCat, Units sigue con el PSC, y Eva Parera está con el PP. Veremos quién se lleva esta vez el gato al agua. Pero no podemos negar que, pese a que no son tiempos de centros ni moderaciones (y de ahí el discreto papel DC), el gen democristiano sigue vivo, y todavía hay quien, como el Obispo de Solsona hace pocos días, se lamenta de que no sea capaz de ir por separado en un partido católico. Tal vez el hecho de que vayan dispersos en cuatro listas (ineptas para el voto católico a juicio de Monseñor Novell) sea la muestra de que la DC ha sido un fracaso en nuestro pasado reciente. Un fracaso que podemos imputar que sus líderes han antepuesto sus preferencias ideológicas accidentales a las esencias de la doctrina social cristiana que decían defender.