Borrones sectarios contra la Hispanidad
El ataque vandálico contra el cuadro «Primer homenaje a Cristóbal Colón», de José Garnelo, en el Museo Naval de Madrid, ha demostrado nuevamente cómo la propaganda antiespañola que rodea las celebraciones de la Hispanidad se traduce después en acciones violentas.
Ya sucedió en la ola iconoclasta que en Estados Unidos tuvo como objetivo la cultura hispana en junio de 2020, con la destrucción de monumentos dedicados a Isabel la Católica, Cristóbal Colón, Juan de Oñate o Miguel de Cervantes.
En esas mismas fechas, la estatua de San Junípero Serra en la misión de Santa Bárbara fue decapitada y rociada también de pintura roja en esa oleada de salvajismo. También fue derribada con una soga al cuello su estatua en San Francisco, ciudad nacida de una de las nueve misiones que fundó en la Alta California, como la citada Santa Bárbara, Los Ángeles, San Antonio o San Diego.
La excusa para poner a San Junípero Serra en la mira de la furia antihispana era la acusación de «racista» y «genocida». Lo mismo hizo el pasado viernes el grupo Más Madrid en la Asamblea de Madrid, dos días antes de la acción vandálica contra el cuadro de Colón, con motivo de la comparecencia de la Asociación Cultural Héroes de Cavite, dedicada a la difusión y estudio del legado hispánico.
La extrema izquierda madrileña, que llegó a calificar de «racistas» y «fascistas» a los invitados de la citada asociación por su defensa de la Hispanidad, puso en su punto de mira al fraile mallorquín, canonizado en 2015 por el Papa Francisco en Washington DC. Ya es estupefaciente que la extrema izquierda crea que Bergoglio, un Pontífice al que adulaba, subió a los altares a un fraile «genocida».
En el Capitolio se exhibe, por cierto, una escultura de San Junípero en el National Statuary Hall, donde cada Estado de la Unión está representado por dos sobresalientes figuras de su Historia. California lo está por el fraile de la mallorquina localidad de Petra y por el presidente Ronald Reagan.
Se blandió por Más Madrid, como símbolo de la esclavitud y el racismo de la presencia española en América, la imagen de la escultura de San Junípero en el monumento barcelonés a Colón, en la que un indio, arrodillado a su lado, besa devotamente un crucifijo.
También aludieron a su supuesto papel en el exterminio de los indios californios, recordando que la californiana Universidad de Stanford retiró en 2018 el nombre del franciscano de algunas de sus instalaciones, aunque lo cierto es que lo mantuvo en una de las calles principales del campus.
La decisión fue avalada por un informe de un comité de profesores, estudiantes, personal y ex alumnos sobre la figura del santo español. Hoy no se puede encontrar dicho informe en la web de la Universidad de Stanford, pese a los enlaces que deberían remitir a él: «Page Not Found». Sin embargo, a Más Madrid no le importó citar, como prueba de autoridad en su ataque a San Junípero, una decisión basada en un informe al parecer retirado por la propia Universidad.
Hace falta tener arrestos para citar a esta Universidad californiana con el propósito de atacar por «genocida» la huella hispana en EE.UU. Su fundador, Leland Stanford, multimillonario enriquecido con «la fiebre del oro», fue gobernador de California cuando se produjo la «hecatombe del indio californio», como la ha denominado David Rex Galindo, uno de los historiadores más reconocidos en la materia.
«A pesar de las críticas, muchas justificadas, otras no tanto, vertidas contra los misioneros por su trato del indio, fue en el periodo estadounidense, sobre todo durante la fiebre del oro, cuando se produjo la hecatombe del indio californio. Es entonces cuando se puede hablar de genocidio o exterminio premeditado del indio, no antes», afirma Rex Galindo.
Es innegable que se produjeron abusos y violencias, sobre todo al forzar la sedentarización de tribus nómadas, así como resistencias indígenas en forma de sublevaciones, con cruentos ataques a las misiones, aunque los españoles solían ser recibidos sin hostilidad.
La propia regulación de la actividad en las misiones donde, a la par que se le evangelizaba e instruía, el indio cultivaba y aprendía oficios, suponía una forma de dominación sobre naturales habituados a modos de vida más libres.
Los misioneros ejercieron castigos corporales, como azotes, cepos o grilletes, para penalizar a quienes huían de las misiones o punir algunas costumbres, sobre todo en el ámbito moral y sexual, como la indocilidad a la monogamia.
Se hace difícil componer una perfecta «leyenda rosa» si además se daban jornadas de trabajo extenuantes, enfermedades de elevada mortandad y violaciones por parte de los soldados destinados en los «presidios», como se llamaban los puestos militares establecidos junto a las misiones.
Sin embargo, los propios misioneros procuraban aplicar ellos mismos los castigos con ánimo de hacerlos menos dolorosos que los infligidos por las autoridades. Es reconocida también la lucha de San Junípero contra las violaciones de indígenas.
En cuanto al trabajo, nada más lejos de la verdad que comparar las plantaciones de esclavos con las misiones españolas: si las primeras servían para enriquecer a sus dueños, las segundas tenían como fin alimentar a su propia comunidad y a las de las otras misiones.
Con todo, como señaló el catedrático Carlos Martínez Shaw en una conferencia en la Fundación Mutua Madrileña presentada por Lorenzo Cooklin, «la de Fray Junípero Serra fue una propuesta generosa, civilizadora e integradora a favor de los indios».
La extrema izquierda argumentó también contra San Junípero por instruir causas de brujería como comisario del Santo Oficio en Nueva España, antes de hacerse cargo en 1769 de la creación de nuevas misiones en la Alta California después de la expulsión de los jesuitas ordenada por Carlos III.
El Santo Oficio era entonces un instrumento de la Corona para perseguir las ideas consideradas subversivas contra el orden estamental tradicional, más que un riguroso tribunal contra el desviacionismo religioso. Entre 1569 y 1798, es decir, más de dos siglos, se dieron solamente 189 casos por brujería en Nueva España, lo que prueba, según María Águeda Méndez, que no fue un fenómeno que llamara la atención de la Inquisición novohispana.
Además, la Inquisición española, al contrario que en otros países europeos, consideró el fenómeno de la brujería como fruto de la fantasía y la superstición del pueblo, como demostró a comienzos del siglo XVII el inquisidor Alonso de Salazar con el caso de las supuestas brujas de Zugarramurdi.
Ese escepticismo ante la brujería, por el que «la Inquisición fue la salvación de miles de personas acusadas de un crimen imaginario», según Gustav Henningsen, caracterizó también al Santo Oficio novohispano, como afirma Cecilia López Ridaura.
Más Madrid olvidó también que la campaña de misiones y presidios en la Alta California que encabezaron San Junípero y el militar Gaspar de Portolá respondió al deseo de la Corona española de evitar que rusos y británicos se adueñasen de esos territorios.
Por la suerte de los aleutianos, a los que masacraron y esclavizaron para la caza de osos marinos, conocemos el brutal trato de los rusos a los indígenas americanos. De los anglosajones ya hemos hablado: prácticamente exterminaron a los nativos californios, que pasaron de 150.000 en 1848 a 30.000 en 1870, además de utilizar a miles de ellos para trabajos forzosos.
A esto hemos llegado en España: a que algunos representantes políticos asuman a pies juntillas, sin sentido crítico alguno, las falsificaciones sobre nuestra Historia de aquellos interesados en denunciar falsos exterminios de los españoles, para que no les señalen a ellos por los suyos verdaderos.
La desgracia de esta falta de rigor y ética intelectuales es que al final lo acaba pagando nuestro patrimonio cultural, como ha ocurrido con el extraordinario lienzo del Museo Naval vandalizado a manos de otros sectarios.
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