¡Bienvenidos, deplorables!
Hillary Clinton, en la campaña presidencial que perdió frente a Trump en 2016, metió la pata hasta el corvejón al referirse a los potenciales votantes de su rival como «una cesta de deplorables». En su arrogancia, la ex secretaria de Estado y candidata demócrata se había saltado así una regla no escrita pero bastante obvia: nunca insultes a los votantes. Tampoco a los que piensan votar a tu rival, porque precisamente tu misión es atraerlos a tu causa.
En el momento, todos los periodistas y la clase política entera eran conscientes de la metedura de pata de Hillary y contenían la respiración esperando la airada respuesta de Donald Trump, que sorprendió a todos. Tenía que dar el republicano un mitin en Miami, y se esperaba que cargara en él contra el insulto de su rival pero, en su lugar, lo asumió con orgullo.
Antes de aparecer en el escenario, los seguidores de Trump pudieron ver, como fondo, un montaje del cartel de la película Los Miserables, entonces recién estrenada, donde las banderas francesas habían sido sustituidas por la de las barras y estrellas y las pancartas revolucionarias por otras con consignas trumpistas. Al entrar el candidato empezó a sonar la canción más popular de la película, Do you hear the people sing? («¿Oyes al pueblo cantar, cantando la canción de los hombres airados?»). Trump se volvió a la gente con este saludo: «¡Bienvenidos, deplorables!». El local se venía abajo con los vítores y aplausos.
Y ahora Trump lo ha vuelto a hacer. El calificativo dirigido a los trumpistas ha sido esta vez algo más fuerte que «deplorables», ha sido «basura», y en lugar de lanzarlo la candidata lo ha pronunciado el presidente de Estados Unidos, el senil y casi olvidado Joe Biden. Recapitulemos.
En Estados Unidos, los mítines de campaña son todo un espectáculo. El centro es el candidato, pero suele actuar con él un buen número de teloneros: colaboradores, actores, cantantes, cómicos… En el último mitin de Trump actuó un comediante, Tony Hinchcliffe, que hizo un chiste brutalmente ofensivo contra Puerto Rico. En una sala se espera del comediante que se meta con todo el mundo y a lo bestia, esa es la gracia, pero en un acto electoral y a una semana de la votación parecía bastante estúpido, aunque el propio Jon Stewart, uno de los reyes de los late-night shows televisivos, lo encontró gracioso.
Pero Biden destrozó lo que podría haber sido una ventaja para su vicepresidente y candidata de su partido. Apareció en un mensaje desde la Casa Blanca y dijo que «la única isla de basura que veo son sus seguidores» [de Donald Trump]. Acababa de llamar «basura» a ochenta millones de sus compatriotas, desde la propia Casa Blanca. Los demócratas en prensa se echaron las manos a la cabeza en un facepalm colectivo.
La reacción de Trump, en el siguiente mitin (la vida es un mitin continuo para los candidatos a estas alturas) fue de genio y figura. Hizo referencia a los «deplorables» de Hillary y añadió que «basura» era «un poco peor», para acabar pidiendo a sus seguidores: «Por favor, perdonadle porque no sabe lo que dice. Es algo terrible de decir, pero es cierto, no sabe lo que dice».
Entre bromas y veras, el candidato republicano ha puesto el dedo en la llaga. O en las llagas, que son dos al menos. La primera es que el navajeo habitual de una campaña en la que la apuesta es tan alta -la Presidencia de Estados Unidos y, con ella, el liderazgo del mundo libre- se ha salido absolutamente de madre en esta ocasión. Trump es «literalmente Hitler», es un autócrata que dará un autogolpe en cuanto llegue a la Casa Blanca (¿cómo hizo los cuatro años que la ocupó?) y purgará a sus enemigos políticos. No hay golpe bajo que no se intente.
Pero la otra llaga en la que ha puesto el dedo Trump con su comentario es aún más grave. Los demócratas dieron un golpe palaciego para apartar a Biden de la candidatura demócrata pese a ser el presidente y pese a haber sido elegido por abrumadora mayoría en las primarias, para colocar a una vicepresidente sin respaldo entre las bases.
Y la excusa es que Biden está senil, que no es capaz de llevar adelante una campaña. Aceptémoslo y saquemos la conclusión: ¿es demasiado incapaz para ser candidato y no para ser presidente? El mundo está en un momento especialmente peligroso, a la distancia de un error o una imprudencia de una guerra nuclear. Y el primus inter pares de la escena internacional es, sin duda, Estados Unidos. ¿Es el mejor momento para dejar el puesto de gendarme global en manos de un tipo con demencia senil según sus propios compañeros de partido?
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