Opinión

Barcelona, ciudad sin ley: de aquellos polvos, estos lodos

El incremento de la criminalidad en Barcelona funde -en parte- sus raíces en la idea permisiva que tiene su alcaldesa, Ada Colau, de determinadas actividades delictivas y en el  papel que en su ideario populista desempeñan  los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. Colau participó del movimiento okupa, de modo que no es de extrañar que nada más llegar a la Alcaldía todos sus primeros movimientos fueran más próximos a determinados colectivos que participan de actividades ilícitas, como los manteros, por ejemplo, que a los agentes municipales encargados de velar por el cumplimento de la ley.

Aquello fue el caldo de cultivo de lo que ocurre hoy en Barcelona, una ciudad donde la delincuencia ha crecido de forma exponencial. Si añadimos que el independentismo ha generado un clima de insumisión evidente, el cóctel populista-secesionista ha provocado estragos en la seguridad de una ciudad que en poco tiempo ha pasado a encabezar los índices de criminalidad.

Lo que debería hacer Ada Colau es reconocer la dimensión del problema, reflexionar sobre sus errores pasados y asumir que ese sedicente progresismo de antaño está en el germen de lo que hoy ocurre en una capital que no puede ser gestionada sin distinguir claramente entre el bien y el mal, entre los que delinquen y los que velan por el cumplimiento de la ley.

Y lo que no puede hacer en ningún caso es negar la evidencia y acusar a la oposición y a los medios de comunicación de estar generando un clima de alarma, porque la alarma no la crea quien denuncia, sino los delincuentes que campan impunemente a sus anchas. Las estadísticas no engañan, sino que son el reflejo más cabal de un problema que no se resuelve echando balones fuera ni denunciando campañas de acoso. Colau tiene que asumir su responsabilidad y aceptar que de aquellos polvos, estos lodos.