¡Y aún estamos a la mitad del cuarteto!
Nadie puede negar la innata capacidad del presidente del Gobierno para comprometer una cosa y hacer la contraria. Tan es así que el hacerse un Sánchez ha quedado ya como una expresión coloquial que refiere la falta de compromiso con la palabra dada, con la verdad y con la honestidad intelectual. En la jerga de los jóvenes es ya un sintagma muy recurrente, como hacerse un sinpa o marcarse un triple. Es por eso que muy pocos terminan de creerse que completará la legislatura y que no habrá elecciones hasta dentro de dos años. Pero, sin embargo, es lo más probable; y no porque él se esté comprometiendo insistentemente con ello, sino porque es lo que personalmente le interesa. Tanto como poco le conviene al resto de los españoles.
Porque para la convivencia y el bienestar de los españoles, e incluso para la salud de nuestra democracia, esta legislatura es una calamidad histórica: no es más que la ilegítima prolongación de un régimen personalista a partir de la transgresión de principios y valores, del fraudulento retorcimiento de las leyes y de la gangrenada instilación de las instituciones.
Lo que está a la vista de todo el mundo es la reiterada imposibilidad de aprobar un presupuesto, lo que hace perder a la administración del Estado eficacia y oportunidad (incluido el desaprovechamiento de los recursos europeos que en un inadmisible porcentaje se están quedando sin utilizar). Pero, además, detrás de la quimera presupuestaria hay una parálisis de la actividad gubernamental, que se limita a propalar la propaganda monclovita o a seguir la agenda de las inaceptables exigencias de los socios separatistas. Veintitantos ministros, que se hacen acompañar por cientos de cargos y asesores de naturaleza política, llevan meses y meses sin presentar proyectos que justifiquen su presencia y, en el caso de los chiqiministros, su existencia.
La primera la vicepresidenta Montero, que se encuentra completamente maniatada: los socios catalanes no la dejan ni presentar los presupuestos hasta que no avance con la quita fake de deuda, la financiación singular y la creación de la hacienda catalana; y, por otro lado, sabe que Moreno Bonilla está esperando para convocar las elecciones a que un avance en esos temas la deje vergonzosamente expuesta ante los andaluces. El que las otras vicepresidentas, Yolanda Díaz y Sara Aagesen, continúen en sus puestos es debido a la estructura disfuncional del Gobierno. Los reveses parlamentarios (v.g.: el decreto antiapagones o la reducción de jornada laboral) y el apagón de abril harán que, aunque tengan que estar en el Gobierno, se queden, como Apolo ante Dafne en el soneto de Quevedo, ‘en escabeche y a oscuras’.
Tampoco parece adelantar mucho el triministro Bolaños con su propuesta estrella. Es lo que tiene querer avanzar en la autonomía y la independencia de la Justicia circulando exactamente en dirección contraria: la de la politización y el intrusismo. Y qué decir de Albares, el pequeño muñeco de ventrílocuo; además de que no se habla con nadie, ni en la Carrera ni en las cancillerías, ligó su futuro al reconocimiento de las lenguas cooficiales en Europa. ‘Presidente, esto te lo arreglo yo en un pispás’, le dijo; y en esas estamos, aunque oyendo el otro día a Merz la cosa está negra azulada.
El ex juez Marlaska es también ex de la dignidad, la decencia o la lealtad. Lo de que la gestión de la inmigración era intransferible o el contrato de la munición comprada a Israel son algunos de los últimos desafíos a sus tremendas tragaderas. No es que esté quemado, es que es una pavesa que puede volar con cualquier viento otoñal.
Aunque con menos tiempo en el cargo, sobresaliente incapacidad han demostrado ministros como Puente (Transportes), López (Transformación Digital y Función Pública), Torres (Política Territorial), Rodríguez (Vivienda) o Redondo (Igualdad). Son los ministros del caos: en los trenes, en los contratos con las empresas chinas, en el reparto de menores, en la regulación del mercado de alquiler o en el asunto de las pulseras antimaltrato. El resto de los ministros, quitando quizá los de Economía y Agricultura, son personajillos muy sectarios a los que la simple titularidad en chiringuitos con escasas competencias les hace sentirse importantillos. ¿Legislar o proponer políticas? No, mejor que sigan sin hacer nada.
Para la segunda mitad de la legislatura la receta de Moncloa es agarrarse a cualquier pancarta que le brinde el progresismo woke, ya sea Gaza, los emigrantes o cualquier mantra feminista o ecologista. Eso sí, en un gobierno que sólo vive para sobrevivir podrían concentrarse los tropecientos ministerios en uno solo, el de publicidad, manipulación y propaganda. Porque así, casi sin darnos cuenta, han llegado hasta aquí; como decía otro soneto, esta vez el de Lope a Violante, ‘burla burlando van los tres delante’.
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