Opinión

Auge y caída de una gran ciudad

Lo que empezó hace años como ligero síntoma se ha convertido en triste evidencia: Barcelona sufre una amarga decadencia. La que hace sólo unos lustros brillaba como estimulante centro de artistas y creadores, pujante polo de innovadores y emprendedores, imperdible destino del mejor turismo y mascarón de nuestra joven democracia es hoy en día una ciudad triste, antipática, sin pulso, que vive colonizada por tribus marginales y por el sectarismo independentista.

Por uno u otro motivo: trabajo, familia, turismo, amigos…, al final casi todos tenemos alguna proximidad con la capital catalana, así que es un entretenido y didáctico reto preguntar a barceloneses de diferentes entornos (o, como se decía antes, de cualquier extracto y condición) lo que opinan sobre la situación de su ciudad.

Es normalmente la alcaldesa Ada Colau la primera de sus referencias negativas. Lo que ocurre es que, analizados los comentarios, uno no consigue saber si la evolución de Barcelona es en buena parte consecuencia de su gestión o si es la deriva de la ciudad lo que permite que alguien como ella sea elegida alcaldesa. Y es muy posible que las dos hipótesis sean ciertas, y que esta mujer sea a la vez factor e ilación del deterioro, el alfa y el omega de la creación informe en que se ha convertido la ciudad. Sea de una manera o de otra, se pueden llenar varios artículos solamente nombrando las decisiones y actuaciones controvertidas, inadecuadas, inútiles y siempre perjudiciales para los ciudadanos que ha protagonizado: impuestos desorbitados e injustos (que, como otras grandes ciudades, no necesita por la facilidad para obtener superávit fiscal), apoyos expresos a los movimientos de okupas y otras tribus, gravámenes a los desarrollos turísticos, limitaciones a la promoción libre de viviendas de calidad o, por no seguir in aeternum, las supercalifragilisticoespialidosas manzanas de colores en el ensanche.

No se podía esperar otra cosa de alguien que, no es que no estuviera preparada para ser regidora de una gran urbe (todo se puede aprender), sino que es, y aseguro que son transcripción de palabras de sus convecinos, fanática, sectaria y profundamente incoherente, además de sufrir ramalazos egocéntricos que la impulsan a querer ser sujeto de cualquier moda o episodio mediático. En definitiva, la ciudad está huérfana de turismo extranjero de calidad, las zonas comerciales y de ocio están semivacías, la inseguridad se percibe en muchos barrios otrora tranquilos y las calles están atascadas, incómodas e incluso peligrosas. Y es que, si el único foco es achicar el campo de los conductores y peatones, despreciar a los ciudadanos que trabajan y pagan impuestos y gobernar únicamente para los marginales la ciudad entera termina convirtiéndose en marginal.

Por otro lado, y aunque no les gusta sacar el tema, en cuanto les provocas un poco empiezan a despotricar del efecto provinciano, intolerante y castrador de un secesionismo impulsado por el nacionalismo y abrazado por el progresismo. ¡Y no dirán que no se les fue avisando! Da un poquito de lástima ver al pobre Piqué lamentando la pujanza de Madrid; y es que hoy es impensable ver en Barcelona inauguraciones como el del restaurante Zuma, el hotel de Hard Rock Atocha, el Food Hall Canalejas o el WOW Shop de Gran Vía. Pero es que no solo es Madrid, es Valencia, es Málaga, es Zaragoza… Cualquier ciudad española es ahora preferencia de inversores y emprendedores, es ahora menos sectaria y discriminante, es ahora más abierta y más global… ¡es ahora más libre!

Y para poner la guinda al pastel, el Barça, que siempre tuvo tendencia a creerse el cuento de ser más que un club, se ha erigido en ruinosa bandera del supremacismo catalán, sin tener en cuenta que por olvidarse de que en realidad es solamente un grande del fútbol mundial puede dejar de serlo. La suerte de tener durante más de 15 años al mejor jugador del mundo ocultó la incapacidad de sus dirigentes, su envejecido cuadro deportivo y su cochambroso estadio, que, como el resto de los bienes de la institución, no se han renovado en decenas de años.

La deriva es peligrosa y será difícil dar la vuelta a la tendencia. Seguramente la solución para la ciudad pasa por cambiar su administración, olvidar el ruinoso procés y conseguir meter en casa y poner a trabajar a su caterva de paniaguados y/o delincuentes. Un amigo, inteligente y exitoso profesional, señala que no pueden caer en la desesperación y auto-cumplir la profecía de su hundimiento; que seguramente ni eran la novia de Tarzán en el último cuarto del siglo XX, ni ahora son la mona Chita; pero de momento, y, sin saber si los numerosos desplazamientos de personas y empresas son causa o efecto de la decadencia, este barcelonés (¿por motivos estrictamente laborales?) se está trasladando con su familia a Madrid.