El asalto a la libertad

El asalto a la libertad

El nuevo Gobierno, en el que hay un buen número de ministros comunistas, hecho insólito en España desde los tiempos de la terrible Guerra Civil, está dejando muy claro cuál es la línea que quiere seguir a lo largo de su mandato, con múltiples manifestaciones y señales que nos envían a diario, para que nadie tenga ninguna duda de cuáles son los puntos esenciales en los que se basa, sobre los que se asienta y que constituyen su guía.

Hay quienes intentan agarrarse a un clavo ardiendo, en búsqueda de algún resquicio de esperanza que permita domesticar el impulso comunista de muchos de sus miembros a partir de la ortodoxia que algunos de los integrantes del Consejo de Ministros parece que tienen. Enseguida, nos recuerdan que Calviño y Escrivá, por ejemplo, se sientan en el banco azul, que sus criterios son estrictos y que no permitirán que se comentan atrocidades desde el punto de vista económico.

Sin embargo, hay que recordar que los ortodoxos son minoría, porque frente a las dos personas citadas, hay muchas otras que se rigen por el populismo de izquierda radical. Además, hay que recordar que sobre todos ellos se encuentra Sánchez; quizás, paradójicamente, la única esperanza que podríamos tener es que a Sánchez le diga Redondo que le conviene ser moderado en la economía y no hacer caso a los postulados podemitas, pero eso sólo sucederá si encaja dentro de sus intereses. Ese tándem de La Moncloa se mueve a ritmo de conveniencia de sus propios intereses, de manera que si la economía resiste el suficiente tiempo con medidas populistas como para que ellos lo vendan sin que se hunda todavía el edificio, el ala radical vencerá. El problema es que, después, el edificio económico terminará cayendo, con muy negativas consecuencias. ¿Qué pueden hacer los ortodoxos? Poca cosa, pues no creo que a Sánchez le vaya a importar mucho que se vayan, incluso aunque fuese dando un portazo.

De momento, todos sus planteamientos van en la dirección defendida por esa vertiente más radical: derogación de la reforma laboral, incremento de gasto exponencial, subida de impuestos casi confiscatoria e intervencionismo en la economía y en las decisiones de las personas en su día a día.

Ya hemos visto que plantean, en el acuerdo de Gobierno, medidas de incremento de gasto en una amplia mayoría de conceptos improductivos. Con ello, aumentarán déficit y deuda, y con esta nueva deuda lastrarán a las generaciones futuras, coartando su libertad para decidir, entonces, qué hacer con sus recursos, porque se verán obligadas a pagar la deuda heredada.

Del mismo modo, van a llevar a cabo una subida de una gran gama de impuestos, más la introducción de otros nuevos. Es decir, van a disminuir la renta disponible que los ciudadanos tienen. Y disminuir la renta disponible de los ciudadanos es lo mismo que quitarles opciones de elección, es decir, significa disminuir su libertad.

Y en cuanto al intervencionismo directo en la economía, se extiende desde el incremento artificial del salario mínimo, al establecimiento obligatorio de unos tipos mínimos impositivos en los impuestos autonómicos. Todo ello, limita la libertad de las personas.

Y ese intervencionismo se expande más allá del terreno económico, pues parece que podrían preparar ciertas normas que establezcan qué es verdad y qué no, según el Gobierno, de las noticias y comentarios que se publican, normas que, de confirmarse, pueden suponer un quebranto importante de la libertad de expresión. Ahora bien, el extremo de intervencionismo lo han alcanzado al afirmar Celaá -apoyada después por Ábalos y no desmentida por ningún miembro del Ejecutivo- que los niños no son de los padres. Por supuesto que no son una propiedad en el sentido material, porque ninguna persona es propiedad de otra, pero sí son los responsables que han de guiarlos en su educación, son quienes los han traído al mundo y de quienes depende su bienestar. Los padres son quienes les dan un hogar, una afectividad, una familia. De lo dicho por la antigua portavoz del Gobierno a la afirmación de Stalin, que decía que todos los hijos que tenían los ciudadanos de la Unión Soviética eran propiedad de la Unión Soviética, empieza a haber un trecho muy corto. Esperemos que no lleguemos a ese nivel, pero resulta muy preocupante lo que, de concretarse, podría ser un asalto a la libertad. Se empieza queriendo tomar el cielo por asalto y se termina poniendo en jaque a la libertad.

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