Apuntes de la historia de un rey y una corista
Desde hace unos diez días, desde que se puso en antena una serie sobre los azarosos sucesos vividos dentro de la pareja formada por la multifacética artista de variedades, Bárbara Rey, y su marido, el aguerrido domador de fieras, Ángel Cristo, con el peculiar título de Cristo y Rey, el interés ha dado un giro importante y se ha encaminado hacia una tercera persona que desde hace décadas se sabía vinculada a la bella vedette y que no es otro que el Rey don Juan Carlos. Y desde ese mismo momento, el foco se ha puesto en la relación intermitente que el anterior jefe del Estado mantuvo con Bárbara Rey, que empezó a finales de los 70 y terminó en los primeros años del nuevo milenio.
La relación entre el Rey y la corista -también presentadora de programas fiesteros en TVE y cocinera en una de las cadenas de televisión autonómica- estuvo siempre rodeada de rumores y medias verdades, de momentos en los que al monarca emérito lo jaleaban sus amigos por sus conquistas amorosas de mujeres espectaculares seguidos de otros en los que los responsables de los servicios secretos del Estado español advertían a don Juan Carlos del riesgo que corría al seguir con su estrecha relación con la señora Rey, a la que en algunos círculos se conocía como la Pariente. Por aquello de que la pareja compartía nombre, en el caso de él, el título de Rey, y apellido artístico, en el de ella.
A lo largo de más de un cuarto de siglo, la relación entre ellos se convirtió en un auténtico culebrón, en el que no faltaron los momentos dulces en los que sí había amor y cariño, según confiesa ahora la artista, por ambas partes. Pero esos sentimientos se tornaron en despecho cuando ella se dio cuenta de que él quería poner fin al romance allá por el año 1994, y empezó a pensar que se merecía una compensación a los tiempos de cariño compartido con el hoy monarca a título honorífico. Y ahí empezó una larga década en la que la advertencia de que, si no se atendían sus peticiones, las imágenes grabadas de contenido explícito sexual se harían públicas, con el escándalo que eso hubiera supuesto para la institución monárquica.
Los integrantes del equipo de alta dirección de la Casa del Rey, los máximos responsables de los servicios de inteligencia españoles y tres presidentes del Gobierno español tuvieron que lidiar desde el año 94 del pasado siglo hasta el 2003 con las constantes exigencias de la señora Rey de que se atendieran sus necesidades, para poder llevar una vida confortable y sin preocupaciones para ella y sus hijos. Durante esa década, los medios recogían de cuando en cuando las declaraciones de la artista de variedades en las que lanzaba mensajes tales como que le habían robado imágenes comprometedoras que afectaban a altas personalidades del Estado, o amenazas veladas de que ella era la víctima de los intentos de algunos jefes del mundo de las finanzas por hacerse con esas imágenes comprometedoras. La verdad es que hubo varios directores del CNI que trataron de acabar lo que ellos consideraban un chantaje en toda regla, que se pagaba con cantidades estratosféricas provenientes de los fondos reservados y con jugosos contratos de la televisión pública española y alguna autonómica. Fue una época esplendorosa en que ella presentaba programas musicales y de variedades en la mejor hora de emisión.
En 2003, el chollo se acabó y aunque la artista protestó enérgicamente y prometió acciones comprometedoras contra el monarca, al final tuvo que aceptar que su tiempo había pasado. Pero la emisión de Cristo y Rey ha traído a primera plana la historia de la vedette y el monarca de nuevo. Y por primera vez, Bárbara Rey ha hablado abiertamente de su romance con el Rey Juan Carlos. Lo ha hecho con el tono de quien reivindica su valentía al reconocer que ella forma parte de las mujeres que son ahora capaces de reivindicar con sinceridad su presunta bravura, como muestra del empoderamiento femenino que existe en estos momentos. Pero que la amante del rey español quiera presentarse ahora como adalid del feminismo que ayudó a ampliar la libertad de las mujeres, es rechazable. Comerciar con la intimidad no es un adelanto ni ejemplo de empoderamiento femenino. Por mucho que se empeñen algunos y algunas.
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