Opinión

Antisemitismo (Dios. La ciencia. Las pruebas)

  • Teresa Giménez Barbat
  • Escritora y política. Miembro fundador de Ciutadans de Catalunya, asociación cívica que dio origen al partido político Ciudadanos. Ex eurodiputada por UPyD. Escribo sobre política nacional e internacional.

Dios. La ciencia. Las pruebas. El albor de una revolución es el título de un libro de Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies que tenía en mis manos justamente cuando conocimos los feroces atentados en Israel por parte de los terroristas palestinos de Hamás. Lo tenía mientras me llegaban las terribles noticias de las matanzas, violaciones y secuestros y también cuando presenciaba la modesta y muy custodiada afluencia de personas en la concentración pro Israel que tuvo lugar este pasado domingo en Barcelona.

Sepan que es un libro que trata de demostrar cómo la física nos muestra señales inconfundibles de que detrás de la historia de la formación del Universo hay un Dios creador. Digo «la física» porque ahí se centra en realidad toda su tesis sobre Dios y los principios éticos ignorando sorprendentemente lo que conocemos sobre la evolución de las emociones sociales y morales en los grupos humanos y pre humanos. ¡Hasta en los mamíferos!

Así que: no. Como ya imaginaba antes de ojearlo, mi agnosticismo o mi ateísmo no se han visto particularmente sacudidos por la, eso sí, exhaustiva e interesante retahíla de «misterios de la ciencia». Pero, tangencialmente, ha reforzado mi convencimiento de que la vigencia del antisemitismo resiste la prueba de los años, las experiencias y los hechos.

Efectivamente, como nos cuentan Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies, ya en el año 1923 empezaron a acumularse problemas para Einstein a causa de su teoría de la relatividad general que, en esa época, se asociaba al judaísmo por la inclinación de sus intelectuales a un racionalismo científico y ateo. Hasta el punto de que el experimentalista Johannes Stark, premio Nobel de Física en 1919, empezó a utilizar el término derogatorio de «física judía» para referirse a lo que defendían sus colegas hebreos. Representantes de la «pura física aria» como él, reprochaban a la teoría de la relatividad abrir de par en par las puertas a un Universo que no sería tan eterno como soñaban los nazis (se agravó, claro, cuando apareció la idea del Big Bang). Incluso llegaron a fundar una organización, el Grupo de Trabajo de Críticos Alemanes, con el objetivo de demoler esa «física judía».

Una tarde del otoño de 1932, estando Einstein y su amigo Ehrenfest en un café, dos individuos con el uniforme pardo de las SA lanzaron un adoquín por la ventana que llevaba atado el mensaje «Te vamos a despellejar, judío inmundo». Más tarde, en abril de 1933, siendo ya Hitler canciller, el gobierno alemán adopta las leyes que prohíben a los judíos (y a algunos «sospechosos» no judíos) ocupar puestos oficiales, especialmente los de la enseñanza en las universidades. En este mismo abril, las obras de Einstein figuran ya en la lista negra de la Unión de Estudiantes Alemanes y, el día 27, la SA arroja miles de libros, entre ellos los de Einstein, a una enorme hoguera. Satisfecho, el ministro de propaganda nazi, Joseph Goebbels, proclama que «El intelectualismo judío ha muerto». Einstein, que reside en una localidad belga, tiene que aceptar que el rey Alberto I le ponga un equipo de guardaespaldas. Sintiéndose asfixiado, toma una decisión radical: irse a EEUU. Otros que no pudieron o fueron menos rápidos en decidirse perdieron la vida.

El yihadismo es desde hace décadas lo más aproximado que tenemos al nazismo. Los recientes ataques terroristas de Hamás y la comprensible respuesta de Israel se tomarán como excusa para seguir haciendo daño. Entre los violados, masacrados y secuestrados por Hamás habría, seguramente, muchos creyentes. Y los agresores ya sabemos que alardean de una fe sin límites. Si Dios. La ciencia. Las pruebas muestra la existencia de Dios, es la de uno al que no le importamos nada.

Pero es mi opinión.