Alfonso Ussía, la escritura indomable
Traigo al encabezamiento de este artículo el título del libro de la editorial Confluencias con el que Alfonso J. Ussía, en colaboración con Julio Valdeón y Fernando Palmero, ha querido inmortalizar a su padre, el gran Alfonso Ussía, alzándolo sobre el pedestal de la palabra de sesenta amigos y compañeros que decidimos vestir como él los hábitos de la orden de la página en blanco.
Gabriel Albiac habla de la pretensión deífica del columnista que como Ussía consigue «crear de la nada un mundo». Miguel Ángel Aguilar recuerda los cambios de cabecera de sus columnas «sin alteración alguna de sus convicciones», cambios de los que da cuenta con elegancia Bieito Rubido, director de El Debate, donde hoy escribe el homenajeado.
«Volver a casa es volver a Alfonso Ussía, que es un hombre hecho de palabras, de columnas, de libros y de coñas marineras», escribe Chapu Apaolaza en su tributo al maestro, que los duendes de la imprenta devolverán en la próxima edición.
Luis María Anson considera que su estilo «se mueve entre la caricia y la tentación permanente de la fusta». «La risa, cuando es fina e inteligente, puede lo mismo ser una forma de compasión que de condescendencia», explica Arturo Pérez-Reverte sobre el humor de Ussía.
«El humor es el mejor desdramatizador del ser humano y él tiene el don de manejarlo como nadie», añade Luis Herrero. Y hasta del efecto terapéutico de sus columnas escribe Montero Glez.
«Ussía hace atractivo cualquier pasaje, desde el más conmovedor hasta el más divertido», apunta Carlos Herrera. «Tragedia y comedia en un mismo disparo», dice Juan Fernández Miranda. En Ussía, afirma Carmen Rigalt, «la generosidad es proporcional al sentido del humor». Salvador Sostres apura esa reflexión para reconocer que es persona «con la que no hay que pagar ningún peaje para gozar de su altura y categoría».
«Escritor a manos llenas. Escritor voraz. Escritor abierto toda la noche. Como un farmacéutico de guardia o un trovador conservado en dulces venenos», afirma Julio Valdeón.
Rubén Amón habla de la relación de Ussía con su padre, Santiago Amón, su auténtico maestro, a quien con su recuerdo, siempre entrañable, le ha concedido una nueva vida. Siguiendo a su maestro, «Ussía nos ha hecho siempre el favor de no predicarnos», dice Ignacio Peyró. Darío Prieto destaca entre las enseñanzas de Ussía el utilizar el animus iocandi como «una excelente herramienta para entender eso que se ha venido en llamar actualidad».
Escriben también sus nietos Juan Bosco y Pedro Alfonso Ussía y Juan Aldaz Ussía, el mayor, que le define como «el Clint Eastwood de los escritores». «El penúltimo mohicano del columnismo», dice Agustín Pery. «Su pluma es de lo mejor que se puede leer en España», recalca Eduardo Torres-Dulce.
«Es noble en todos los sentidos y escribe todo lo que quiere como quiere», dice Juancho Armas Marcelo. Rosa Belmonte rememora sus «justas literarias» con Sabina. Jorge Bustos admira «la terca voluntad del humorista que rara vez ha dejado que la amargura inevitable de la vida o de la actualidad acaben manchándole el folio».
«Sus artículos son una continua carta de amor a eso tan manido que llamamos vivir», confirma José Luis Garci. Y Santiago González remata: su columna diaria «es, para todos sus adeptos, el metrónomo que marca el ritmo de nuestra vida cotidiana». Miguel Pardeza señala que Ussía es de los que asume «temerariamente que vivir y escribir son sinónimos, son la misma cosa».
Ignacio Camacho se inclina ante quien «mantiene con firmeza la bendita y desusada costumbre de pensar por su cuenta». «Yo creo que es un hombre tradicional en el mejor sentido de la palabra», resume Pilar Cernuda.
Rodrigo Cortés habla del Ussía que se ríe de sí mismo «y, por el mismo precio, de todos». «Nunca le he escuchado decir nada por ser correcto políticamente», afirma Pedro Cuartango.
Pedro J. Ramírez identifica a Ussía con la búsqueda de la verdad: «La verdad es como el Santo Grial. No sabemos tan siquiera si existe, pero nada hay tan noble como buscarla». José Maria Albert de Paco inscribe a Ussía entre quienes «concebían la escritura como una forma caballeresca de buscarse problemas». Caballeresco es también el símil de Julio Tovar, que sitúa al escritor en la «justa final» en defensa de «la grandeza y modales del viejo ideal quijotesco».
El general Rafael Dávila, que de esto sabe, ensalza a Ussía por su vida «al servicio de España y de sus amigos». «Ussía es un patriota de verdad y, como humorista, un genio con la melancolía de Jovellanos que pintó Goya», recalca Federico Jiménez Losantos. «Todo su talento ha estado siempre al servicio de sus ideales: España y los españoles y la monarquía parlamentaria», retrata Julián Quirós.
«Su prodigioso oído para la poesía» es una de las razones de Luis Alberto de Cuenca para «admirar a Ussía desde que los dinosaurios poblaban la tierra». Zabala de la Serna distingue «varias maneras de acodarse en una barra: la de Alfonso, como sacado de un club inglés, y la del resto del mundo».
De su genial paso por el «Debate del estado de la nación» habla su mentor, Luis del Olmo: «Jugar en el margen de la realidad es su mayor placer». En ese programa, dice Jesús Fernández Úbeda, Ussía era «el analista honesto, lúcido, mordaz y elegante». Sus personajes, como el Doctor Gorroño, Jeremías Aguirre, Breogán Piñeiro o el Marqués de Sotoancho, un «festín literario» en expresión de José Sánchez Tortosa, desfilan entre aplausos en varios artículos.
De las lecciones de Ussía sobre elegancia y corrección en el lenguaje escribe Manuel Jabois, como «la del traje de baño, que recuerdo siempre cada verano»: no se dice «bañador». «Al culo le llamaba culo, y este detalle resume su modo de atravesar el extraño mundo que nos rodea», subraya Ramón Palomar. Y Rafa Latorre aclara que «al contrario que les ocurre a tantas ilustres naderías, siempre prestas a reconvenir el talento, a Ussía lo leen lectores y no periodistas».
Raúl del Pozo apunta que Ussía «piensa que donde no hay humor hay dogma». «Es uno de los mejores y tiene el mérito de haberlo cultivado en un desierto», sentencia Jesús García Calero.
La figura de su abuelo materno, Pedro Muñoz Seca, sobrevuela constantemente este libro de homenaje a su nieto. Alfonso J. Ussía reconoce la herencia recibida de una saga que empezó con el autor de «La venganza de don Mendo». «Llevar tu nombre nunca fue una losa, sino un honor», escribe.
«Tengo la certeza, querida, de que el abuelo estaría orgulloso de mi», se sinceraba Ussía con María José Solano. Ada del Moral diagnostica que «la chispa de aquel humor de don Pedro se le debió de meter por las venas para hacerle libre». «Ese cachondeo de don Mendo lo llevaba Alfonso en el cuerpo, como toda su familia», confirma Emilia Landaluce.
Javier Rioyo cita como herencia del abuelo «su satírica manera de reírse de los pedantes, de los de las acritudes extremas, de los horteras obreristas o de los tontos aristócratas». Juan Soto Ivars añade que la enseñanza de abuelo y nieto es dejar a un lado el mal humor, la tristeza o la melancolía: «O no escribir de mal humor, o escribir para solucionarlo».
Jon Juaristi abre las páginas de la huella del País Vasco en la vida de Ussía recordando que alardea «de sus triunfos como futbolista playero en Ondarreta, allá por los veranos donostiarras de su adolescencia, con el nombre de guerra de Quisquilla».
Almudena Marcos recuerda que los criminales de ETA intentaron asesinarlo en varias ocasiones por denunciar valientemente su terrorismo mafioso y que así terminó uno de sus artículos en los tiempos de plomo: «Aquí estamos para lo que gustéis matar, hijos de puta».
El de Ussía «es el idioma de la absoluta libertad», afirma José F. Peláez. «Un hombre cuya libertad le costó disgustos con amigos y con amigos de sus amigos», apostilla Ramón Pérez-Maura.
Fernando Rodríguez Lafuente sitúa a Ussía en la tradición de «La Codorniz» y lo que José López Rubio llamó «La otra Generación del 27», la del humor. Karina Sainz Borgo le reserva «un lugar en la memoria de la prensa española como heredero de una veta familiar y cultural que concibe la escritura como herramienta de observación, ironía y persistencia».
«España se nos va de entre las manos», clamaba Ussía hace veinte años, como recuerda Borja Martínez: «Y podría haberlo escrito ayer mismo».
Hoy el maestro Ussía convalece de su vida plena en su casa de Comillas, donde Isabel Díaz Ayuso le entregó el pasado verano el Premio de Cultura de la Comunidad de Madrid.
Ramón Tamames le desea que llegue a nonagenario como él, edad en la que «parece como si lo mejor del mundo aún estuviera por llegar». Así sea.
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