Opinión

Y ahora y siempre, el victimismo

Terminada la moción de censura, el sanchismo sigue en la precampaña electoral por los caminos habituales: los bolos de fin de semana, los montajes de autoexaltación, el kilométrico del Falcon y el sempiterno victimismo.

Bueno, en realidad el victimismo tampoco lo abandonaron durante la moción. Para ensalzar la gestión del Gobierno se empeñaron en convertir el mandato de Mariano Rajoy en el causante de todos los desequilibrios y desigualdades de nuestro país, del golpismo catalán e, incluso, del cambio climático. Es fundamental extender ese imaginario y que nadie recuerde que el gobierno del PP libró a España de una intervención dura de la troika comunitaria que ya estaba descontada; se recuperó empleo y PIB, se redujo el déficit brutal que dejó el negacionismo escapista de Rodríguez Zapatero y se puso fin a las crisis -del ladrillo y financiera- que eran de verdad estructurales.

Y por ese camino van a seguir insistiendo, ¡cómo lucimos a pesar de las que nos han caído encima! Pedro Sánchez se ha gustado en ese discurso que permite ensalzar su obra, y los negros monclovitas aportan metáforas para extender su imagen salvífica: navegar sobre aguas tormentosas, sobrevolar catástrofes, acabar con desencuentros… Ayer lo verbalizó al despedir a sus ministras-candidatas, señalando «su gran labor a pesar de la pandemia y de la guerra». Sería una buena broma si no estuviéramos hablando de dos grandes tragedias que dejan en nuestro país terribles consecuencias: la primera, decenas de miles de muertos y tremendas perdidas económicas, y la segunda, agravar la crisis y extenderla a toda la población con una inflación que, todavía, está más descontrolada de lo que quieren aparentar.

La verdad es que, por mucho que se quiera elogiar, el desempeño de las dos ministras ha sido habitualmente inexistente, y deficiente cuando ha existido. Carolina Darias es corresponsable, primero como ministra de Política Territorial y Función Pública y después como ministra de Sanidad, de la absurda, sectaria e ilegal gestión política y administrativa de la pandemia (la sanitaria, incluida la vacunación, fue responsabilidad de las CCAA): retraso en la prevención por conveniencia táctica, ineficacia en la compra de material, ineficiencia dolosa en las discriminantes restricciones… Fuera de eso, la ministra está inédita, y en el grave problema de la insuficiencia de médicos y la saturación de la atención primaria sólo ha intervenido para acompañar el injusto asedio político a la gestión sanitaria en Madrid.

Respecto a Reyes Maroto se puede decir que, en sus casi cinco años como ministra de Industria, sus principales comparecencias fueron para mostrar la fotocopia ampliada de una navajita con unas gotas de pintauñas y para decir que la erupción del Cumbre Vieja, que estaba dejando sin nada a miles de palmeros, era un buen reclamo turístico. Ese ministerio tiene transferidas sus competencias en turismo y, en materia de industrias estratégicas, Maroto ha preferido pasar de puntillas, a costa de no defender adecuadamente los intereses de España. Así ha pasado, por ejemplo, con el sector del automóvil, en el que, siendo el segundo productor europeo, se ha optado por tener una voz subalterna y por los acercamientos más ideológicos y, económicamente, menos convenientes.

Era deseable que los cambios hubieran alcanzado también a las ministras Montero y Belarra, aunque, como su dependencia del presidente del Gobierno es solo formal, su renovación tiene que ser colegiada. Pero en el fondo mejor que se queden; para esta estrategia victimista esos ministerios son emblemáticos, ya que solamente actúan sobre la premisa de la victimización de alguien. Así, han convertido en víctimas a todos las mujeres por la vía de convertir en maltratadores, violadores o incompetentes sexuales a todos los hombres; han convertido en víctimas sociales a todos los que tienen una orientación sexual diferente, presionándoles, en muchos casos, para que cambien de género; han convertido a los animales, salvajes o domésticos, en víctimas de los granjeros y ganaderos, de los cazadores, de los guardas de monte o, simplemente, de sus desavisados dueños, que corren el riesgo de convertirse en delincuentes por tener el normal y lógico comportamiento que han tenido siempre.

Y si esta izquierda, revisionista y revanchista, el victimismo lo tiene ya muy a flor de piel, juntarse con los independentistas y golpistas, que lo traen de fábrica, hace que por emulación lo conviertan en un argumento estratégico de su acción política, hasta el punto de permitirles pasar por encima de cualquier institución, norma positiva o costumbre que pudiera constreñir dicha acción. Es lo que han hecho siempre los independentistas o, con una gravedad superlativa, los terroristas etarras, aparentando, unos y otros, defenderse de la histórica opresión de la Monarquía española. Y, por cierto, no es otra cosa lo que dice el Barça para justificar que lleva veinte años pagando a los árbitros: «Había que compensar el trato discriminatorio que sufría el Club».

Lo peor es que esas justificaciones victimistas para actos inadecuados, ilógicos o incluso ilícitos no sólo están aceptadas e interiorizadas, sino que son especialmente valoradas, ya sea en el Gobierno, en el Frankenstein sanchista y su facción mediática o, por supuesto, en el fútbol.