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Hoy, la artista Florence Foster Jenkins, sería conocida por formar parte de ese lado oscuro de la música y la televisión a los que todos conocemos como excéntricos o ‘freaks’. En España hemos tenido -y tenemos- muchos ejemplos, véase Leonardo Dantes, Tamara -ahora conocida como Yurena- o el propio Cañita Brava.
Todo ellos tienen algo en común: son gente entusiasta de la música, pero sus dotes musicales están muy alejados de lo que todos entendemos por música. Pero en este desequilibrio está su fama, e incluso su mérito. Florence Foster Jenkins fue la pionera, podríamos decir, de estos fenómenos musicales que, sin tener dotes para el cante, se hicieron sorprendentemente famosos.
Una voz atroz
Florence Foster Jenkins nació en Pensilvania en 1868. Su familia tenía una pequeña fortuna, pero mientras su padre vivió, no pudo dedicarse a la música como ella pretendía. El destino le dio una oportunidad cuando su padre falleció en 1909, y heredó una pequeña fortuna que le permitió tomar clases de canto y piano, y dedicarse a su pasión.
A pesar de ello, los profesores que intentaron educar su voz coincidían en que no había sido tocada con el talento musical. Su voz era atroz y casi no conseguía cuadrar una nota en la partitura. Pero el empeño de Florence la llevó a grabar su primer disco y a actuar en el Hotel Ritz-Carlton de Nueva York anualmente.
Entre 1930 y 1944 la artista grabó hasta cinco discos, catalogados como de rarezas y objeto de coleccionistas. En sus presentaciones cantaba óperas de Mozart, Verdi y Brahms, y a veces presentaba composiciones propias.
Su poco talento no fue obstáculo para que Florence Foster Jenkins dedicara su vida a la música, a pesar de que los críticos de la época escribían muy duro sobre ella: «Aullidos de risa ahogaron los esfuerzos celestiales de madame Jenkins. Lo que alguna vez fueron sonrisas reprimidas en el Ritz, se transformaron en rugidos descarados en Carnegie» escribió la revista Newsweek en 1944, justo un mes antes de su muerte.
Este fue el último recital que dio la artista. Con vestuario confeccionado por ella misma, su voz sonó por última vez ante un local abarrotado y con todos los billetes vendidos. Un mes después, en noviembre del 44, Florence Foster Jenkins moría, y se convertiría en artículo de coleccionista, además de admirada por artistas de la talla de David Bowie.
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