Historia
Historia de España

Cómo los tercios españoles dominaron Europa durante un siglo

Durante el llamado Imperio Español los tercios españoles dominarosn Europa y el nuevo mundo. ¿Cómo eran estos ejércitos?

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  • Francisco María
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Durante más de cien años, el nombre de los Tercios españoles fue sinónimo de poder. En toda Europa se pronunciaba con respeto, temor o admiración. Fueron soldados formidables, disciplinados y de una eficacia que asombró a sus enemigos. Su leyenda nació en el siglo XVI y se mantuvo viva hasta bien entrado el XVII, en una época en la que España era el corazón político y militar del mundo.

Para entender cómo llegaron a ser tan decisivos, hay que situarse en el contexto de su tiempo. España vivía bajo el reinado de Carlos I y, más tarde, de su hijo Felipe II. El imperio español se extendía por los cinco continentes: de América al Lejano Oriente, de los Países Bajos a Nápoles. Pero gobernar semejante extensión exigía algo más que poder económico: hacía falta un ejército que garantizara la estabilidad y defendiera los intereses del monarca. Ahí es donde entran en juego los Tercios.

El nacimiento de una fuerza sin igual

Aunque su fundación oficial data de 1534, los Tercios nacieron del aprendizaje de las guerras de Italia. España había comprendido que la guerra moderna no se ganaba solo con nobleza y caballería, sino con organización, disciplina y fuego. Los Tercios reunían esos tres elementos.

Cada Tercio estaba formado por tres tipos de soldados: piqueros, arcabuceros y rodeleros. Los piqueros eran el muro del ejército, una formación de lanzas que detenía cualquier carga de caballería. Los arcabuceros, con sus armas de fuego, aportaban potencia y alcance. Los rodeleros, más ágiles, eran especialistas en el combate cuerpo a cuerpo. Esta mezcla de picas, disparos y espadas hacía de los Tercios una máquina casi perfecta de guerra.

Además, introdujeron un concepto revolucionario: la flexibilidad táctica. Mientras otros ejércitos confiaban en el choque frontal, los Tercios sabían adaptarse al terreno, combinar la defensa con el ataque y resistir incluso en inferioridad numérica. Eran la primera infantería profesional de Europa moderna.

Disciplina, fe y orgullo

Sin embargo, su verdadera fuerza no residía solo en la estrategia, sino en su espíritu. Los soldados de los Tercios eran hombres endurecidos por la pobreza y la fe. Muchos provenían de familias humildes, campesinos o artesanos que veían en la guerra una forma de ascender, pero también una misión sagrada: servir a Dios, al rey y a España.

Su vida no era fácil. Marchaban durante semanas, dormían a la intemperie y soportaban el hambre y la enfermedad. Pero su moral rara vez se quebraba. El sentido del honor y la lealtad los mantenía firmes incluso en las derrotas. La religión impregnaba su conducta, y el grito “Santiago y cierra, España” resonaba como una oración de guerra.

Las victorias que hicieron historia

El prestigio de los Tercios se cimentó con sangre en los campos de batalla. En 1525, en la batalla de Pavía, un ejército español capturó al mismísimo rey de Francia, Francisco I. Aquella victoria cambió el equilibrio político europeo y consagró a la infantería española como la más poderosa del continente.

Décadas después, en 1571, los Tercios participaron en la batalla de Lepanto, la gran contienda naval contra el Imperio Otomano. Aunque fue una lucha en el mar, los infantes españoles pelearon sobre las cubiertas como si estuvieran en tierra firme, contribuyendo de manera decisiva a la victoria de la Liga Santa.

Pero fue en las Guerras de Flandes donde alcanzaron su leyenda. Durante décadas combatieron en los fríos campos del norte de Europa, resistiendo a los rebeldes protestantes y a potencias que parecían inagotables. Su capacidad de resistencia era prodigiosa. Marchaban desde Italia hasta los Países Bajos por la famosa Ruta Española, cruzando media Europa a pie, impecablemente organizados. Ningún otro ejército del siglo XVI mostró semejante cohesión.

La escuela de la guerra moderna

Los Tercios no solo dominaron la guerra, sino que también la transformaron. Fueron pioneros en la profesionalización del soldado, en la formación jerárquica y en el entrenamiento constante. Su manera de combatir influyó en todos los ejércitos posteriores: desde los suecos de Gustavo Adolfo hasta las fuerzas francesas de Luis XIV.

A diferencia de las tropas medievales, que dependían del heroísmo individual, los Tercios valoraban la coordinación y la disciplina colectiva. Cada soldado sabía que su fuerza no residía en el brillo de su espada, sino en el muro compacto que formaban juntos. Ese concepto de unidad anticipó el modelo de ejército moderno.

El ocaso de una era

Pero toda gloria tiene su fin. Con el paso del tiempo, la guerra cambió. Las armas de fuego se volvieron más ligeras, los cañones más eficaces, y los enemigos aprendieron a contrarrestar las viejas tácticas españolas. A ello se sumó el agotamiento económico del Imperio y la imposibilidad de sostener tantas guerras simultáneas.

Un legado inmortal

En la memoria colectiva, los Tercios siguen siendo el emblema de una España que dominó los mares, las batallas y las ideas. Eran hombres de carne y hueso, con virtudes y defectos, pero capaces de soportar lo que otros no podían.

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